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Aristóbulo Pachevko – El creador de los sueños

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[ruido de madera que cae]

Aristóbulo – ¡Pero, la re...!

Ése que murmura insultos y maldiciones que no se pueden decir al aire, es Aristóbulo Pachevko; un hombre de cuatro décadas, cabello canoso y barba tupida. Estaba leyendo un libro sobre “la desproporción entre el ruido de los caños de escape libres y el tamaño de la de sus dueños”, pero fue interrumpido por la caída del cartel de la puerta de su local.
Sin otra alternativa, salió afuera de su gabinete con un martillo en la mano, lo levantó del suelo y lo volvió a clavar. [martillazos]
De pronto, un hombre con aspecto de gángster se paró detrás suyo...

Aristóbulo Pachevko – El mezquinador de la droga

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Aristóbulo – [aspira y tose] Agh, ¿por esto pagué doscientos cincuenta pesos?



Ése que está tirando un Cohiba a la basura, es Aristóbulo Pachevko, un hombre de edad media, carteludo y con poco gusto por el tabaco. Cerró la tapa del tacho de basura y agarró al azar un libro de su biblioteca, el cual se titulaba “El Capitalismo y el Complejo de Estocolmo desde una perspectiva marxista”.

Aristóbulo Pachevko – El imán de piñas

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Aristóbulo – ¡Adalberto! ¡Se acabó el papel!



Ése que está haciendo sus necesidades, es Aristóbulo Pachevko, un señor barbudo, con algunas canas y una irremediable pasión por leer en los sanitarios. Acababa de terminar una compilación de ensayos sobre “la ficcionalización de la vida de los muertos en las palabras en sus velorios” cuando se dio cuenta de que se había acabado el papel higiénico.

Aristóbulo Pachevko – El antipotente del bailongo

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Aristóbulo – ¿Dónde dejé mis anteojos?

Ése que no ve nada, es Aristóbulo Pachevko, un hombre de edad media, políticamente incorrecto, alquimista, y miope. Recorrió paso a paso, tropiezo a tropiezo, cada rincón de su gabinete buscando sus lentes, hasta que de pronto...

Aristóbulo Pachevko – El asesor de campaña

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Aristóbulo – Quiero un choripán...



Ése que sufre de hambre, es Aristóbulo Pachevko, fanático de los choripanes, de la ensalada rusa y de la alquimia. Llevaba dos horas pensando en cómo satisfacer sus antokos mientras leía un estudio sobre “La abdicación de Lady Di y la complicidad de los inspectores de tránsito”. Pero, oportunamente, un señor de aspecto serio llegó a su gabinete con un ostensible aliento a chimichurri.

Aristóbulo Pachevko – El amaestrador de perros

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Adalberto – ¡Maestro! ¡El frasco se está prendiendo fuego!



Ése que grita es Adalberto Garrado, adolescente, impulsivo y aprendiz de alquimista. Estaba realizando algunos experimentos con bebidas blancas cuando la combinación de dos licores y un vodka de origen dudoso entró en erupción, interrumpiendo a Aristóbulo Pachevko, quien leía un tratado sobre “oportunidades y riesgos de conseguir pareja en un funeral”.

Aristóbulo Pachevko – El alquimista de la fruta

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Aristóbulo – Hola. Deme un quilo de papas y otro de zanahoria.



Ése que compra verduras es Aristóbulo Pachevko, un hombre sencillo, alquimista y fanático de la ensalada rusa. Paseaba por la feria franca de los sábaos y observaba con inusual deleite las exóticas frutas que se ofrecían en los mostradores, cuando de repente…

Aristóbulo Pachevko – El transmutador de la raza

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Aristóbulo – [estornuda] Malditos ácaros...



Ése que acaba de estornudar es Aristóbulo Pachevko, asiduo estudioso, dueño de una biblioteca babilónica y alquimista. Estaba poniendo a prueba sus anticuerpos leyendo un ensayo de hace ciento cincuenta años titulado: “La que se viene cuando le hagan caso al delirio de Julio Verne”.

La lectura avanzaba con fluidez hasta que un tipo de cabeza rapada ingresó a su despacho.

