Aristóbulo Pachevko – El antipotente del bailongo

Aristóbulo – ¿Dónde dejé mis anteojos?

Ése que no ve nada, es Aristóbulo Pachevko, un hombre de edad media, políticamente incorrecto, alquimista, y miope. Recorrió paso a paso, tropiezo a tropiezo, cada rincón de su gabinete buscando sus lentes, hasta que de pronto...



Gato – Miau.

Se dio cuenta de que un gato culto le había arrebatado los anteojos para adelantarlo en su lectura del “Manual de excentricidades de Ricardo Fort, Tomo 12”.

Aristóbulo - ¡Devolveme los lentes, gato de porquería!
Gato – Miau, miau.
Aristóbulo – Dame eso, que es mío.
Gato – Miau.
Aristóbulo – ¡Dije que me dés eso!
Gato – ¡Y yo dije que miau, carajo!
Aristóbulo – ¡A mí no me hablás así, gato callejero! Dame esos lentes...
Gato – Miauuuuuuuuu...

Aristóbulo se puso sus lentes, arrojó el libro sobre Ricardo Fort al fuego y se puso a leer algo más interesante... un tratado sobre “El Celibato de los Sacerdotes y todos los insultos que Freud diría al respecto”. Pero, poco después de la cuarta página, llegó un cliente...

Cliente – Buen día.
Aristóbulo – Buen día, ¿qué se le ofrece después de haberme interrumpido mi lectura?
Cliente – Epaaa, ¿tuvimos un mal día?
Aristóbulo – Yo tuve un mal día, ¿usted también?
Cliente – No.
Aristóbulo – ¿Entonces por qué habla en plural?
Cliente – Es una forma de decir...
Aristóbulo – Formas de decir eran las que decían que con los militares estábamos mejor, y también hablaban en plural.
Cliente – Es que con los militares estábamos mejor.
Aristóbulo – Ufff... bueno, imagino que viene porque tiene un problema.
Cliente – Sí, resulta que mi hijo está muy enfermo y tiende a enfermarse con mucha facilidad.
Aristóbulo – ¿Y de qué se enferma?
Cliente – Le da alergia; se enferma cuando está muy estresado, cuando sale a la calle y hay mucha gente, mucho peligro, mucha inseguridad.
Aristóbulo – ¿Y usted cree que hay mucha inseguridad?
Cliente – ¡Por supuesto! ¿Usted no ve los noticieros?
Aristóbulo – No.
Cliente – ¿Por qué no ve los noticieros?
Aristóbulo – Para no estresarme.
Cliente – Pero, ¿cómo puede no estar estresado si no sabe lo que sucede a su alrededor?
Aristóbulo – Fácil; no sé nada sobre la inseguridad, por lo tanto no me siento estresado.
Cliente – Pero entonces usted tiene un problema, ¿cómo puede vivir tan desinformado? ¿Acaso no sabe que si uno sale a la calle corre el riesgo de ser asesinado por sólo llevar un bolso en la mano?
Aristóbulo – Bueno, no es tan importante mi vida personal, ya veo el origen del problema... ahora, dígame, ¿cuál es el problema por el cual usted vino?
Cliente – Pasa que mi hijo quiere salir a un baile, y usted sabe lo que pasa en los bailes...
Aristóbulo – Sí, la gente acostumbra... bailar...
Cliente – ¡No! ¿Usted no sabe lo que pasa en los bailes? ¡Hay drogas, prostitución, enfermedades, robos, asesinatos!
Aristóbulo – ¿Usted cómo hace para ir a trabajar?
Cliente – Voy en taxi.
Aristóbulo – ¿Sabía que los taxistas también venden drogas, van a prostitutas, transmiten enfermedades, y dicen por ahí, que también cometen asesinatos?
Cliente – ¡¡¡¡¿¿¿¿Quéeeee????!!!! ¿Entonces cómo voy a ir a trabajar? ¡No te lo puedo creer! ¡Toda mi vida expuesto a semejante amenaza y...!
Aristóbulo – ¡A ver si se calla un rato! ¿Acaso si le digo que los pitufos eran enviados del diablo usted va a salir a fusilar a todos los que se vistan de azul?
Cliente – ¿Cómo que son enviados del diablo? ¡Todos los policías son criaturas satánicas! Dame un rifle...
Aristóbulo – No sé si usted es sólo paranoico o sólo es tan idiota que se cree todo lo que le dicen.
Cliente – Yo soy paranoico y soy bastante creyente.
Aristóbulo – Bueno, gracias por responderme. Mire, señor creyente, si uno sale a la calle corre riesgos, pero si uno se queda en la casa, corre más riesgos, ¿me entiende?
Cliente – Sí, entiendo. Entonces, no me conviene quedarme en casa. Pero, dejé un café preparado en casa, ¿puedo ir a tomarlo?
Aristóbulo – Sí, sí, claro.
Cliente – Pero, ¿cree usted que no me va a pasar nada?
Aristóbulo – ¿No se preocupa usted por su hijo?
Cliente – ¡Ah, sí, claro, mi hijo, mi hijo! ¡¡¡Mi hijo está en mi casa!!! ¡Tengo que ir rápido a sacarlo de ese infierno!
Aristóbulo – Bah... dale, andá con calma, no vayas a chocar...
Cliente – Sí, voy a ir con calma, no voy a chocar.

