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Aristóbulo Pachevko – El creador de los sueños

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[ruido de madera que cae]

Aristóbulo – ¡Pero, la re...!

Ése que murmura insultos y maldiciones que no se pueden decir al aire, es Aristóbulo Pachevko; un hombre de cuatro décadas, cabello canoso y barba tupida. Estaba leyendo un libro sobre “la desproporción entre el ruido de los caños de escape libres y el tamaño de la de sus dueños”, pero fue interrumpido por la caída del cartel de la puerta de su local.
Sin otra alternativa, salió afuera de su gabinete con un martillo en la mano, lo levantó del suelo y lo volvió a clavar. [martillazos]
De pronto, un hombre con aspecto de gángster se paró detrás suyo...

Camer

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Ayer me senté en un bar ricotero a tomar cerveza con los compañeros del laburo. Era necesario porque teníamos la cabeza llena y necesitábamos separar la corteza cerebral de la realidad.

De repente, un cuerpo se me acerca para pedirme un peso para el whisky y se me pencó a hablarme de sus historias con el consumo de drogas.

Mientras yo maldecía mi superpoder para imantar gente con problemas, estaba medianamente orgulloso porque en algo me sentía semejante a un Sherlock Holmes, cuya mera existencia hacía que los crímenes más rebuscados sucedieran a su alrededor.

Una vez retirado el cuerpo en cuestión, mi vejiga me obligó a visitar el atelier del arte urinario y me encontré con el mencionado sujeto esnifando cocaína con una tarjetita Junot. Al ver esa escena, dije “pucha que hay que ser macho para tomar merca con un osito cariñoso”.

Aristóbulo Pachevko – El mezquinador de la droga

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Aristóbulo – [aspira y tose] Agh, ¿por esto pagué doscientos cincuenta pesos?



Ése que está tirando un Cohiba a la basura, es Aristóbulo Pachevko, un hombre de edad media, carteludo y con poco gusto por el tabaco. Cerró la tapa del tacho de basura y agarró al azar un libro de su biblioteca, el cual se titulaba “El Capitalismo y el Complejo de Estocolmo desde una perspectiva marxista”.

Stairway to heaven

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Después de mucho tiempo de haberme pasado la vida encerrado entre las cuatro paredes y el trabajo, pude darme el lujo de asistir a mi viejo bar... emocionados, los mozos se peleaban por servirme la birra del retorno... sólo por verme de vuelta, porque nunca me sobró un centavo para una propina.

Pasa que yo me acostumbré a salir con lo justo, cosa que, si alguien me roba el bolso, se encuntre con la decepción de un montón de papeles escritos con una letra incomprensible (sí, es por eso que tengo una letra horrible). Es que hay mucha inseguridad, tal como lo dice el taxista... uno no puede salir a la calle con nada porque ya se convierte en objeto de deseo para los ratas y que te pueden tirar al piso, adornarte de piñas o volarte la cabeza de un tiro, pero ¡pará!

¿Qué onda?

¡Monos premiados! Argentores 2012

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Aristóbulo Pachevko – El imán de piñas

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Aristóbulo – ¡Adalberto! ¡Se acabó el papel!



Ése que está haciendo sus necesidades, es Aristóbulo Pachevko, un señor barbudo, con algunas canas y una irremediable pasión por leer en los sanitarios. Acababa de terminar una compilación de ensayos sobre “la ficcionalización de la vida de los muertos en las palabras en sus velorios” cuando se dio cuenta de que se había acabado el papel higiénico.

Guerra de comida

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Ayer, después de un día de verano apresurado que me obligó a poner mi camisa preferida en el lavarropas debido a que el sudor y el viento con tierra la convirtieron en una mezcla entre la ropa de Tarzán y un pantano, me senté a escribir en el patio de casa. Me preparé un trago de fernet, bien fuerte, no sólo por el sabor, sino porque agarré la costumbre de prepararlo fuerte para evitar que alguien me pida un trago, porque soy un tanto egoísta, sí, y si alguien se anima a tomar de ese mismo trago, con orgullo le convido, porque es alguien del palo. Así también, fumo puchos negros, porque en este mundo, si uno tiene puchos, se convierte en el pararrayos del mangueo.

Aristóbulo Pachevko – El antipotente del bailongo

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Aristóbulo – ¿Dónde dejé mis anteojos?

Ése que no ve nada, es Aristóbulo Pachevko, un hombre de edad media, políticamente incorrecto, alquimista, y miope. Recorrió paso a paso, tropiezo a tropiezo, cada rincón de su gabinete buscando sus lentes, hasta que de pronto...

