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El Código Mimo

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El lunes, como todos recordarán, hizo un calor poco digno de principios de septiembre.

Yo salí del laburo y no bien hice dos cuadras, rumbeando por esta zona de la feria del libro, arrojé dos litros de sudor al suelo. Sedientas, las palomas, se abalanzaron sobre los charcos de sudor a refrescarse, pero cuando llegaron, ya se habían evaporado.

Desesperadas por acceder al líquido vital, las palomas se arrojaron sobre las personas para succionarles el sudor, y si por mala fortuna alguien no sudaba, le dejaban un señorial sorete sobre la ropa.

Me encontré con unos amigos en la puerta del Obispo Mercadillo, Martín y Javier, y nos colgamos charlando un breve rato; mientras tanto, mi cuerpo, ya gelatinoso por el cansancio y la deshidratación, ostentaba una capa de cenizas que me permitía disimular la caspa.

Camer

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Ayer me senté en un bar ricotero a tomar cerveza con los compañeros del laburo. Era necesario porque teníamos la cabeza llena y necesitábamos separar la corteza cerebral de la realidad.

De repente, un cuerpo se me acerca para pedirme un peso para el whisky y se me pencó a hablarme de sus historias con el consumo de drogas.

Mientras yo maldecía mi superpoder para imantar gente con problemas, estaba medianamente orgulloso porque en algo me sentía semejante a un Sherlock Holmes, cuya mera existencia hacía que los crímenes más rebuscados sucedieran a su alrededor.

Una vez retirado el cuerpo en cuestión, mi vejiga me obligó a visitar el atelier del arte urinario y me encontré con el mencionado sujeto esnifando cocaína con una tarjetita Junot. Al ver esa escena, dije “pucha que hay que ser macho para tomar merca con un osito cariñoso”.

Stairway to heaven

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Después de mucho tiempo de haberme pasado la vida encerrado entre las cuatro paredes y el trabajo, pude darme el lujo de asistir a mi viejo bar... emocionados, los mozos se peleaban por servirme la birra del retorno... sólo por verme de vuelta, porque nunca me sobró un centavo para una propina.

Pasa que yo me acostumbré a salir con lo justo, cosa que, si alguien me roba el bolso, se encuntre con la decepción de un montón de papeles escritos con una letra incomprensible (sí, es por eso que tengo una letra horrible). Es que hay mucha inseguridad, tal como lo dice el taxista... uno no puede salir a la calle con nada porque ya se convierte en objeto de deseo para los ratas y que te pueden tirar al piso, adornarte de piñas o volarte la cabeza de un tiro, pero ¡pará!

¿Qué onda?

Guerra de comida

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Ayer, después de un día de verano apresurado que me obligó a poner mi camisa preferida en el lavarropas debido a que el sudor y el viento con tierra la convirtieron en una mezcla entre la ropa de Tarzán y un pantano, me senté a escribir en el patio de casa. Me preparé un trago de fernet, bien fuerte, no sólo por el sabor, sino porque agarré la costumbre de prepararlo fuerte para evitar que alguien me pida un trago, porque soy un tanto egoísta, sí, y si alguien se anima a tomar de ese mismo trago, con orgullo le convido, porque es alguien del palo. Así también, fumo puchos negros, porque en este mundo, si uno tiene puchos, se convierte en el pararrayos del mangueo.

Una bula para los internautas

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Después de una semana en la que el clima demostró ser bastante bipolar, se me hizo difícil encontrar un claro en el cual sentarme a degustar un porrón helado que haga contrapunto con un día caluroso.

Sólo un acontecimiento pudo darle valor a incurrir en estados alterados de conciencia: la celebración del aniversario del natalicio de nuestro compatriota Santiago “Polilla” Pfleiderer, quien coparticipó asado y choripanes como si estuviese a punto de lanzar su candidatura para las elecciones.

Durante la celebración, en un momento, la conversación derivó en si Aerosmith es rock o pop, y la guerra empezó con los cuchillos en la mano, enfrentamientos encarnizados, y con el rostro ensangrentado, el que subscribe gritó: ¡Por favor, no metan a los choripanes en esto!

La Cruz Roja ingresó en el quincho y se llevó los choripanes y un quilo y medio de bondiola de cerdo. La bondiola desapareció, lo cual compungió a los combatientes de ambos bandos, quienes salimos a rastrear la zona para recuperarla.

