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Payasofagia

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Moda: Charly estaría a la vanguardia.
Casi fiel a su estilo, el sábado 12 de febrero, Charly García se presentó ante el expectante y heterogéneo público de la undécima edición del Cosquín Rock. Skay Beilinson ya había dejado abonado el campo a fuerza de pocos un tanto mansos, pero no por eso menos fertilizantes.

El componente cannábico, pese a la hora avanzada de la noche, aún no se había agotado; pero sí costaba cierto trabajo conseguir fuego, lo cual se me hizo evidente en la cajita de fósforos, casi diezmada por el constante mangueo del público ricotero.

El autor extemporáneo del Himno Nacional Argentino apareció en el escenario vistiendo un saco azul claro, cuyos botones asfixiados suplicaban por no salir despedidos hacia los ojos del público, debido a la presión ejercida por su desarrollada musculatura abdominal. Llevaba puesto un jean a tono, cortesía de los más afamados reparadores de electrodomésticos, lo que llamó la atención del público debido a la ausencia de cinturón y/o tiradores que lo sostengan en una parte determinada de su cuerpo.
Cannabis: Eolo habría sido dealer de humo desde
tiempos antiguos.
Y así, con poco preámbulo, el bigote yin yang señaló la ausencia de olor a faso, declaración que fue refutada tres temas después, tras la aparición milagrosa de una brisa dirigida al escenario. Según dijo Esther Píscore de García (el griego), ésta fue la voluntad del dios Eolo, queriendo tentar a un Charly rescatado, quien negó acérrimamente la posibilidad de salir de Babilonia vía troncho.

Existen muchas teorías respecto de cuál es el origen de la prominente barriga que adorna el cuerpo del ídolo del rock nacional. Entre los disímiles postulados, están los que se refieren a medicamentos a base de corticoides, psicofármacos, y hasta la existencia de una hipotética abuelita que insiste en que tiene que estar “gordito y sanito” (teoría sumamente cuestionada porque, dada su edad, la supervivencia de tal abuelita sería generacionalmente imposible, o al menos, récord Guiness). Por otro lado, la teoría que propuso Flash consiste en que el músico habría cenado un payaso y que todavía no habría terminado de digerirlo. Una prueba de ello serían las palabras que el oído absoluto pronunció durante el recital, entre tema y tema, y que fueron bien conceptualizadas en el grito de una oyente que dijo: – ¡Dejá de perder aceite!


Tras una escueta lista de temas (más o menos equivalente a la del resto de los músicos), intentó despedirse del público con un “bueno, muchas gracias, pero… a ver, ¿qué excusa puedo dar?”

Y se fue, pero…

Estatuas: David estaba orinando detrás
de los baños químicos.
Es casi una costumbre  que, después del verso “soy el que enciende y el que apaga la luz”, se apaguen las luces y todos se vayan para luego volver. El público ni se movió; menos aún los verdaderos devotos, que parecían davides y vénuses de Milo frente al escenario, aunque un poco más vestidos (sólo un poco).

En un delirio digno de ser escrito por Aristófanes o el Conde de Lautreamont, incrementó la gula marca Sativa del público con estas aladas palabras: – Estoy en el teatro Lugo, en una revista para toda la familia, con la Mole Moli, la Cristina, Leonardo Neustadt (sic), La Mona Jiménez y el guitarrista de Pink Floyd.

Como respuesta, el Negro García López, abrochó las notas iniciales del tema Comfortably Numb, y el público firmó la carta documento con un suspiro que hizo tambalear los bafles más que con el patadón que les puso el controversial artista. Y continuó: – Vamos a tocar algo de Pink Floyd. Una canción muy alegre que habla de cuando uno se vuelve loco. Say no more.

Sin abandonar su amor por hacerles difícil la vida a los técnicos, al terminar la emotiva oda a la cómoda idiotez, dijo: – Yo voy a regalar el micrófono –, y dicho y hecho, arrojó el micrófono hacia el público cual proyectil naval destinado al primer submarino amarillo que se cruce por su camino.

Y se fue, pero…

Mientras el epicentro del talento argentino (el que subscribe se pone idólatra) cultivaba su ausencia, los ojos del público lo buscaba por las escaleras del escenario y los ojos de los técnicos intentaban contactar con el afortunado receptor del micrófono para suplicarle que lo devuelva.

Los plomos apagaron los equipos y se los llevaron, casi coreográficamente (por alguna razón, todo parecía extrañamente coreográfico, inclusive la patada a los bafles), pero Charly ya tenía ensayado un segundo retorno al escenario, y los plomos debieron echar a correr nuevamente.

