¿Qué diría Lisa Simpson?

Me siento en un bar con el productor de este programa. Pedimos ambos un ron con agua y limón porque estábamos con la garganta afectada por la moda de enfermarse con el cambio de clima.

Como hacía tres semanas que no caía al bar, el barman despechado me sirvió una bestialidad con 80% de ron y un protector bucal de limón para quemarme el hígado y los mocos.

Eso me pasa por dejar abandonados a los colegas consuetudinarios de esta columna.

Bebo con la ñata arrugada el brebaje asesino y descubro un mundo nuevo... un mundo sinuoso que se asemejaba a los recorridos de la Pantera Rosa a través de las puertas pintadas en las paredes. Imágenes surrealistas se cruzan en mi camino: relojes derretidos, martillos caminando, Ricardo Fort sin cirujías, De la Sota diciendo que éste era un gobierno progresista, Méndez anunciando un avión a Japón, Bono haciendo apología de la soja transgénica... y me caigo del asiento... ¿qué carajo pasó? Venía alucinando con cosas que pasaron realmente y de pronto me encuentro con que Bono estaba acompañando al glifosato.


Siento que algo hay podrido en Dinamarca y le pregunto al productor Yadarola al respecto... y me enfrenta a un episodio en el que, efectivamente, el cantante de U2, conocido por su compromiso social y con el medioambiente, apoya una campaña organizada por grandes empresas multinacionales, entre las cuales se encuentra Monsanto.

Con cara de pocos amigos, me acerco a la barra y le pido que me carguen más el vaso porque no tenía cómo bajar la imagen que yo tenía del mencionado cantante... digo, yo solía ser uno de esos ilusos que, de niños, considerábamos que podíamos ser presidentes, que Superman volaba, que comiendo hamburguesas íbamos a ser tan flacos como el payaso Ronal y que Bono era un ambientalista con todas las letras. Pero bueh... resulta que no... oh, gran desilusión, ¿dónde podré ahora confiar mis valores? ¿Qué campaña solidaria merecerá mi confianza ahora? ¿A quién le donaré dinero si...? A quién quiero engañar, si no tengo dinero...

Lo que pasa es que mi desilusión se acopla perfectamente con la visión que tengo del asistencialismo.

Es que considero que no existe asistencialismo que tenga beneficiarios más allá de los propios asistencialistas. Es decir...

Por un lado, si yo tengo mucho dinero (el barba me oiga), compro muchas golosinas, hago una campaña para regalar golosinas a todo un barrio durante un año entero, durante ese tiempo, los quioscos no venderán golosinas y les rendirá poco económicamente. Entonces, si aún tengo dinero (¿escuchaste, barba?), hago un trato con los quioscos, les compro el negocio a bajo precio y al año siguiente, la única forma que tendrán para conseguir golosinas será a través de mis negocios. Y así, me hice del negocio perfecto (marca registrada mía, todo aquel que tenga dinero para realizar este plan maquiavélico estará inmediatamente asociado conmigo para la empresa).

Y por otro lado, si uno arma una campaña de dádivas, lo que está haciendo es poner en práctica el viejo dicho “pan para hoy, hambre para mañana”. Hacer eso, si bien suena políticamente correcto darle comida a alguien que no la tiene, también implica un ejercicio de poder por sobre el desposeído. Es decir, mientras uno tenga de sobra y ofrezca limosnas disfrazadas de solidaridad, está haciendo un ejercicio de poder por sobre el otro, de tal manera que uno siempre se sostenga como el poseedor y el otro como el desposeído. En este sentido, la lástima se convierte en un sentimiento horrible que disminuye al otro y lo convierte en un sujeto del poder que uno detenta.

Algo así como lo que le sucedió al jeque de las empresas de limpieza de consorcios mientras volvía de Güemes Soho:

– Ay, pobre tipo... no tiene nada, ¿no nos sobró una porción de roulette de langosta al champignon y otras palabras francesas para darle?

– Sí – dice el hijo del gran jeque de la ingeniería ambiental – pero podríamos ofrecerle un trabajo en nuestra empresa y así tendrá para comer toda la vida.

– No, nene, vos no entendés; este tipo ya no está acostumbrado a trabajar, ¿vos te creés que va a aceptar un trabajo honrado?

Más o menos así fue lo que escuché en un ámbito mucho menos paródico, ahí nomás de donde yo estaba tomando un trago que me costó más barato que el boleto del bondi... bueno, no es que sea tan barato el boleto del bondi... capaz que un roulette de langosta al champignon y otras palabras francesas me salía más barato.

El tema es que la campaña que organizó el G8 junto a Walmart, Syngenta, Pepsico, Monsanto y otros, es una dádiva de alimentos, sí, muy correcto, muy lindo todo, pero no sólo es una dádiva lisa y llana, sin enseñanzas sobre huerta propia, sobre soberanía alimentaria o lo que sea, sino que además, es una imposición de alimentos transgénicos, mucho menos sutil que los discursos homofóbicos de Berlusconi.

Es una imposición equiparable a la alimentación forzada de los presos de Guantánamo que, como estaban haciendo huelga de hambre, para no quedar en evidencia por las pésimas condiciones en las que se encuentran tras las rejas. Como no me gusta que la gente se quede con la duda, la alimentación forzada a la que son sometidos consiste en algo así: ¿vieron cuando uno está tomando una gaseosa y alguien cuenta un chiste muy bueno y la gaseosa sale expelida por la nariz? Bueno, al revés.

No les importa si eso es bueno, si es saludable, si es lo que necesitan. Es alimento, los mantendrá con vida, y punto.

Ésa es la nueva estrategia utilizada por los países del G8 después de que el activista irlandés Bobby Sands padeció bajo el poder de Margaret Thatcher.

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