Una bula para los internautas

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Después de una semana en la que el clima demostró ser bastante bipolar, se me hizo difícil encontrar un claro en el cual sentarme a degustar un porrón helado que haga contrapunto con un día caluroso.

Sólo un acontecimiento pudo darle valor a incurrir en estados alterados de conciencia: la celebración del aniversario del natalicio de nuestro compatriota Santiago “Polilla” Pfleiderer, quien coparticipó asado y choripanes como si estuviese a punto de lanzar su candidatura para las elecciones.

Durante la celebración, en un momento, la conversación derivó en si Aerosmith es rock o pop, y la guerra empezó con los cuchillos en la mano, enfrentamientos encarnizados, y con el rostro ensangrentado, el que subscribe gritó: ¡Por favor, no metan a los choripanes en esto!

La Cruz Roja ingresó en el quincho y se llevó los choripanes y un quilo y medio de bondiola de cerdo. La bondiola desapareció, lo cual compungió a los combatientes de ambos bandos, quienes salimos a rastrear la zona para recuperarla.

Llegamos a un falso campamento de la Cruz Roja, en el que había una flaco masticando un sánguche de bondiola mientras trataba de descargar un disco de Aerosmith desde el sitio de Taringa.

Aristóbulo Pachevko – El asesor de campaña

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Aristóbulo – Quiero un choripán...



Ése que sufre de hambre, es Aristóbulo Pachevko, fanático de los choripanes, de la ensalada rusa y de la alquimia. Llevaba dos horas pensando en cómo satisfacer sus antokos mientras leía un estudio sobre “La abdicación de Lady Di y la complicidad de los inspectores de tránsito”. Pero, oportunamente, un señor de aspecto serio llegó a su gabinete con un ostensible aliento a chimichurri.

Cómo rellenar un Infierno

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En un bar de Nueva Córdoba, un televisor más grande que el Peñón de Gibraltar proyectaba el partido entre Belgrano y Vélez. Me senté, como todas las semanas, a escribir entre gritos que vitoreaban al equipo pirata y me hice el boludo para que no me pongan la computadora de sombrero.

Iba con la idea de escribir alguna que otra reflexión sobre los resultados de las primarias, pero sólo se me ocurrió acompañar los cánticos celestes diciendo “y ya nos ve, y ya nos ve, es para Binner que nos mira por tevé”. Pasa que escribir sobre las elecciones está bastante trillado; los resultados aparecen hasta en los mensajes de texto que te mandan los amigos y las reflexiones son tocadas de oído hasta en la parada del bondi.

Le pedí al barman que me dé la clave del wi-fi, porque tenía ganas de boludear un rato; un poco de distensión siempre viene bien para inspirarse ante la hoja en blanco.

Aristóbulo Pachevko – El amaestrador de perros

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Adalberto – ¡Maestro! ¡El frasco se está prendiendo fuego!



Ése que grita es Adalberto Garrado, adolescente, impulsivo y aprendiz de alquimista. Estaba realizando algunos experimentos con bebidas blancas cuando la combinación de dos licores y un vodka de origen dudoso entró en erupción, interrumpiendo a Aristóbulo Pachevko, quien leía un tratado sobre “oportunidades y riesgos de conseguir pareja en un funeral”.

El ojo

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El jueves, después de que el viento me sorprendiera en camisa al salir de la casa, me pasé toda la tarde encerrado, tratando de sobrevivir a las circunstancias climáticas que me agarraron con toda la ropa sucia y sin un solo abrigo disponible que pudiera ser usado sin espantar a media ciudad. Está bien que, si voy caminando por el centro, con la mitad del servicio cloacal colapsado, es casi imposible que alguien pueda sentir la fragancia que pudiere emitir mi ropa, pero si alguien hubiese pasado cerca mío con un contador geiger, ya mismo estaría en cuarentena. No es que haya pasado por la planta nuclear de Fukushima, en cuya zona los componentes radiactivos se han filtrardo hasta llegar al mar; no hay forma de financiarme un viaje a Japón... aún así, no sé si iría precisamente a ese lugar, a menos que alguien me diga que ya empezaron a salir peces con doscientos ojos hablando en esperanto. Ahí va un puntito en contra para los que defienden la energía atómica como una alternativa a los hidrocarburos; obviamente no va a hacer mucho eco la noticia de que la radiación ha llegado a invadir el suelo y el agua porque la gente está mucho más interesada en lo que sucede acá nomás, en Rosario... a lo sumo, le pelearía protagonismo en el ámbito del turismo catástrofe, una nueva forma de turismo que se está poniendo de moda en el selecto círculo de los morbosos. Es que, de pronto un viaje que iba a costar barato porque el lugar está devastado, ahora cuesta caro porque hay un guía que explica en cinco idiomas lo que pasó y un montón de japoneses sacando fotos.