– ¿Se escucha, allá al fondo? ¿Se escucha bien? –  preguntó sentado frente al piano de cola; y tras recibir un “sí” absoluto de parte del público, se dirigió nuevamente a los técnicos: – La gente se queja del sonido.

Y tocó con lo que había…

– Vamos a tocar Apocalipsis ayer, hoy y mañana. Vals del Uritorco – fue el preludio del Himno Nacional según Charly García.

Axilas: El rocanrolenenen se tatuó en ellas.
El nacionalismo “alla rock ‘n roll” empezó a marcarse en las axilas del público boroboreando el solo de algo (en esta edición, solo de agite y rolinga) y sublimó las esperanzas de un país mejor con el grito sagrado: – Oh, juremos con gloria vivir.

Y se fue, pero…

Décadas de escenario, hicieron de este Charly ex-vicioso un showman para toda la familia. Es por demás evidente que me refiero a la familia de ahora: a la familia post-guano-de-Tinelli. El público argentino le facilitó, sin embargo, ese feedback que lo caracteriza, dándole siempre motivos para hacer de cada presentación una especie de diálogo (no siempre coherente, de más está decirlo).

Durante un silencio escénico de más de quince minutos, la población expectante cantó: – O, le, le, o, la, la, el gordo se la come y Charly se la da.

Bis.

– ¿Quién se la come? – Preguntó Charly, y el pueblo insistió con el cantar – ¿el horno? – se hizo el boludo – ¿el ogro? – se siguió haciendo el boludo – ¿el orto? – y llevó el teatro a los límites del absurdo.

– No me gustan estas cosas que hacen, ¿eh? – Amonestó, y el público se quedó callado como un niño que sobrepasó el nivel de tolerancia de sus padres – les faltan códigos; mirá si yo voy a estar cogiendo a un… un rockero.

Algunos se rieron, otros no. El plomo se había convertido en una especie de ovillo carcajadista.

– ¿Es un rockero barrial? – Continuó con el tema, pero el público no compró – ¿Es un rockero… mariquín? – y el público empezó a reírse (y ahí sonó detrás de mí la frase que decía “dejá de perder aceite”).

Y sonó la frase necesaria de la noche; pero antes de darla a conocer, me gustaría que Borges ilustre la situación con sus palabras:

Sodomía: No debería ser motivo de risa.
“… la sodomía. En todos los países de la Tierra, una indivisible reprobación recae sobre los dos ejecutores del inimaginable contacto. Abominación hicieron los dos; su sangre sobre ellos, dice el Levítico. No así entre el malevaje de Buenos Aires, que reclama una especie de veneración para el agente activo –porque lo embromó al compañero–.  Entrego esta dialéctica fecal a los apologistas de la viveza, del alacraneo y de la cachada, que tanto infierno encubren.”

Argentinísimo, casi el escudo sudaca que tantos poetas quisieron encontrar, Charly dixit: – ¿Es Calamaro, por ejemplo? Porque ahí sí que me va a dar risa.

Pero se ve que la civilidad le está pegando (o simplemente, se volvió a hacer el boludo), porque culminó el dicho con: – Bueno, es alguien que no conocemos; alguien que todavía no llegó a la Capital.


Un Charly García cuestionable y cuestionado apareció ante los Monos con una exhibición que pretendió ser fiel a su estilo y estuvo a más o menos tres cuadras de lograrlo. Es que cuando lo improvisado suena tan perfecto, es difícil creer que fue improvisado, pero cabe la duda religiosa (o hasta cortesana) al ver tan excelentes músicos (“Los tres chiflados, según se refirió a los chilenos, y el “negro”).

Para la gente que lo sigue. Charly García, barrigón y cachetudo, manso, reflexivo, en edad de jubilarse y todo lo que se les ocurra a toda la gente, no deja de inspirar elogios.


Mi abuela dijo, pocas horas antes de escribir esto, que no lo soporta.

– ¿Alguna vez escuchaste sus temas? – le pregunté.

– Cuando me enteré de lo que hizo con el Himno [Nacional Argentino], me pareció una falta de respeto.
Siguiendo mi costumbre, como cada vez que me encuentro con argumentos de este tipo, solté el tema de “qué pasó con Ricky Fort, que ya no se dice nada de él”, y así, los miembros del almuerzo del domingo se entretuvieron hablando del colágeno en los labios de Angelina Jolie, lo mal que le quedó, al igual que a Raquel Mancini. A la distancia, mientras preparaba mi café aislante (nada mejor que tomar mucho café después de un almuerzo incómodo; salís corriendo al baño y nadie te pide razones), grité que a nadie le ha quedado bien esa cirugía, pero nadie me dio bola.

