Aristóbulo Pachevko – El asesor de campaña

Aristóbulo – Quiero un choripán...



Ése que sufre de hambre, es Aristóbulo Pachevko, fanático de los choripanes, de la ensalada rusa y de la alquimia. Llevaba dos horas pensando en cómo satisfacer sus antokos mientras leía un estudio sobre “La abdicación de Lady Di y la complicidad de los inspectores de tránsito”. Pero, oportunamente, un señor de aspecto serio llegó a su gabinete con un ostensible aliento a chimichurri.



Cliente – Buen día.

Aristóbulo – Buen día.

Cliente – Vengo porque tengo un problema.

Aristóbulo – Si me pagaran por cada problema que me plantean... ¡Ah, claro! ¡Me pagan por cada problema! ¡Bienvenido sea, señor! ¿En qué puedo ayudar?

Cliente – Necesito ganar las próximas elecciones?

Aristóbulo – ¿Y para qué se presenta?

Cliente – Para diputado.

Aristóbulo – No, pregunto para qué se presenta si va a necesitar mi ayuda.

Cliente – Pasa que llevo diez años afiliado al partido y siempre estuvo la promesa de ser candidato, pero nada, ¿me entendés? Y yo quiero crecer, y por eso me lancé solo...

Aristóbulo – ¿Y no probó con trabajar?

Cliente – Ehhh, no.

Aristóbulo – ¿Tiene una familia que mantener?

Cliente – Ehhh, no.

Aristóbulo – Bueno, entonces su caso se ha ganado el puesto del caso más complicado de este año.

Cliente – ¿Por qué?

Aristóbulo – Porque tendré que hacer trabajar a un aspirante a ñoqui.

Cliente – Pero yo no quiero ser ñoqui. Yo quiero ser diputado para defender los derechos y satisfacer las necesidades de los ciudadanos.

Aristóbulo – Eso se lo puede decir a los futuros votantes. A mí no necesita mentirme.

Cliente – Pero mi intención es clara y transparente. Yo soy un tipo que dice las cosas de frente y trabajo de esa manera.

Aristóbulo – Ufff... parece programado para responder en modo “políticamente correcto”.

Cliente – ...y yo sólo quiero servir honestamente a todo el pueblo cordobés que me ha dado la oportunidad de llegar al lugar en el que estoy.

Aristóbulo – ¿Terminó su discurso?

Cliente – Sí, ¿por qué?

Aristóbulo – No, por nada... es que, durante un momento, pensé que había perdido la comunicación con usted.

Cliente – No, usted nunca va a perder la comunicación conmigo. Justamente, la comunicación es uno de los pilares sobre los que se asienta la ideología que pretendo poner en práctica cuando yo sea diputado.

Aristóbulo – Uffff... otra vez...

Cliente – De hecho, una de las primeras iniciativas que voy a poner en práctica no bien empiece a ejercer mi labor como representante del...

Aristóbulo – ¡Ya basta! Su discurso está más trillado que los argumentos de las comedias románticas. Ahora sólo le falta ofrecer un choripán a cambio de un voto.

Cliente – ¡Qué buena idea! ¡Voy a ofrecer choripanes para todos!

Aristóbulo – ¡Ya tiene mi voto!

Cliente – ¿Qué dijo?

Aristóbulo – No, nada... que me parece una buena idea y que podría empezar ahora con eso.

Cliente – ¿Le parece?

Aristóbulo – ¡Por supuesto! Yo le presto mi asador.



Aristóbulo aprestó un asador para el trabajo choripanero y dispuso todos los artilugios necesarios para que ningún choripán corra el riesgo de tener capacidades nutritivas diferentes como las hamburguesas de Mark Rónal. Dispuso frascos con repollo, chimichurri suave y picante, morrones, lechuga, tomate, rúcula, champignones, caviar, ajises en vinagre y todo tipo de aderezo imprescindible: mayonesa, mostaza, ketchup, salsa golf, salsa polo, salsa lacoste -ésa que tiene cocodrilo picado-m y salsa centroamericana para los que están cansados de escuchar cumbia villera.



Cliente – Bueno, che, copado todo esto, pero... ¿cómo hacemos para llamar gente?

Aristóbulo – Sólo hay que prender el fuego.



El humo empezó a dispersarse por todo el barrio como si fuese un virus sumamente contagioso y la gente se acumuló alrededor de la parrilla como si fuesen presas de una especie de hechizo vudú.



Zombie – Eh... eh... Quiero chori.

Cliente – Espere, que recién prendo el fuego.

Zombie – Eh, quiero chori.