En fin, no tenía ropa porque, sin lavarropas y un frío haciendo metástasis hasta el relleno de los huesos, más conocido como caracú, resulta particularmente difícil lavar la ropa, y más aún secarla.

Pero, llegó la noche y todavía no había encontrado ninguna noticia interesante que me pudiese servir para tratar hoy. Pasa que, con esto de la veda electoral, no puedo hablar ni de la mitad de las cosas que han pasado, y eso que tenía para hacer chicle todo el programa con los spots que aparecieron... Bueno, por lo menos, ahora no nos van a invadir media hora de programa con anuncios.

Con el frío que hacía, me quise hacer un guiso o algo por el estilo, algo bien calórico para estar “gordito y sanito”, como decía mi abuela, mientras me contaba que, cuado era chica, le daban cucharas de limadura de hierro y le hacían tomar leche al pie de la vaca. El problema es que, mientras preparaba los ingredientes, me encuentro con que algún vecino me pungueó la olla.

El llanto de la estatua

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Hay días en los que uno tiene que sacrificar determinados placeres con la finalidad de cumplir con los deberes que establece nuestra sociedad. Por ejemplo, ayer tuve que resignar un par de horas con mi pareja para escribir este artículo mientras pienso en que, en esta época de frío, mi voto irá destinado a aquel buen ciudadano que declare la cucharita como una actividad de interés nacional y que los días en que la temperatura baje los 12 grados, debería decretarse asueto para consagrar esta actividad.

En fin, resignadas dos horas de cuchara, me pongo a pensar que desde el estallido de la llamada “guerra contra el terrorismo”, mientras los medios de comunicación masivos convencionales se pelean por ver quién tiene la papa, la opinión pública internauta y los nuevos gobiernos de centro-izquierda... bah, centro izquierda, ése es un título que les encantaría tener, pero pasa que la orientación cartográfica de las ideologías políticas es tan lábil e inestable que uno necesita un gps para saber dónde está parado. Digo, yo siempre me sentí de izquierda, pero cada vez que me pongo a discutir, qué se yo, sobre los convenios de minería, con un tipo del más fanático oficialismo, recibo epítetos del tipo “facho”, “milico”, agárrense el izquierdo, “menemista”, “vos seguro que votás a Macri”, y fundamentalismos del mismo orden. De hecho, salió una página que se llama “Elegílegí” en la que te dicen con qué legislador tenés más afinidad política. Es algo así como una página de citas en la que vos decís qué leyes votarías por sí o por no y te dice con qué legislador tenés el mayor porcentaje de coincidencias. Yo hice un experimento y puse en todas las opciones que “sí” y me salió un enorme listado de legisladores del Frente para la Victoria, volví a empezar, puse en todas que no y me salieron todos los candidatos del Pro. Dejo a criterio de los oyentes la interpretación de la tendencia de esta página.

Aristóbulo Pachevko – El alquimista de la fruta

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Aristóbulo – Hola. Deme un quilo de papas y otro de zanahoria.



Ése que compra verduras es Aristóbulo Pachevko, un hombre sencillo, alquimista y fanático de la ensalada rusa. Paseaba por la feria franca de los sábaos y observaba con inusual deleite las exóticas frutas que se ofrecían en los mostradores, cuando de repente…

La serpiente se muerde el OGT

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Me siento en un bar, perseguido por el tiempo, apurado por terminar este artículo a tiempo antes de tener que ir corriendo hacia ciudad universitaria a cursar un seminario sobre gestión de proyectos teatrales. Yo me pregunto después de esto, ¿qué voy a hacer yo haciendo gestión, si lo mío ha estado siempre lo más alejado posible de los números? Pero bueh, a veces hay que hacer un poco de números, ¿vio? Sobre todo a fin de mes, cuando uno tiene que estirar los centavos hasta que se conviertan en alambre de cobre, para comprar arroz, fideos, polenta... porque apenas empieza el mes, cuando uno tiene un poquito de plata, uno que es medio colgado con estas cosas, te engolosinás y decís “fooo, qué hago con todo esto”, te comprás las cervezas más caras, almorzás una semana con filetes de salmón rosado, comés sushi, que siempre es una estafa, porque te cobran cinco mangos un centímetro cuadrado de arroz, sí, el mismo arroz que vas a comer a fin de mes, y al llegar a la segunda semana, decís “me quedan X mangos para tirar hasta fin de mes”, y ahí empezás a recapacitar... claro, el mes pasado te pasó lo mismo, te preguntaste lo mismo al tener toda esa plata en el bolsillo y terminaste haciendo cualquiera. Y en ese momento, cambiás de opinión; porque todos tenemos un momento en que cambiamos de opinión, y generalmente sucede cuando tenemos la corbata ajustada contra la glotis y “empezamos a hablar como si Don Corleone nos estuviese haciendo una propuesta imposible de rechazar”.