Cosquín Rock – Las irregularidades del suelo no se notan si viajás en avión

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El festival Cosquín Rock es un evento que apareció con el lema “ahora nos toca a nosotros”, pronunciada por una voz viciosa y carraspeada. Allá por el año 2001, fue un evento que recordó lo que fueron Villa María Rock, La Falda Rock, Chateau Rock y, por qué no, Woodstock. Bah, existen numerosas razones por las cuales excluir Woodstock de la comparación: la época (posta), el difunto movimiento hippie, la coherencia pacifista de los artistas invitados y las drogas consumidas, pero esto no tiene por qué diluir el hecho de que la adolescencia local ha creído que era lo más cerca que podíamos estar de semejante evento histórico y artístico.

En la actualidad, el Cosquín Rock podría definirse como un amor hacia lo supermasivo y un desprecio hacia darles oportunidad a los grupos minoritarios, tanto en lo que refiere a bandas como a prensa.

Con respecto a las bandas, ya ha circulado un comunicado por Internet que cuenta la experiencia de las bandas locales de Córdoba, quienes tuvieron que pagar por participar del evento en el escenario Julio Anastasia. Tristemente, este tema no fue difundido fuera del círculo de músicos independientes y de amigos.

Éste es el documento que circuló al respecto: http://proyectosurcordoba.com.ar/?p=153

Por otro lado, con respecto a la prensa, voy a cometer deliberadamente un pecado periodístico y voy a contar mi experiencia personal.

El día miércoles 9 de febrero se entregaban las acreditaciones para los medios de la ciudad de Córdoba, en el local Locuras (ubicado en la calle 9 de julio). Supuestamente, los medios del interior debían retirarlas el mismo viernes 11 en las boleterías del Cosquín Rock, en Santa María de Punilla.

Para evitarnos el engorroso trámite de ir más temprano, me tiré un lance y fui a buscarlos el miércoles 9 en Córdoba, con el documento en el bolsillo. Pero sin tener que demostrar mi identidad, me llevé la acreditación que me correspondía y la de mis compañeros. Esto significa que pudo haber caído cualquier paparulo en mi lugar y hubiese podido llevarse el pase gratis al Cosquín Rock y a la carpa de prensa. Esto lo digo con toda seguridad porque en la página de internet de Cosquín Rock estaba a la vista el listado de medios acreditados con los nombres de sus representantes (ver imagen).

El viernes 11, al llegar al predio, después de una revisión de bolso y bolsillos por parte de la policía (quienes tardaron unos quince minutos, ya que no sabían si podían dejarme pasar con el trípode de la cámara de fotos o no), ingresé al extenso campo y me encontré con algo que me llamó la atención pero que no me sorprendió en lo más mínimo.

Había un cartel en el cual se detallaba qué accesos tenía disponibles cada acreditación.

Para que el lector se dé una idea, las acreditaciones eran unas pulseras de plástico de un color determinado. Nuestro color era el amarillo flúo; un color que, con suerte, puede combinar con una peluca de Lady Gaga.

A todo esto, algún elfo de mierda me robó el celular.

Personalmente, yo no necesitaba más autorización que la mínima: pasar al predio y acceder a la carpa de conferencias. Pero me resultó poco considerado que algunos medios gráficos (como la revista La Unión Regional) hayan tenido que meterse entre todo el público para sacar una buena foto desde el frente del escenario, ya que, con suerte (y cuando los guardias tenían ganas), sólo podíamos estar a un costado del escenario. Como para graficarlo, desde ahí se podía ver el escenario como quien ve el arco de fútbol antes de patear un córner (algo seguro es que resulta financieramente difícil tirar un centro con una cámara de fotos).


Yo me pregunto quién fue el descendiente sanguíneo
directo de hadas nórdicas que me robó el celular.

CJ Ramone: Allá a lo lejos, se pueden ver los pies
de un desconocido a la inversa.

Es por demás evidente que a la carpa de conferencias de prensa no asistieron todas las bandas. De hecho, me quedé con las ganas de preguntarle a CJ Ramone si tenía ganas de hacer algo que no sea punk, dado que ha demostrado que le sobra talento como para hacer lo que se le cante. Del mismo modo, me tragué una pregunta a Fidel Nadal: ¿Cuándo va a hacer un tema con su propia voz? ¿Se viene un unplugged de Fidel? En fin… CJ estaba programado y se canceló (oficialmente, se desconoce el porqué). Fidel, ni programado (me gusta pensar que sabían que yo lo iba a bardear).