Llegamos a un falso campamento de la Cruz Roja, en el que había una flaco masticando un sánguche de bondiola mientras trataba de descargar un disco de Aerosmith desde el sitio de Taringa.

Cómo rellenar un Infierno

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En un bar de Nueva Córdoba, un televisor más grande que el Peñón de Gibraltar proyectaba el partido entre Belgrano y Vélez. Me senté, como todas las semanas, a escribir entre gritos que vitoreaban al equipo pirata y me hice el boludo para que no me pongan la computadora de sombrero.

Iba con la idea de escribir alguna que otra reflexión sobre los resultados de las primarias, pero sólo se me ocurrió acompañar los cánticos celestes diciendo “y ya nos ve, y ya nos ve, es para Binner que nos mira por tevé”. Pasa que escribir sobre las elecciones está bastante trillado; los resultados aparecen hasta en los mensajes de texto que te mandan los amigos y las reflexiones son tocadas de oído hasta en la parada del bondi.

Le pedí al barman que me dé la clave del wi-fi, porque tenía ganas de boludear un rato; un poco de distensión siempre viene bien para inspirarse ante la hoja en blanco.

El ojo

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El jueves, después de que el viento me sorprendiera en camisa al salir de la casa, me pasé toda la tarde encerrado, tratando de sobrevivir a las circunstancias climáticas que me agarraron con toda la ropa sucia y sin un solo abrigo disponible que pudiera ser usado sin espantar a media ciudad. Está bien que, si voy caminando por el centro, con la mitad del servicio cloacal colapsado, es casi imposible que alguien pueda sentir la fragancia que pudiere emitir mi ropa, pero si alguien hubiese pasado cerca mío con un contador geiger, ya mismo estaría en cuarentena. No es que haya pasado por la planta nuclear de Fukushima, en cuya zona los componentes radiactivos se han filtrardo hasta llegar al mar; no hay forma de financiarme un viaje a Japón... aún así, no sé si iría precisamente a ese lugar, a menos que alguien me diga que ya empezaron a salir peces con doscientos ojos hablando en esperanto. Ahí va un puntito en contra para los que defienden la energía atómica como una alternativa a los hidrocarburos; obviamente no va a hacer mucho eco la noticia de que la radiación ha llegado a invadir el suelo y el agua porque la gente está mucho más interesada en lo que sucede acá nomás, en Rosario... a lo sumo, le pelearía protagonismo en el ámbito del turismo catástrofe, una nueva forma de turismo que se está poniendo de moda en el selecto círculo de los morbosos. Es que, de pronto un viaje que iba a costar barato porque el lugar está devastado, ahora cuesta caro porque hay un guía que explica en cinco idiomas lo que pasó y un montón de japoneses sacando fotos.

En fin, no tenía ropa porque, sin lavarropas y un frío haciendo metástasis hasta el relleno de los huesos, más conocido como caracú, resulta particularmente difícil lavar la ropa, y más aún secarla.

Pero, llegó la noche y todavía no había encontrado ninguna noticia interesante que me pudiese servir para tratar hoy. Pasa que, con esto de la veda electoral, no puedo hablar ni de la mitad de las cosas que han pasado, y eso que tenía para hacer chicle todo el programa con los spots que aparecieron... Bueno, por lo menos, ahora no nos van a invadir media hora de programa con anuncios.

Con el frío que hacía, me quise hacer un guiso o algo por el estilo, algo bien calórico para estar “gordito y sanito”, como decía mi abuela, mientras me contaba que, cuado era chica, le daban cucharas de limadura de hierro y le hacían tomar leche al pie de la vaca. El problema es que, mientras preparaba los ingredientes, me encuentro con que algún vecino me pungueó la olla.

El llanto de la estatua

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Hay días en los que uno tiene que sacrificar determinados placeres con la finalidad de cumplir con los deberes que establece nuestra sociedad. Por ejemplo, ayer tuve que resignar un par de horas con mi pareja para escribir este artículo mientras pienso en que, en esta época de frío, mi voto irá destinado a aquel buen ciudadano que declare la cucharita como una actividad de interés nacional y que los días en que la temperatura baje los 12 grados, debería decretarse asueto para consagrar esta actividad.