Aristóbulo Pachevko – El transmutador de la raza

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Aristóbulo – [estornuda] Malditos ácaros...



Ése que acaba de estornudar es Aristóbulo Pachevko, asiduo estudioso, dueño de una biblioteca babilónica y alquimista. Estaba poniendo a prueba sus anticuerpos leyendo un ensayo de hace ciento cincuenta años titulado: “La que se viene cuando le hagan caso al delirio de Julio Verne”.

La lectura avanzaba con fluidez hasta que un tipo de cabeza rapada ingresó a su despacho.

Aristóbulo Pachevko – El conspirador del transporte

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Aristóbulo – ¡Hm! ¡Qué rico está esto! [con la boca llena]



Ése que está degustando su lemon pie, es Aristóbulo Pachevko, un hombre de edad media, narcisista y alquimista. Acababa de probar su propia obra cuando se le ocurrió leer un libro sobre las Fluctuaciones de la Raza y el Cloruro de Sodio, ensayos sobre diseños domésticos posmodernos racistas. De pronto, su lectura fue interrumpida por una adolescente que pasó frente a su local con una remera con ostensibles errores de ortografía.

Leche cuajada

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El miércoles a la siesta, antes de la ola polar que me obligó a quedarme encerrado en casa, no vaya a ser que me enferme de nuevo, que tengo que seguir viviendo, trabajando y disfrutando de todo el tiempo posible con mi novia, en fin, miércoles a la siesta, me siento en un bar completamente al azar... bueno, no, al azar no; escruté los precios de todos los bares de la gorra céntrica de Córdoba. Digo “gorra” porque me niego a utilizar el trillado y facho término “casco céntrico”.

Me siento a tomar una cerveza después de pasar más de siete días sin haber probado una sola gota del elixir de la vida eterna. Me pongo a leer un par de artículos que me pasó el productor, Mateoso Yadarola, mientras manoteo un trago de birra, un puñado de maní, dos de birra, uno de maní, tres de birra, uno de maní... El maní me estaba secando hasta el líquido céfaloraquídeo. Estaba más salado que el precio del combustible. Digo esto basado en lo que me dicen los taxistas, porque casi siempre ando a pata y no me fijo en el precio de la nafta y generalmente, me ne frega. A lo sumo, me afecta en el precio del taxi, o en el precio agregado por el transporte de los productos que compro para sobrevivir.

Apoyé, sí, la iniciativa de recuperar el control de la YPF porque era por demás absurdo que la explotación del petróleo argentino estuviese en manos extranjeras.

Lo mismo opino sobre la minería, así que no se hagan los giles, porque ya voy a hablar de ustedes.

El tema es que ahora lo de YPF no era tan así como lo pintaban, el martes firmaron un acuerdo entre YPF y Chevrón para explotar hidrocarburos no convencionales en la formación Vaca Muerta... qué nombre. Por favor, si van a echar mocos, no me la dejen tan fácil para hacer chistes. Lo voy a ignorar para no darles con el gusto. Es que me resultaba absurdo, ¿para qué expropian la vaca, si van a dejar que otro la ordeñe?

¿Qué diría Lisa Simpson?

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Me siento en un bar con el productor de este programa. Pedimos ambos un ron con agua y limón porque estábamos con la garganta afectada por la moda de enfermarse con el cambio de clima.

Como hacía tres semanas que no caía al bar, el barman despechado me sirvió una bestialidad con 80% de ron y un protector bucal de limón para quemarme el hígado y los mocos.

Eso me pasa por dejar abandonados a los colegas consuetudinarios de esta columna.

Bebo con la ñata arrugada el brebaje asesino y descubro un mundo nuevo... un mundo sinuoso que se asemejaba a los recorridos de la Pantera Rosa a través de las puertas pintadas en las paredes. Imágenes surrealistas se cruzan en mi camino: relojes derretidos, martillos caminando, Ricardo Fort sin cirujías, De la Sota diciendo que éste era un gobierno progresista, Méndez anunciando un avión a Japón, Bono haciendo apología de la soja transgénica... y me caigo del asiento... ¿qué carajo pasó? Venía alucinando con cosas que pasaron realmente y de pronto me encuentro con que Bono estaba acompañando al glifosato.