¿Cuál fue la reencarnación del Buddha que me robó el celular?

Spinetta era cantado que no iba a dar charla, porque no le gustan los medios. Skay, no sé… y otros tantos que no sé. Pero bueh, no se les puede exigir a los artistas que den conferencias de prensa (calle 13 hubiese sido un golazo, pero los discriminados del mercado mediático no pudimos ni oler sus axilas).

Hasta tal punto existió una discriminación hacia los pitufos de la prensa que, si bien el viernes podíamos acceder al catering y al puestito que coparticipaba sangre de mono (según argüían, por falta de guardias), el sábado no pudimos llegar a tan preciado brebaje. Pero ésa es una cuestión que excede lo profesional y que poco importa; lo que merece mención de esto es que estábamos muy lejos de obtener los privilegios de Cadena 3, La Voz y Canal 8, entre otros que pude ver en silla de oro.


¿Quién fue el “nene bien”,
miembro de una antigua estirpe de nobles y cortesanos,
que me robó el celular?

¿Qué estaba haciendo Flash mientras le robaban el celular?

Durante la conferencia de prensa de Los Pericos, la última que se dio el día sábado, antes de darme cuenta de que alguien me había expropiado mi celular (donde tenía guardados audios con Machito Ponce, Pocho La Pantera, Gieco y Juanchi), una chica preguntó por el suyo, diciendo: – Es viejo, pero es material de trabajo.

¡Fue en la carpa de prensa!
¿Quién fue la archifamosa estrella
de los medios que me robó el celular?

Durante la exhibición de talento solitario de Skay Beilinson, nos cruzamos con un tipo que cargaba una cámara profesional envidiable y una mandíbula tiritante digna de la misma pasión. El tipo hablaba (durante frecuentes rascadas de nariz) de su indignación porque le habían robado un filtro de dos mil mangos. En ese momento me pregunté dónde compraba sus filtros, porque era muy probable que lo hayan estafado.

Y a mí, con un celular de $200,
me hicieron un orificio financiero impresentable.



Tiempo después, escuché un rumor que decía que, en la zona de ingreso del Cosquín Rock, algún incógnito vendía acreditaciones de prensa.
Un momento… ¿o sea que nuestras acreditaciones tenían precio?

¿Y de ahí proviene el nieto de Apolo que me robó el celular?

De más está decir que el día domingo no pude asistir por culpa del que se apropió de mi celular y me obligó a comprarme otro (por que la vida me prohíbe no tener celular, lo cual resulta irónico, ya que odio los celulares) y me dejó sin un centavo más que para solventar mis gastos en tinta. Sin embargo, el balance experiencial es altamente positivo, ya que los artistas pudieron suplir con creces las falencias de la organización del festival.

¡A ver si a Palazzo le importa que un elegido
por las Potestades me haya robado el celular!

Queda pendiente (tarea para la casa) un poquito más de respeto hacia las bandas locales y hacia los medios independientes. Al fin y al cabo, el Cosquín Rock ya tiene prensa por sí solo, y son ante todo los independientes los que son más del palo. O si no, Palazzo, preguntale a Gieco cuánto respeto (y cuánta chupada de medias) merece el grupo Clarín.

Por cierto, estaría buenísimo que Gieco no sea tan obscenamente oficialista, pero bueh… eso no le quita a nadie el título de "grosso".



Se me hace contradictorio (más allá de la empresa y el comercio) que, en un ámbito “del palo”, un lugar donde se concentra el zurdaje y el anhelo revolucionario de la juventud, exista tan poca horizontalidad para la opinión. Pero aún peores me han resultado los gestos de los guardias (no es personal, ya que son sólo portadores de una idiosincrasia institucional) diciendo “con esa acreditación no podés pasar por acá”, siendo que se referían a un área de prensa (el córner, el lugar desde el cual el fotógrafo debía patear la cámara para que alguien cabecee la foto de tapa).


Es evidente que la movida del rock no va a terminar, porque la gente lo exige y porque las bandas siguen gritando por un escenario; pero el Cosquín Rock aún precisa de la colaboración y de la presencia de todos, tanto desde el feedback que enaltecen el espectáculo que ofrecen los artistas, como de la opinión que señala las falencias que se deben solucionar en sus próximas realizaciones.



¿Quién fue el vástago de Arjuna que,
con un flechazo guiado por los dioses,
me robó el celular?