Muros

Esta semana, fui al bar y los empleados me cuestionaron mi infidelidad con el bar porque estuvieron escuchando el programa pasado y se enteraron de que estuve escribiendo en mi casa. De pronto me sentí acosado por los tipos que se encargan de servirme la birra. Y encima, como andaban en modo “despechado”, no me dieron maní. Mala gente... llevo dos semanas sin maní con la cerveza y corro riesgo de padecer síndrome de abstinencia.

De pronto, mientras me dispongo a escribir un radioteatro, siento la presencia de un tipo a mi izquierda... me mira fijo, lo sé porque si mirase más fuerte se empezaría a derretir mi lapicera. Trato de hacerme el boludo, pero no sirve... se dio cuenta de mi deliberada ignorancia y me dice “¿me das una moneda?”


Apenas tenía para los puchos, pero bueh... de pronto, me puse a pensar en por qué en los bares de medio pelo se ve un desfile de gente pidiendo... y claro, no los van a dejar pasar por lugares donde haya gente de plata, porque... ¡Oh! ¿Por qué dejaron pasar a este tipo acá? ¡Seguridad! ¡Seguridad!

¿Qué pasa? Montones de veces he escuchado la pregunta de “por qué no les piden a los que realmente tienen”, ¡porque no pueden! Los locales chetos están amurallados, con vigilancia y por poco no les ponen un francotirador en la terraza. Y está claro que el “cardenal 500” no va a visitar un antro popular...

Me suena bastante lógico, ahora que lo pienso fríamente, porque es parte de un proceso histórico de segregación social y de querer formar parte de un ambiente más exclusivo. La exclusividad es un concepto muy marketinero...

“Eau d’amour, exclusivo... para hombres...”

Exclusivo, excluir, segregar, alejarse de ese otro que no tiene el perfume de más d emil pesos, eso es entrar en un boliche de puertas cerradas con patovicas que dicen “vos, rubia, adentro, vos morocha, no”. No hay perfume importado que no tenga una valla eléctrica contra el bolsillo anoréxico.

Pero eso no se queda sólo en los chebolis ni en los perfumes, porque eso lo hacemos cada vez que nos sentimos en un lugar que está un poco más arriba del... que nos corresponde. Cobro un par de mangos más y lo primero que voy a hacer es invitar a mi pareja a un lugar donde sólo el mozo pase por la mesa y sea una especie de ninja que deja el vino y desaparece. Ser atendido, malcriado, mimado por un par de billetes que me aíslen de la cruda sociedad que nos pide una limosna.

Inevitablemente, la gente tiende a evitar ese contacto con la realidad urbana. Corren lejos, lo más lejos posible de la pobreza; tan lejos que se van a vivir a los barrios más alejados de la ciudad, y cuanto más alejados mejor. Y el siempre pendiente buitre inmobiliario...

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