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Las Puertitas del Sr. Kong V: Juan

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Son las dos de la mañana y recién a esta altura reina el silencio en la casa de Kong.
Los vecinos de la casa de al lado viven eso que ellos llaman “una pasión tormentosa”: Se gritan, se tiran con objetos varios, se celan por cuanta cosa les sea posible para declarar luego a los gritos que les da igual si el otro existe o no.
Tienen también momentos en los que uno puede cruzarse con ellos cerca de la heladería, pasarán entonces con las caras luminosas, dados de la mano, comiendo conitos de frutilla, como si no existiera otra persona en el mundo más perfecta a la cual aferrarse.
Uno puede después de un tiempo preveer que eso no durará mucho y volverán al eterno círculo de reclamos y peleas.
Ellos llaman a eso “una pasión arrebatada”, Kong lo llama “un matrimonio espantoso”.

Las Puertitas del Sr. Kong III: Vicente

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Desde hace 20 minutos Kong está mirando la punta de sus zapatos.
La sala de espera de este hospital público podría ser tranquilamente uno de los castigos del infierno, si es que a caso ese lugar existe.
No, no es doloroso y no está en llamas, pero una espera de casi 6 horas para un control médico de rutina bien podría considerarse una tortura.
La gente se apiña en los asientos, se queja en voz alta, escucha música, habla del clima, o, como Kong, se mira los zapatos.
Ahora ha dejado de mirarlos distraídamente para poner mucho más énfasis, como si mirarse la punta del zapato fuera una tarea de vital importancia, todo con la vana esperanza de que el chico que acaba de sentarse a su lado no le hable.
No hay nada particularmente malo en su vecino de banco, pero Kong detesta que desconocidos le hablen en lugares de los cuales no puede escapar.
Se encarga de brindarles clarísimas muestras de educado rechazo: auriculares puestos, mirada hacia otro lado, lectura de libros, y -aunque no es su estilo ser descortés- su mejor cara de póker ante las preocupantes o divertidas anécdotas que estos desconocidos le cuentan.

Las Puertitas del Sr. Kong II: Marcelo

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“En esta mañana de miércoles no hay excusas para quedarse en cama” piensa el Señor Kong con algo de tristeza, mientras apaga el reloj despertador.
La semana empieza aquí para él, porque descansa los martes de su tedioso trabajo en el call center de Bv. San Juan y Bs. As. Pero quien haya trabajado como Kong en un lugar como este sabe bien que la semana nunca empieza, nunca termina, en el infinito ciclo de días laborales.

Podría pensarse que nuestro hombre es un obsesivo, ya que cuida meticulosamente cada detalle de su cotidianeidad y detesta los imprevistos cuando se encuentra en su casa.
Se despierta siempre 5 minutos antes de que suene el despertador y espera, mirando los números azules, a que llegue la hora programada.
Prepara su café, siempre la misma marca, dos cucharadas al ras, con la cuchara de mango azúl, la única impar de su cocina. Sin azúcar, en la punta de la mesa con cuatro galletas de salvado y un vaso de agua.

Si, podría decirse que es obsesivo, pero es que cuando sale a la calle, Kong ya sabe que no es dueño de nada.

Las Puertitas del Sr. Kong I: Irene

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Cae la tarde en este lunes de Córdoba. Un lunes como cualquier otro, monótono sin remedio, aunque para algunos empleados del callcenter de Bs. As. y Bv. San Juan la semana está terminando y el franco llegará, inoportuno, mañana martes.
Entre ellos se encuentra un hombre insignificante, el Sr. Kong.
Para este hombre, la semana pasa sin más y el martes es un paréntesis breve y sin gracia en el que se da apenas el austero lujo de alquilar una película vieja y tomarse un fernet.
El Sr. Kong no tiene amigos entre sus compañeros de trabajo: supera la media de edad por una década tranquilamente y el callcenter se le figura como todo un hormiguero de adolescentes que deambula sin parar.
Se dice a si mismo que es por eso que no encaja allí, por la edad, pero sabe bien que nunca fue un tipo sociable ni extrovertido y, para que se va a mentir, tampoco interesante.
Con los años ha llegado a admitir que no es resaltar lo que le molesta sino más bien que se intuye incapaz de sostener la mirada ajena.
Su estrategia fue ser siempre el clavo que no sobresale porque así la vida es mucho más sencilla… aunque debe admitir que también es bastante más aburrida.

