Cómo rellenar un Infierno

En un bar de Nueva Córdoba, un televisor más grande que el Peñón de Gibraltar proyectaba el partido entre Belgrano y Vélez. Me senté, como todas las semanas, a escribir entre gritos que vitoreaban al equipo pirata y me hice el boludo para que no me pongan la computadora de sombrero.

Iba con la idea de escribir alguna que otra reflexión sobre los resultados de las primarias, pero sólo se me ocurrió acompañar los cánticos celestes diciendo “y ya nos ve, y ya nos ve, es para Binner que nos mira por tevé”. Pasa que escribir sobre las elecciones está bastante trillado; los resultados aparecen hasta en los mensajes de texto que te mandan los amigos y las reflexiones son tocadas de oído hasta en la parada del bondi.

Le pedí al barman que me dé la clave del wi-fi, porque tenía ganas de boludear un rato; un poco de distensión siempre viene bien para inspirarse ante la hoja en blanco.


– Iba a ver minitas.

No, che; estaba en un lugar público, no da. Eso se hace en privado...

Llevaba, fácil, cuatro días sin entrar al facebook; ¿saben lo que eso significa?

Cuando estaba en el secundario, revisar el correo analógico cada una semana (sí, en el secundario, usaba el correo analógico; en esa era geológica vivía) era para recibir, como mucho, dos o tres cartas. En cambio, me ausenté cuatro días de las redes sociales y me encontré con quichicientas notificaciones y treinta mensajes. Me agarró un ataque de viejazo, sopló el viento, me entró chuchito y me adjudicaron casi tres sotas. Me dio vagancia leer todo eso, cerré el car’e libro y me puse a reflexionar sobre los medios masivos.

Siempre traté de defender la libertad que el usuario tiene de los artefactos tecnológicos, como lo hizo el emperador de Abisinia, Menelik II, que usó la silla eléctrica como trono porque su nación no disponía de electricidad. Pero, el problema es que la especificidad de los artefactos actuales impide una gran mayoría de usos alternativos, no por la imposibilidad, sino porque están sujetos al control constante de las actividades de los usuarios.

Por ejemplo, si una publicidad hace que un determinado celular de última generación se convierta en una especie de certificado de que el usuario la tiene más grande, todo el mundo va a querer comprar ese celular. Cuanta mayor accesibilidad a todos los medios de comunicación, mayor es el control que se ejerce sobre su usuario, no porque el aparato recién adquirido así lo establezca, sino porque los programas y sitios de internet más utilizados son proveedores de información muy cotizados.

Google memoriza qué buscás para mandarte publicidad acorde a tus búsquedas, mientras tanto, en Londres instalaron tachos de basura que, a través de la señal de wi-fi, analizan los sitios que la gente visita desde el celular para mandarles publicidades.

Claro, todo con buenas intenciones, porque eso, según dicen, agiliza las búsquedas y el acceso a lo que uno quiere.

Mientras tanto, el ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, Antonio Patriota, le exigió a John Kerry, secretario estado de Estados Unidos, que la termine con el espionaje internacional, lo cual fue respondido con un discursito de buen samaritano que decía [voz de buen samaritano] “pero si nosotros sólo hacemos todo lo posible para evitar el terrorismo y protegemos a nuestros ciudadanos”. De nuevo, todo con buenas intenciones, pero, ¿saben qué? De buenas intenciones están llenos los huevos.

Ya bastante información tiene la CIA con todo lo que publico en Facebook. De pronto, los tipos, sin necesidad de agregarte como amigo, pueden leer todo lo que publicás, y eso me jode, porque yo quisiera blanquear esta relación consuetudinaria que tengo con la Agencia Central de Inteligencia. No es que me interese saber qué publican, si asistirán a la próxima reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, si les gusta la noticia de que Justin Bieber cantó desnudo para su abuela o si les gusta ver fotos de gatitos.

Sólo me gustaría hacerme amigo, que le den “me gusta” a la página de este programa, poder recomendarles las publicaciones en las que digo que soy un terrorista porque voy a arreglar el inodoro con una bomba, etiquetarlos en fotos en las que salgo con barba y con turbante o invitarlos a mi próxima fiesta de cumpleaños.

Es más, tengo ganas de tener un celular inteligente, o al menos que no sea tan idiota como el mío, y que tenga un dispositivo que grabe todas mis llamadas telefónicas, así empiezo a dedicarles largos diálogos completamente inútiles sobre cómo pretendo meterme en el escenario del próximo show de Lady Gaga para cantar una balada contra el uso de vestidos hechos de carne, enarbolar la biblia del veganismo, visitar todas las puertas de la ciudad los días domingos a las 9 de la mañana para predicar la palabra del Maestro Yoda, y así, saturo todas sus computadoras con contenidos que no les van a servir para nada.

Ahora sí, para que lo sepan, todo con buenas intenciones.

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