En fin, resignadas dos horas de cuchara, me pongo a pensar que desde el estallido de la llamada “guerra contra el terrorismo”, mientras los medios de comunicación masivos convencionales se pelean por ver quién tiene la papa, la opinión pública internauta y los nuevos gobiernos de centro-izquierda... bah, centro izquierda, ése es un título que les encantaría tener, pero pasa que la orientación cartográfica de las ideologías políticas es tan lábil e inestable que uno necesita un gps para saber dónde está parado. Digo, yo siempre me sentí de izquierda, pero cada vez que me pongo a discutir, qué se yo, sobre los convenios de minería, con un tipo del más fanático oficialismo, recibo epítetos del tipo “facho”, “milico”, agárrense el izquierdo, “menemista”, “vos seguro que votás a Macri”, y fundamentalismos del mismo orden. De hecho, salió una página que se llama “Elegílegí” en la que te dicen con qué legislador tenés más afinidad política. Es algo así como una página de citas en la que vos decís qué leyes votarías por sí o por no y te dice con qué legislador tenés el mayor porcentaje de coincidencias. Yo hice un experimento y puse en todas las opciones que “sí” y me salió un enorme listado de legisladores del Frente para la Victoria, volví a empezar, puse en todas que no y me salieron todos los candidatos del Pro. Dejo a criterio de los oyentes la interpretación de la tendencia de esta página.

La serpiente se muerde el OGT

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Me siento en un bar, perseguido por el tiempo, apurado por terminar este artículo a tiempo antes de tener que ir corriendo hacia ciudad universitaria a cursar un seminario sobre gestión de proyectos teatrales. Yo me pregunto después de esto, ¿qué voy a hacer yo haciendo gestión, si lo mío ha estado siempre lo más alejado posible de los números? Pero bueh, a veces hay que hacer un poco de números, ¿vio? Sobre todo a fin de mes, cuando uno tiene que estirar los centavos hasta que se conviertan en alambre de cobre, para comprar arroz, fideos, polenta... porque apenas empieza el mes, cuando uno tiene un poquito de plata, uno que es medio colgado con estas cosas, te engolosinás y decís “fooo, qué hago con todo esto”, te comprás las cervezas más caras, almorzás una semana con filetes de salmón rosado, comés sushi, que siempre es una estafa, porque te cobran cinco mangos un centímetro cuadrado de arroz, sí, el mismo arroz que vas a comer a fin de mes, y al llegar a la segunda semana, decís “me quedan X mangos para tirar hasta fin de mes”, y ahí empezás a recapacitar... claro, el mes pasado te pasó lo mismo, te preguntaste lo mismo al tener toda esa plata en el bolsillo y terminaste haciendo cualquiera. Y en ese momento, cambiás de opinión; porque todos tenemos un momento en que cambiamos de opinión, y generalmente sucede cuando tenemos la corbata ajustada contra la glotis y “empezamos a hablar como si Don Corleone nos estuviese haciendo una propuesta imposible de rechazar”.

Leche cuajada

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El miércoles a la siesta, antes de la ola polar que me obligó a quedarme encerrado en casa, no vaya a ser que me enferme de nuevo, que tengo que seguir viviendo, trabajando y disfrutando de todo el tiempo posible con mi novia, en fin, miércoles a la siesta, me siento en un bar completamente al azar... bueno, no, al azar no; escruté los precios de todos los bares de la gorra céntrica de Córdoba. Digo “gorra” porque me niego a utilizar el trillado y facho término “casco céntrico”.

Me siento a tomar una cerveza después de pasar más de siete días sin haber probado una sola gota del elixir de la vida eterna. Me pongo a leer un par de artículos que me pasó el productor, Mateoso Yadarola, mientras manoteo un trago de birra, un puñado de maní, dos de birra, uno de maní, tres de birra, uno de maní... El maní me estaba secando hasta el líquido céfaloraquídeo. Estaba más salado que el precio del combustible. Digo esto basado en lo que me dicen los taxistas, porque casi siempre ando a pata y no me fijo en el precio de la nafta y generalmente, me ne frega. A lo sumo, me afecta en el precio del taxi, o en el precio agregado por el transporte de los productos que compro para sobrevivir.

Apoyé, sí, la iniciativa de recuperar el control de la YPF porque era por demás absurdo que la explotación del petróleo argentino estuviese en manos extranjeras.

Lo mismo opino sobre la minería, así que no se hagan los giles, porque ya voy a hablar de ustedes.

El tema es que ahora lo de YPF no era tan así como lo pintaban, el martes firmaron un acuerdo entre YPF y Chevrón para explotar hidrocarburos no convencionales en la formación Vaca Muerta... qué nombre. Por favor, si van a echar mocos, no me la dejen tan fácil para hacer chistes. Lo voy a ignorar para no darles con el gusto. Es que me resultaba absurdo, ¿para qué expropian la vaca, si van a dejar que otro la ordeñe?