Las Puertitas del Sr. Kong IX: Jaime

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Qué cosa es el amor, se pregunta Kong mientras ve películas de los años 50, mientras camina hacia la parada del colectivo y ve parejas tomadas de la mano, mientras mira el techo de su habitación y en la sala de descanso del trabajo mientras ve a Irene desde lejos.

¿Qué es el amor? Tan ajeno le resulta el asunto que no logra siquiera definirlo.
Y no es porque él fuera incapaz de sentirlo, Kong es tan capaz de amar como cualquiera y a veces -en la transición de un mundo a otro- le parece que más todavía… pero es que aun sin conocerlo le parece que el amor debe ser algo que se construye entre dos, algo que en cierto modo es imposible que exista cabalmente si proviene de un solo lugar…

Las Puertitas del Sr. Kong VIII: Octavio

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Es lunes, el señor Kong ha terminado su semana laboral y regresa a casa a esperar a que el paréntesis que supone el martes de franco se disipe con su soledad a cuestas.
Bajando del colectivo su casa está a sólo tres calles, pasando el bar de Martínez, a mitad de la cuadra. Camina Kong hacia ella bajo la llovizna finita con la vista gacha sobre la vereda, viendo como pasa el mundo bajo sus pies… pero justo antes de llegar al bar lo sorprenden la ternura de un hocico y unos ojos diminutos: un cachorro escondido en el alero de una puerta.

Frío y húmedo el cachorro es un punto casi dorado que tiembla en la vereda gris.
Kong, que nunca se había considerado sensiblero, se encontró de pronto abrazando con ternura al perrito, brindándole algo de calor. Quiere llevárselo, quiere salvarlo pero recuerda las palabras tajantes de la dueña… y es que su casa en realidad es parte de una especie de conventillo, cuatro habitaciones con cocina y baño que dan al mismo pasillo con pretensiones de patio.

Las Puertitas del Sr. Kong VII: Griselda

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Desde hace días Kong no duerme.
Ahora está sentado en su box de trabajo, atormentado por las mismas preguntas que lo han dejado insomne: el lunes pasado casi sin necesitarlo Kong cruzó una puerta, un poco por costumbre, y a la hora de volver no pudo, por largo rato, lograrlo.

Al principio le pareció un error jocoso pero después su ansiedad empezó a crecer y hasta golpeó desde adentro para que alguien le abriera… pero nada.
Después de un rato la puerta se abrió como si tuviera voluntad propia y Kong pudo salir, aterrado de ambos mundos.

Las Puertitas del Sr. Kong VI: Juan Carlos

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Kong se mira al espejo y recorta cuidadosamente ese pequeño mechón de pelo que esta fuera de lugar… A pesar suyo no está preparándose para algún romance, siendo un hombre solitario como es, tampoco es el narcicismo lo que lo lleva a arreglarse: nunca fue un hombre vanidoso porque como ya sabemos llamar la atención no es precisamente una cosa que busque si no justamente algo que evita con desesperación, tampoco es que tenga algún desdén por lo que esta desprolijo: no rechaza a quien lo es, al contrario, ama los detalles, pequeñas imperfecciones que vuelven a lo común único, porque revelan que el tiempo, la vida, ha pasado por ese objeto o persona.
Pero Kong disfruta cuando puede controlar aspectos de su vida. Tan a merced del mundo y su maquinaria feroz se siente que poder ser dueño y señor de algo lo reconforta, aunque no sea otra cosa más que ser dueño y señor de su corte de pelo.