Aristóbulo Pachevko – El conspirador del transporte

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Aristóbulo – ¡Hm! ¡Qué rico está esto! [con la boca llena]



Ése que está degustando su lemon pie, es Aristóbulo Pachevko, un hombre de edad media, narcisista y alquimista. Acababa de probar su propia obra cuando se le ocurrió leer un libro sobre las Fluctuaciones de la Raza y el Cloruro de Sodio, ensayos sobre diseños domésticos posmodernos racistas. De pronto, su lectura fue interrumpida por una adolescente que pasó frente a su local con una remera con ostensibles errores de ortografía.

Aristóbulo Pachevko – El mentor del apetito

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Aristóbulo – [tose] Carajo... me sumé a la moda de estar enfermo... [tose]



Ese que tosió es Aristóbulo Pachevko, intelectual, estudioso, alquimista y portador de la famosa gripe A, o no, pero a nadie le importa, apenas se enteran de que tiene gripe, salen corriendo.

Aristóbulo se había comprado una caja repleta de barbijos hipoalergénicos, anatómicos y con todas las normas ISO para evitar todo tipo de contagio... pero eso no era suficiente. Los potenciales clientes llegaban a su gabinete y con sólo ver que se parecía a un combatiente del Mortal Kombat, salían corriendo. Pero, después de cuatro horas de infructífera espera, justo cuando empezó a leer “Carta a Murakami”, de Kafka, alguien decidió quedarse y enfrentar todo tipo de virus.

Aristóbulo Pachevko – El previsor del mercado

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Aristóbulo – [ronca, suena un despertador, lo apaga y sigue roncando]



Ese que ronca es Aristóbulo Pachevko, un señor de unos cincuenta años, de una contextura mediana y de una pereza sin parangón. Eran ya las doce del mediodía cuando se levantó de la cama porque se le iba a hacer tarde para dormir la siesta. Se preparó un completo desayuno que tenía desde frutillas hasta milanesas de ajolote, mientras leía un ensayo sobre “el rol género y la hospitalidad de los esquimales”. Pero no tardó demasiado en ser interrumpido por un cliente. Marcó su libro con una tapa de frasco de mermelada y dijo:

Aristóbulo Pachevko – El cebador de la ética

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Aristóbulo – [tose] Uh... con esto de la gripe omnipresente, las noticias me están afectando...



Ése que se quejó, es Aristóbulo Pachevko, un hombre que no cree en nada, un tipo de la ciencia, de los microscopios, de la empiria dura, del método cartesiano y de la alquimia.

Su consultorio se corona con un cartel que dice “El alquimista de los sueños”; un enigma publicitario, una carnada ficticia para peces curiosos y desesperados. Pero no siempre iban a morder los mismos peces...

Aristóbulo Pachevko – El exorcista de los deseos

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Aristóbulo - [sorbo de mate] Ajjj... está lavado.



Ése que se quejó, es Aristóbulo Pachevko, un hombre serio, concentrado y alquimista. Estaba esperando en su consultorio. Abandonó su mate feo con hierba reciclada y, resignado, se puso a leer un libro de “anatomía molecular y su aplicación en los rituales budistas”.

De repente, un hombre ingresó malhumorado. Aristóbulo marcó la página del libro con una boleta del gas y dijo:

Aristóbulo Pachevko – El alquimista de los sueños

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[Golpes de martillo]

Aristóbulo – Aaaaaaaah... lindo día para empezar a trabajar. [se sacude las manos]

Ése que hablo fue Aristóbulo Pachevko. Un tipo de edad media, taciturno, meditativo, solitario y alquimista. Acaba de colgar un cartel que dice: “Aristóbulo Pachevko, el alquimista de los sueños”.
No bien empezó a hacerse visible el cartel, la gente empezó a preguntarse qué carajo era eso. Corrieron los rumores tanto en bares como en sinagogas.

1 – ¿Alquimista? La alquimia es de gente de la Edad Media.
2 – Para mí que es uno de esos ladrones que venden placebos...

Sin embargo, Aristóbulo no sólo estaba convencido de su ciencia, sino que su estudio estaba tapizado de libros de medicina, química, anatomía, física, psicología y físico-culturismo.
Se sentó en su escritorio recién comprado en un local de muebles usados y se puso a leer algo de Cortázar. No importa qué libro, todos están buenos. A los quince minutos, mucho antes de lo esperado, apareció el primer potencial cliente.