Cuatro horas más tarde, el cliente recorrió en su automóvil, lentamente, las dos cuadras que lo separaban de su casa, buscó a su hijo y volvió. Aristóbulo tuvo el tiempo suficiente como para terminar de leer su libro pendiente y un compilado de cuentos sobre “La insoportable levedad de la nata cuando el café cortado se enfría”.

Cliente – Ya volví.
Aristóbulo – Me parece bien.
Cliente – Traje a mi hijo.
Aristóbulo – También me parece bien.
Cliente – ¿No va a decir nada más?
Aristóbulo – A usted, no. Si quiere, puede tomarse un café en el bar de la esquina.
Cliente – Pero, ahí me pueden robar.
Aristóbulo – Y también le pueden cobrar lo que cuesta un café.
Cliente – ¿Cuánto cuesta un café?
Aristóbulo – No sé... quizás lo asalten y no pueda pagarlo...
Cliente – ¿Me pueden asaltar?
Aristóbulo – Sí, por supuesto... pero no se preocupe, acá hay cámaras que vigilarán todo hasta que usted llegue al bar.
Cliente – Ah, bueno...
Aristóbulo – El problema es que, si las cámaras detectan algo, la policía tarda diez minutos en llegar...
Cliente – ¿¿¿Diez minutos??? ¿Y cómo puedo confiar en ese servicio?
Aristóbulo – Pero no es tan importante eso, porque nosotros estamos acá, y si pasa algo, su hijo y yo podremos salir a socorrerlo.
Cliente – Ah, está bien...
Aristóbulo – Aunque... yo soy un viejo y su hijo está desarmado, así que si un asaltante lo apunta con un arma...
Cliente – ¡Entonces, no puedo salir de acá! ¿Acaso estoy prisionero de este barrio lleno de delincuentes?
Aristóbulo – No es para tanto, en mi gabinete tengo una colección de armas antiguas que todavía funcionan...
Cliente – ¿Le podría dar una a mi hijo, para que me resguarde?
Aristóbulo – Por supuesto... pero, le cuento que yo soy un psicópata que tiene muchas armas en su despacho...
Cliente – Un momento, ¿usted se está burlando de mí?
Aristóbulo – Sí, y lo estoy disfrutando mucho.
Cliente – ¡Se acabó, yo me voy de acá! ¡Vamos, hijo!
Hijo – Andá a tomarte un café, papá, voy a estar bien...

El señor se retiró del estudio de Aristóbulo asegurándose de que nadie lo vigilara, que nadie caminara por detrás suyo, que nadie andase por delante suyo, que nadie lo mirase, que nadie nada suyo. Mientras tanto, Aristóbulo dialogaba con el hijo de su cliente.

Hijo – Bueno... el problema es que quiero conocer un poco el mundo.
Aristóbulo – ¿Y le parece que ir a un baile de cuarteto es una forma de conocer el mundo?
Hijo – Y... sí, todos mis amigos van, y yo quiero ir...
Aristóbulo – Bueno, me parece bien. ¿Cuándo es el baile?
Hijo – Esta noche.
Aristóbulo – ¿Qué ropa tendría que llevar?
Hijo – La que sea menos la que tenés puesta.
Aristóbulo – Pero, ¿qué problema hay con mi gabán?
Hijo – Eh... bueno, no... ninguno, pero... no da.

El adolescente revisó todo el guardarropas de Aristóbulo y descubrió que no había nada digno de ser llevado como vestimenta a un baile de cuarteto, por lo que tuvieron que ir a la feria a buscar ropa para cubrir el cuerpo el alquimista y hacerlo pasar inadvertido.

Aristóbulo y el joven visitaron la feria de la ruta veinte y exploraron cada estantería buscando las ropas más idóneas para hacer pasar a Aristóbulo como un digno miembro de la caravana cordobesa.