¿Qué diría Lisa Simpson?

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Me siento en un bar con el productor de este programa. Pedimos ambos un ron con agua y limón porque estábamos con la garganta afectada por la moda de enfermarse con el cambio de clima.

Como hacía tres semanas que no caía al bar, el barman despechado me sirvió una bestialidad con 80% de ron y un protector bucal de limón para quemarme el hígado y los mocos.

Eso me pasa por dejar abandonados a los colegas consuetudinarios de esta columna.

Bebo con la ñata arrugada el brebaje asesino y descubro un mundo nuevo... un mundo sinuoso que se asemejaba a los recorridos de la Pantera Rosa a través de las puertas pintadas en las paredes. Imágenes surrealistas se cruzan en mi camino: relojes derretidos, martillos caminando, Ricardo Fort sin cirujías, De la Sota diciendo que éste era un gobierno progresista, Méndez anunciando un avión a Japón, Bono haciendo apología de la soja transgénica... y me caigo del asiento... ¿qué carajo pasó? Venía alucinando con cosas que pasaron realmente y de pronto me encuentro con que Bono estaba acompañando al glifosato.

Poseídos por la nada

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Me siento a tomar una cerveza en un bar en el campus de la universidad, en medio de una cadena de mesas plagadas de botellas vacías, y me doy cuenta de que tengo más hambre que Frodo en medio de Mordor. Después de haber caminado kilómetros, desestimo toda posibilidad de levantarme, los pies se han vuelto tan pesados que mi humanidad se niega a aplicar todo tipo de fuerza para cambiar mi condición de reposo.

Me senté ahí para celebrar el exitoso cursado de este semestre y para hacerle pito catalán al barman que me clavó una escena de celos la semana pasada por no haber ido a la habitual oficina literaria.

Muros

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Esta semana, fui al bar y los empleados me cuestionaron mi infidelidad con el bar porque estuvieron escuchando el programa pasado y se enteraron de que estuve escribiendo en mi casa. De pronto me sentí acosado por los tipos que se encargan de servirme la birra. Y encima, como andaban en modo “despechado”, no me dieron maní. Mala gente... llevo dos semanas sin maní con la cerveza y corro riesgo de padecer síndrome de abstinencia.

De pronto, mientras me dispongo a escribir un radioteatro, siento la presencia de un tipo a mi izquierda... me mira fijo, lo sé porque si mirase más fuerte se empezaría a derretir mi lapicera. Trato de hacerme el boludo, pero no sirve... se dio cuenta de mi deliberada ignorancia y me dice “¿me das una moneda?”

Morbo colectivo

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Esta semana, me senté en mi casa, con una cerveza y un cenicero... me sentí un infractor contra la ley, porque no tenía maní... Me dio paja ir al almacén, otro gran pecado... la pereza sólo es un pecado cuando se relaciona con buscar el maní para complementar la cerveza. Salgo a buscar algo en la heladera, con poco éxito... Moriré de hambre.

Prendo la televisión y escucho a un periodista que habla como si fuese una mezcla entre el detective Auguste Dupin y Robocop. El tipo dice: "No hay semen en el cuerpo de Ángeles. Se puede hablar de sexo oral, pero eso queda en la cabeza de cada uno".

De pronto, me sentí sobredosificado con mal gusto. Lo feo de eso, es que yo era el que hacía chistes de mal gusto. Me sentí reemplazado por un tipo que habla con cara de que todo fuese la verdad absoluta, casi de origen divino. ¡Salve, oh, Señor del Periodismo independiente! Ilumíname con tu verdad, oh, Señor.

Y de pronto escucho una serie de averiguaciones basadas en datos que surgen de lo que se dice en los baños del juzgado...

Mano negra

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Llegué al bar donde suelo sentarme a escribir y el barman me pregunta por qué mi mano estaba teñida de negro.

Me pasé un buen rato tirando explicaciones que fueron descreídas progresivamente: le puse grasa a la bici, pero no tengo bici. Estoy laburando de mecánico, pero.... ¿yo, mecánico? ¡Jah! Se me rompió la pluma, pero desde hace como tres años que no tengo pluma. Estuve en prisión y me pintaron los dedos, pero es más probable que Godzilla invada Sudamérica... bah, con eso del código de faltas, no lo veo tan inverosímil, pero mis amigos creen que soy una especie de osito cariñoso. Tiré otras posibles excusas: estuve jugando con toner, eso es posible, pero no tengo plata para comprar toner. Le toqué una nalga a Naomi Campbell y resulta que no era tan negra y se me transfirió la tinta, pero mis amigos no están taaaan drogados. Además, ¿qué haría Naomi Campbell en Córdoba? No sé... ya no se me ocurre otra excusa... me estoy convirtiendo en el lado oscuro del hombre araña, tengo genes de camaleón, le practiqué una fatality a Robocop...