Las Puertitas del Sr. Kong V: Juan

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Son las dos de la mañana y recién a esta altura reina el silencio en la casa de Kong.
Los vecinos de la casa de al lado viven eso que ellos llaman “una pasión tormentosa”: Se gritan, se tiran con objetos varios, se celan por cuanta cosa les sea posible para declarar luego a los gritos que les da igual si el otro existe o no.
Tienen también momentos en los que uno puede cruzarse con ellos cerca de la heladería, con las caras luminosas, dados de la mano, conitos de frutilla en la otra, como si no existiera otra persona en el mundo mas perfecta a la cual aferrarse.
Uno puede después de un tiempo preveer que eso no durará mucho y volverán al eterno círculo de reclamos y peleas.
Kong llama a eso “un matrimonio espantoso”.

Las Puertitas del Sr. Kong IV: Raymundo

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Por Juana Luján

La lista interminable de autos y peatones corre por la doble avenida como sangre bombeada por las venas. Orgánicamente, sin cuestionamientos ni vacilaciones.
Nadie aquí parece preguntarse el sentido de todo esto, de este deambular en eterno retorno de lo mismo, de este hormiguero gigante.

Kong ha estado en esta esquina, frente a un bar, desde hace casi tres horas.
Asaltado por la certeza de que toda esta maquinaria es absurda ha sido incapaz de cruzar la calle o de dar siquiera un paso más.
La luz de este mediodía de jueves es irritante, especialmente porque los ciudadanos respetables encuentran en la luz blanca el elemento justo para mantenerse activos, productivos, en movimiento.

De todas formas, cualquiera que sea el efecto que en otros produce un día laboral y una luz blanquísima, no lo tiene sobre Kong, que muchas veces en esos días necesita sus puertitas para salir del mundo hacia algo que tenga, irónicamente, más sentido.
Pero Kong se encuentra paralizado y hace tres horas que intenta desesperadamente mover su pie, no para cruzar la doble avenida, si no para correr al bar desde el cual ya hay varias personas mirándolo.
Alguien le pone la mano en el brazo, pregunta “¿se siente bien?” y el contacto con un desconocido sintiendo piedad lo lleva a salir de su estado catatónico.
No sabe que le dice al extraño, sólo sabe que ya está en movimiento, que está dentro del bar, que está a punto de abrir la puerta del baño sin siquiera preguntarse si hay alguien más.


Aquí está todo oscuro, Kong se pregunta a donde lo ha llevado su puertita esta vez… ¿será el limbo? ¿Habrá almas de niños sin pecados a su lado? ¿Será simplemente una habitación vacía? se le ocurre que en la noche mas absoluta asi debe ser, que el universo sin estrellas debe ser de una oscuridad tan pura y eterna como esta.

Estaba en este pensamiento cuando escucho una voz que venia de todas partes:
“Me llamo Raymundo, esta es mi alma.
Dado que no has intentado ingresar desde afuera, como tantos, sino que llegaste desde el centro mismo puedo decirte “bienvenido.” ”


Pese a que Kong solía entregarse sin reparos a lo que le deparase cada puerta le llevo unos instantes hacerse a la idea de haber ingresado al alma de alguien: durante años se ha mantenido relativamente alejado de las personas y aunque sabe que muchos han llegado a su alma duda seriamente de haber podido llegar a alguna… hasta este momento.
Raymundo no dice nada y Kong estima que es su turno de hablar, atina simplemente a decir “gracias” y el silencio vuelve a instalarse.
Generalmente Kong cuida sus palabras, sopesa el significado que tiene para él y también el que sospecha puede ser para los otros, esta vez sin embargo se encuentra como hablando sólo: “¿y porque todos los que intentan ingresar desde afuera no son bienvenidos? algo malo hay en eso”
Raymundo continua en silencio y Kong cree que quizás se ha quedado solo, pero al cabo de unos instantes esta voz resuena diciendo:


MIEDO
Miedo de ver una patrulla policial detenerse frente a la casa.
Miedo de quedarme dormido durante la noche.
Miedo de no poder dormir.
Miedo de que el pasado regrese.
Miedo de que el presente tome vuelo.
Miedo del teléfono que suena en el silencio de la noche muerta.
Miedo a las tormentas eléctricas.
Miedo de la mujer de servicio que tiene una cicatriz en la mejilla.
Miedo a los perros aunque me digan que no muerden.
¡Miedo a la ansiedad!
Miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto.
Miedo de quedarme sin dinero.
Miedo de tener mucho, aunque sea difícil de creer.
Miedo a los perfiles psicológicos.
Miedo a llegar tarde y de llegar antes que cualquiera.
Miedo a ver la escritura de mis hijos en la cubierta de un sobre.
Miedo a verlos morir antes que yo, y me sienta culpable.
Miedo a tener que vivir con mi madre durante su vejez, y la mía.
Miedo a la confusión.
Miedo a que este día termine con una nota triste.
Miedo a despertarme y ver que te has ido.
Miedo a no amar y miedo a no amar demasiado.
Miedo a que lo que ame sea letal para aquellos que amo.
Miedo a la muerte.
Miedo a vivir demasiado tiempo.
Miedo a la muerte.
Ya dije eso.*



Kong no replica nada.
No hay cosa que entienda más que ese miedo de Raymundo, es miedo a morir, a no ser amado, sabe que ese miedo también gobierna sus días pero sabe también que es un sentimiento muchas veces falaz y que –aunque sea cierto- deberá dejar de escucharlo.
Siente que debe irse, que cualquier palabra sobra ya entre él y Raymundo, pero en este lugar no hay nada, ni siquiera él está a la vista, menos aun la puertita que ha de traerlo a casa…
¿y si de pronto queda atascado en el alma de otro?
No, Kong cierra sus ojos que no ven nada aquí para pasar a su propio salón oscuro y eterno.
Sabe que su propia alma lo dejará donde deba estar.


* Miedo, Raymond Carver

Las Puertitas del Sr. Kong III: Vicente

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Desde hace 20 minutos Kong está mirando la punta de sus zapatos.
La sala de espera de este hospital público podría ser tranquilamente uno de los castigos del infierno, si es que a caso eso existe.
No, no es doloroso y no está en llamas, pero una espera de casi 6 horas para un control médico de rutina bien podría considerarse una tortura.
La gente se apiña en los asientos, escucha música, habla del clima, o, como Kong, se mira los zapatos.
Ahora lo hace con mayor énfasis, como si mirarse la punta del zapato fuera de vital importancia, solamente esperando que el chico que acaba de sentarse a su lado no le hable.

Las Puertitas del Sr. Kong II: Marcelo

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“En esta mañana de miércoles no hay excusas para quedarse en cama” piensa el Señor Kong, con algo de tristeza mientras apaga el reloj despertador.
La semana empieza aquí para él, porque descansa los martes de su tedioso trabajo en el call de Bv. San Juan y Bs As. Pero quien haya trabajado como Kong en este lugar sabe bien que la semana nunca empieza, nunca termina, en el infinito ciclo de días laborales.
Podría pensarse que nuestro hombre es un obsesivo, ya que cuida meticulosamente cada detalle de su cotidianeidad y detesta los imprevistos cuando se encuentra en su casa.
Se despierta siempre 5 minutos antes de que suene el radio reloj despertador y espera, mirando los números azules, a que llegue la hora programada.
Prepara su café, siempre la misma marca, dos cucharadas al ras, con la cuchara de mango azul, la única impar.
Lo toma sin azúcar, en la punta de la mesa, con cuatro galletas de salvado y un vaso de agua.

Las Puertitas del Sr. Kong I: Irene

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Cae la tarde en este lunes de Córdoba. Un lunes como cualquier otro, monótono sin remedio, aunque para algunos empleados del callcenter de Bs As y Bv San Juan la semana está terminando y el franco llegará, inoportuno, mañana martes.
Entre ellos se encuentra un hombre insignificante, el Sr. Kong.
Para este hombre, que no tiene nada que hacer en su día de franco más que padecer a algún ocasional vecino, el martes pasa como un paréntesis breve e insignificante en el que se da apenas el austero lujo de alquilar una película vieja y tomarse un vermut.