Aristóbulo Pachevko – El alquimista de la fruta

Aristóbulo – Hola. Deme un quilo de papas y otro de zanahoria.



Ése que compra verduras es Aristóbulo Pachevko, un hombre sencillo, alquimista y fanático de la ensalada rusa. Paseaba por la feria franca de los sábaos y observaba con inusual deleite las exóticas frutas que se ofrecían en los mostradores, cuando de repente…



Aristóbulo – ¿Qué es ese escándalo?

Mercader – ¡Ladrón! ¡Atrapen al ladrón!



Un joven de cuerpo atlético y ágil como cabra de monte corría entre las personas como si fuesen conos de entrenamiento deportivo.



Mujer – ¡Ah!

Joven – Permiso.

Hombre – ¡Hey!

Joven – Córrase.

Vieja – Oiga, muchachito insolente.

Joven – Disculpe, señora.



Después de recorrer doscientos metros con obstáculos, se encontró con un inmóvil Aristóbulo [choque].



Joven – ¡Uh!



Chocaron violentamente y todo el botín del joven voló por los aires… pero lo extraño era que todo ese botín consistía en una sola naranja.



Aristóbulo – ¿Tanto lío por esta mísera naranja?



De pronto, llegó el mercader, quien dijo…



Mercader – Señor, muchas gracias por capturar a este ladrón.

Aristóbulo – Yo no he capturado a nadie, y una naranja no me parece motivo para tanto escándalo…

Mercader – En la vieja Arabia le hubiesen cortado las manos por mucho menos. Además, usted no entiende, esa naranja que está en su mano… [en secreto] Es la Naranja Filosofal.

Aristóbulo – ¡¿La Naranja Filosofal?!

Mercader – Shhhhh… [en secreto] Sí, la Naranja Filosofal, la fruta que concentra toda la sabiduría de la alquimia y con sólo poseerla uno puede transmutar la materia en cualquier plato gourmet.

Aristóbulo – Bah, no le creo nada. Para mí que este chico sólo tenía hambre. Yo le pago la naranja y asunto solucionado.

Mercader – No, no. Mire, le cuento la historia…

Yo era un simple mercader de frutas. Todos los sábados abría puntualmente mi puesto en la feria. Pero un día, llegué más temprano que de costumbre… eran las cinco de la madrugada… la niebla apenas me permitía ver mis propios pies. De pronto, escuché una voz…

El Señor Oscuro – ¿Usted está dispuesto a recibir el poder de la trascendencia?

Mercader – ¿Qué lo qué?

El Señor Oscuro – Ésta es la Naranja Folosofal, el camino del saber culinario más perfecto. ¿Está usted dispuesto a asumir la responsabilidad de cuidarla con su vida?

Mercader – Y sí… calculo que sí… [cambia a un tono grave de narración] Y eso fue lo que me dijo. La niebla se disipó y todo volvió a la normalidad… Pero, de pronto, llegó este muchacho y me dijo…

Joven – Che, ¿me convidás una naranja?

Mercader – Y como es obvio, le dije que no.

Joven – Dale, no sea rata, es sólo una naranja, mire todas las que tiene. Mire, me llevo ésta, nomás.

Mercader – ¡No, esa no! ¡Ladrón! ¡Atrapen al ladrón!

Y eso fue lo que pasó.

Aristóbulo – Hmmm… mire, todo esto me parece una mentira digna de ser convertida en periodismo. Vamos a hacer una cosa, espéreme un segundo…



Aristóbulo se acercó a un puesto y pidió prestados un cuchillo y un vaso…



Mercader – ¡No, qué hace!

Aristóbulo – Voy a demostrar que ésta es una naranja común y corriente y que usted, o miente, o está completamente fuera de la realidad.

Mercader – ¡No, usted está loco!

Aristóbulo – Bah, ¡si este jugo es excelente! Le voy a pedir dos quilos de naranja. ¿Quiere probar?

Mercader – Ehh… no, no me animo a tragar toda la sabiduría culinaria de la alquimia.

Aristóbulo – Vamos, no sea cobarde. Yo soy alquimista y le aseguro que no es para tanto… ¿y usted, joven? ¿Quiere probar?

Joven – Sí, sí, sí; gracias [traga], gracias…

Aristóbulo – ¿Cuánto cuestan las naranjas?

Mercader – No puedo creer lo que hicieron… vaciaron la naranja filosofal…

Aristóbulo – Vamos, el precio, y los dos quilos de naranjas, que es hora de almorzar y tengo hambre.

Mercader – Son… treinta pesos…

Aristóbulo – ¿Treinta? Ufff… y después se queja porque le roban una naranja…



Aristóbulo pagó y se fue a su despacho.

Y al poco tiempo, el joven apareció.



Joven – Oiga, don, ¿cómo podría pagarle por lo de la naranja?

Aristóbulo – Ayudame a preparar esta ensalada rusa.



Se pusieron ambos a cocinar y pronto se llevaron la sorpresa de que la ensalada rusa estaba transmutando en un bestial asado…



Joven – Oiga, don… esto no se parece a una ensalada rusa…

Aristóbulo – ¿Qué es esta clase de asistencialismo del Estado de la materia? ¿Acaso no me dejan comer tranquilo una ensalada rusa? ¿O acaso se volvieron tan anticomunista que no permiten comidas con reminiscencias soviéticas? ¿Qué? ¿Si hago comida china me van a salir empanadas?

Joven – No, don, me parece que es la naranja filosofal, que está transformando lo que cocinamos en algo mejor.

Aristóbulo – ¿Y desde cuándo un asado es mejor que una ensalada rusa? Pasame la mayonesa, al menos voy a hacer que este matambre se le parezca en algo… ¿Pero qué…? ¡Se transmutó en chimichurri! ¡Vulgares elementales de la alquimia! ¿Qué saben ustedes de cocina?



Aristóbulo se sentó resignado a comer su asado…



Aristóbulo – Eh… joven, ¿cómo te llamás?

Joven – Adalberto Garrado.

Aristóbulo – Bueno, Adalberto, esto tiene que ser un secreto… pero, ya que estamos, te ofrezco trabajar conmigo, así no tenés que pedir frutas en la feria.

Joven – Sí, sí, sí, ¿qué es lo primero que tengo que hacer?

Aristóbulo – Conseguime una ensalada rusa.

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