Aristóbulo – Este suéter me gusta...
Hijo – ¿Eh? No, viejo, eso lo podés usar para presentar tu currículum en una industria. Si vas a un baile te vas a convertir en un imán de piñas.
Aristóbulo – ¿Te parece?
Hijo – Seeee, mirá. Esto es para vos.
Aristóbulo – Pero yo tengo cuatro décadas... ¿qué voy a hacer con este buzo con capucha?
Hijo – Fácil, te ponés la capucha y te tapás la cabeza. ¿O preferís teñirte el pelo para taparte las canas?
Aristóbulo – No, gracias, llevo mi edad con orgullo.
Hijo – Y también tendrías que afeitarte.
Aristóbulo – ¿Por qué?
Hijo – Porque tenés la barba más larga de todo Sudamérica.
Aristóbulo – Puedo ser un récord.
Hijo – Bueno, si no te querés afeitar, no te afeites... pero cambiate esos pantalones de viejo, por piedad.
Aristóbulo – Bueno, bueno...

Una vez vestidos como seres urbanos, Aristóbulo y el joven empezaron a caminar de vuelta hacia el estudio, pero en medio de la calle se encontraron a su padre....

Cliente – ¿Por qué están ustedes acá? ¿No se dan cuenta del peligro que corren?
Aristóbulo – Mire, señor; yo soy un hombre grande, así que no tiene por qué hablarme de los peligros que corro.
Cliente – ¿Qué se cree usted, que ni siquiera ve los noticieros?
Aristóbulo – No veré noticieros, pero tengo un arma bajo el buzo.
Cliente – ¿Eh?
Aristóbulo – Déjenos andar tranquilos. Yo voy a acompañar a su hijo al baile, así se soluciona todo este problema.

Aristóbulo y el joven fueron al baile y el universo entero se transformó.

Hijo – Che, vos quedate conmigo.
Aristóbulo – Está bien.
Hijo – ¡Eh, Car’e Pipa! ¿Todo bien?
CeP – Too’ bien, pero decile a ese barbudo que deje de mirar a mi guacha.
Hijo – Nah, no va a hacer nada, el viejo; sólo viene a joder.
CeP – Sí, joder, joder, pero la está quemando feo.
Hijo – Tampoco es para tanto... ¡Eh, viejo, mirala a los ojos!
Aristóbulo – ¿No eran ésos sus ojos? Disculpe, señorita, me confundí.
CeP – ¿Sabés qué? Me parece que lo voy a cagar a piñas, al barbudo ese.
Hijo – No, loco, no da...
CeP – ¿No da? Le re cabe...
Hijo – Che, boló, te van a reventar; andate.
Aristóbulo – ¿Que me vaya? ¿Vos te acordás de quién soy yo?
Hijo – Eh... uh...

El joven salió corriendo detrás del Car’e Pipa para advertirle sobre la situación a la cual se enfrentaba, pero ya era demasiado tarde... ya había convocado a toda su barra para acomodarle una ristra de golpes al alquimista cuartetero.

Aristóbulo – Veo que viniste acompañado...
CeP – Sí, ¿te la bancás?
Aristóbulo – Por supuesto... ¿quién es el primero?
CeP – ¿El primero? ¡¡Ja, jah!! Quién es el primero, pregunta, el otario, ‘cuchame, barbita, con mi guacha no te hacés el vivo, ¿me entendés?
Aristóbulo – Entiendo castellano, sí.
CeP – Pero parece que no entendés, porque te la pasaste mirándola, y, ¿sabés qué? Eso no me gusta...
Aristóbulo – Bueno, eso parece ser más problema tuyo que mío...
CeP – No, viejo, esto es problema tuyo, porque ahora te vamos a surtir, ¿me entendés?
Aristóbulo – Entiendo castellano, sí... ¿me van a surtir combustible? Gracias, pero yo no tengo auto. Si quieren, le pueden ofrecer a mi amigo, que tiene moto.
CeP – ¡Jah! Se hace el vivo, el viejo.
Aristóbulo – Mirá, Car’e Pipa, no me hago el vivo; estoy vivo, soy un ser viviente y es probable que esté más vivo que vos, porque acabás de respirar una sustancia que te va a adormecer más partes del cuerpo que las que quisieras.
CeP – ¿Qué lo qué, viejo?
Aristóbulo – Si querés que eso que sentís que se apaga entre tus piernas vuelva a funcionar, quedate piola ahora y buscame mañana, ¿me entendiste?
CeP – Pero... ¿Qué lo qué pasó? Mirá, viejo, si mañana no te veo, te cago a cascotaso, ¿me entendiste?
Aristóbulo – Entiendo el castellano, sí. Nos vemos mañana.
Hijo – Che, ¿qué le hiciste?
Aristóbulo – Algo que ningún ser humano del sexo masculino quisiera...
Hijo – Bueno, muchas gracias por cuidarme acá en el baile.
Aristóbulo – Mirá... andá, allá hay chicas, a partir de ahora, cuidate solo.
Hijo – ¿Y cómo lo hago?
Aristóbulo – Usando esto...
Hijo – Pero, esto...
Aristóbulo – No me los tenés que pagar, los regala el gobierno.
Hijo – ¿Y cuánto te debo por todo esto?
Aristóbulo – Tu viejo paga; vos, pasala bomba.

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