Cliente – Che, Aristóbulo, ¿cómo hago para que esto me dé votos en las elecciones?

Aristóbulo – Ufff... principiante... ¿no tiene una pancarta o un cartel?

Cliente – Y... no, recién empiezo con esto...

Aristóbulo – Bueno, mire. Yo soy alquimista, no soy RRPP. Yo no le puedo hacer los carteles, así que apúrese a traer toda la panfletería, si quiere ser un buen político.



El cliente salió disparado en su renoleta a tal velocidad que casi supera al delivery de la rotisería que picaba en su bicicleta rodado 24.

Pocas horas después, volvió con un rollo de diez o quince quilos que fue colocado por encima del puesto de choripanes... pero la reacción de la gente fue particularmente adversa.



Vieja – Qué rápido llegaron a auspiciar una iniciativa del pueblo...

Hombre – Ya me lo imaginaba. Nada es gratis en este mundo, ¿sabe usted? El otro día me dieron un bife de cuadril opositor, ¿sabe cómo me dí cuenta? Cuando lo puse al fuego, se contrajo como Magnetto frente a Víctor Hugo Morales.



Intempestivamente, todos los potenciales votantes, se convirtieron en meros peatones.



Cliente – ¿Qué pasa? ¿Por qué nadie viene acá? ¡Aristóbulo!

Aristóbulo – [con la boca llena] Hmm... comiendo.

Cliente – ¡Soltá ese choripán!

Aristóbulo – Ya... el problema es que usted no tiene imagen pública. Algunos tienen una buena imagen pública, otros tienen todo lo contrario... usted, carece por completo de ella. Usted no existe, es una incógnita. Pero no se preocupe, porque estos choripanes tienen el sabor del éxito, y todo aquel que los haya probado, volverá...

Cliente – ¿Y cómo sabe que volverán?



Aristóbulo mordió su choripán mirándolo con cara de “a usted le falta más calle que a Anna Frank”.



Aristóbulo – Volverán...



De repente, el puesto de choripanes se llenó de gente pidiendo a gritos una porción del preciado banquete.



Zombie – Chori... chori...

Cliente – Pero... éstos son los mismos de antes.

Aristóbulo – Ése no es un problema. El problema son los que vienen detrás; son las consecuencias de la pandemia.

Cliente – ¿Qué... qué es todo eso?

Aristóbulo – [con un chori en la boca] Son tus futuros votantes.

Cliente – ¡Soltá ese choripán y ayudame, que no puedo contra todos!

Aristóbulo – Meh, si no puede con los que están a su favor, ¿cómo va a hacer con los que estén en su contra?

Cliente – Pero yo pensé que todo era decir un par de discursos, votar leyes y nada más...

Aristóbulo – No se olvide del tongo.

Cliente – Ah, y cobrar el tongo, claro.

Aristóbulo – ¿Ve que usted no es tan honesto como dice ser?

Cliente – Mire; la honestidad no tiene lugar en la política.

Aristóbulo – Bien, ahora estamos hablando sobre política. ¿Tiene algún militante?

Cliente – No.

Aristóbulo – ¿Alguien en la lista?

Cliente – No.

Aristóbulo – ¿Entonces por qué se presenta?

Cliente – Porque treinta y ocho mujeres acaban de declarar que tienen hijos míos.

Aristóbulo – Ah, entonces también había mentido sobre su familia...

Cliente – Técnicamente, no. No tengo “una” familia que mantener, sino treinta y ocho.

Aristóbulo – Ufff... ¿y no probó con una bolsa de nylon o un guante de látex, al menos?

Cliente – Pasa que fue una buena racha amorosa en plena crisis económica...

Aristóbulo – Bueno... en el corto plazo, esto se puede solucionar.



Aprovechando la convocatoria que había generado la parrilla abierta, colocaron un cartel que decía “choripanes en cuotas”, de manera que toda la inútil inversión que el cliente hizo para candidatearse, no fuese dilapidada por completo.



Aristóbulo – Así, usted recibirá cinco pesos mensuales por tres meses por cada choripán vendido.

Cliente – Gracias... ¿cómo puedo pagarle todo esto?

Aristóbulo – Con dos choripanes por día.

Cliente – Pero... ¡eso le va a hacer mal a la salud!

Aristóbulo – ¿Usted cree que mi trabajo vale tan poco como para cuestionarme sobre mi salud?

Cliente – Eh... no, disculpe, sólo era un consejo nutricional.

Aristóbulo – A ver, diputado nutricionista, ¿cuánto cree usted que vale mi trabajo?

Cliente – Dos choripanes al día.

Aristóbulo – Ahora sí estamos hablando de política.

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