La cosa es que me descubrieron... mis manos estaban llenas de tintura para el pelo...

Palomas

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Cuando me senté a escribir este primer monólogo en un bar, con cerveza y maní de por medio, fui rodeado de aquellas confianzudas palomas que caracterizan al centro de nuestra ciudad. Ingenuamente, pensé que eran bichos muy sociables, ya acostumbrados al contacto con los humanos; pero pronto me desengañé cuando una se me acercó para robarme un maní. ¡Juira, bicho’e mier! Le digo y procede su retirada. Vacío mi porción diaria de maní y se quedan alrededor mío unas seis palomas mirándome con cara de “pedile más maní al mozo o cuando te veamos por la calle te rociamos de bosta”.



Finalmente, las aves se retiraron desilusionadas, lo que significa que en cualquier momento estaré en el centro de un bombardeo, y me quedé pensando... me quedé pensando en que, ya que en la Legislatura se aburren tanto como para distinguir a las hinchadas de clubes de fútbol, podríamos presentar un proyecto para adoctrinar a las palomas para que empiecen a repartir mensajes... qué se yo, poemas de Benedetti, anécdotas de la historia de la ciudad, recetas de cocina, chismes de la farándula o de las autoridades políticas... valga la redundancia...

Cartas a Papá Noel

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Este martes, al salir de mi casa, me encontré con que un perro del barrio había destrozado una bolsa de basura en el cantero, frente a la puerta. Me puse a recoger toda la porquería, algo que pocas veces hago con ganas; pero, mientras lo hacía, me encontré con una carta a Papá Noel, quizás escrita por uno que se arrepintió y la guardó al lado de un flan podrido a medio comer.

La curiosidad me mató. Envolví la basura, la colgué para que se la lleve el camión y me llevé la carta para leer cómo andan los pedidos navideños por estos días. Le eché medio tarro de desinfectante y me puse a leer con un broche en la nariz:

Recuerdos del Apocalipsis

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En el año 2028 fue encontrada una botella con un mensaje adentro en las costas de Irlanda del Norte. El hombre que la encontró, la abrió con tanta mala suerte que fue descubierto por un agente secreto del gobierno encabezado por una computadora que emula los últimos deseos de Margaret Thatcher. Lo único que pudo leer antes de morir de un balazo, fue la fecha y el lugar en que fue escrito el mensaje: 10 de diciembre de 2021, Islas Maldivas.

El investigador privado Josef Knecht encontró el cadáver del hombre sosteniendo la botella sin contenido alguno y sospechó que eso no era una simple riña de borrachos salidos de un bar, por lo que se puso a estudiar el caso detenidamente. La botella estaba demasiado limpia y en el cuerpo no había rastros de haber ingerido ninguna bebida alcohólica. Apenas tenía cien gramos de marihuana y un pan de jabón Federal para consumo personal.

Algo olía mal y nada tenía que ver con los gases que emanaba el tomuer.

Siglas

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Sentado frente al Boulevard San Juan, en Córdoba, charlando con un amigo, vi pasar a un pibe que llevaba una gorra en la cabeza. Iba caminando con la máxima paz del mundo.

Silvio – Ahí lo levantan – dijo mi amigo, que vio acercarse una camioneta del Comandante Anti Pobres.

El pibe no tenía nada; ni siquiera su documento. Adentro.

Sacando la perla de la concha

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Volvió a ponerse de moda el tema del aborto en Argentina, pero esta vez no fue por una víctima de su ilegalidad, sino porque, como habrán notado en las calles, el proyecto de despenalización empezó a ser discutido en la Cámara de Diputados. Ayer lo cajonearon y lo patearon para el año que viene, pero bueh…

Como sucedió en situaciones similares, gran parte de la comunidad religiosa salió a protestar y a pedir que nada cambie. Estas cosas me hacen preguntarme si todos ellos están convencidos de lo que gritan o si obtienen algún rédito con sostener la vigencia de los valores y las condenas del pasado.