Aristóbulo Pachevko – El creador de los sueños

[ruido de madera que cae]

Aristóbulo – ¡Pero, la re...!

Ése que murmura insultos y maldiciones que no se pueden decir al aire, es Aristóbulo Pachevko; un hombre de cuatro décadas, cabello canoso y barba tupida. Estaba leyendo un libro sobre “la desproporción entre el ruido de los caños de escape libres y el tamaño de la de sus dueños”, pero fue interrumpido por la caída del cartel de la puerta de su local.
Sin otra alternativa, salió afuera de su gabinete con un martillo en la mano, lo levantó del suelo y lo volvió a clavar. [martillazos]
De pronto, un hombre con aspecto de gángster se paró detrás suyo...


Cliente – Aristóbulo Pachevko, el alquimista de los sueños... justo lo que buscaba.
Aristóbulo – ¿Se le ofrece algo?
Cliente – ¡Ah! ¿Es usted? Siempre me imaginé que los alquimistas se vestían con más... austeridad.
Aristóbulo – ¿Qué problema hay con que lleve una remera de Flash? Mi respeto hacia lo cómics de los años ‘40 no tiene por qué ir en desmedro de mi profesión.
Cliente – Me parece demasiado infantil de su parte...
Aristóbulo – Y a mí me parece infantil la gente que no tiene flexibilidad para comprenderlo.
Cliente – Escuchame bien, viejito, ¿vos sabés quién soy yo?
Aristóbulo – ¡Claro! Usted es alguien lo suficientemente joven como para no conocer los cómics de los ‘40.
Cliente – Mirá, anciano, a mí me tratás con respeto, ¿me entendiste?
Aristóbulo – Demasiado fuerte y claro. Lo entendí antes que usted; se dará cuenta de que yo lo estoy tratando de usted.
Cliente – Y me parece bien que sigás así. Mirá, viejo, tenés que hacer un trabajo. Pero antes, ¿no me vas a invitar a pasar a tu despacho?
Aristóbulo – ¡Pero claro! ¡Cómo no voy a invitar a una persona tan respetuosa como usted! Por favor, pase.

Aristóbulo y el señor de traje negro ingresaron al estudio del alquimista, y el gángster empezó a revisar todos los libros con cierto desprecio sólo para demostrar que nada de ese lugar le importaba en lo más mínimo.

Aristóbulo – Ahora sí, ¿qué se le ofrece?
Cliente – ¿Vos sabés manipular los sueños?
Aristóbulo – Puedo hacerlo, sí.
Cliente – Bueno, mirá. Mi jefe tiene una empresa de transporte que está a punto de ganar el liderazgo en el país, pero necesito que me saqués a la competencia de encima. Pero quiero que sea un trabajo limpio; no quiero que nadie se ensucie las manos, por eso vine acá.
Aristóbulo – Bueno, no quiere que nadie se ensucie las manos, excepto yo...
Cliente – Pero usted maneja los sueños; acá no va a correr nada de sangre.
Aristóbulo – Honestamente...
Cliente – [interrumpe] No me hablés de honestidad, que ya me contaron cómo trabajás vos.
Aristóbulo – Ya salieron con el chisme. Dígame quién habló mal de mí, y yo le diré cuánto me debe.
Cliente – De hecho, no te debe nada.
Aristóbulo – Bueno, eso también es posible; no todos los clientes obtienen los resultados esperados...
Cliente – Bueno, para evitar eso, yo vine con mi amigo de 9 mm.
Aristóbulo – Ah, muy interesante, un Taurus 905, justo un arma que le faltaba a mi colección, ¿me la vendería?
Cliente – ¡Quedate quieto o te vuelo el cráneo!
Aristóbulo – Técnicamente, si usted dispara en este momento, estaría disparando hacia mi pulmón izquierdo, bastante lejos de mi cráneo. En cambio, si apunta mejor...
Cliente – ¡No te hagás el vivo, viejo de...!
Aristóbulo – ¡No vaya a decir groserías acá! ¿No vio el cartel que está ahí colgado? En este despacho están prohibidas las groserías.
Cliente – ¡Jah! Si mi padre no pudo impedir que yo diga groserías, menos lo vas a prohibir vos.
Aristóbulo – Está bien, está bien, haya paz... ¿a quién quiere sacar del mundo empresarial?
Cliente – Acá está su foto, todos sus datos, los horarios en los que sale a la calle, al cine, a su clase de yoga...
Aristóbulo – Bien... me voy a pasar toda la noche elaborando una forma de manipular sus sueños. Vuelva mañana y estará todo listo para salir.
Cliente – ¡Jah! ¿Volver mañana? Yo me quedo acá hasta que terminés.
Aristóbulo – Ningún problema, pero usted va a tener que dormir en el sillón, porque el sommier es mío.
Cliente – ¿Y qué te hace pensar que voy a dormir?
Aristóbulo – Si no quiere dormir, no hay problema; pero no me vaya a contagiar bostezos mañana.

Aristóbulo se sentó a preparar un dispositivo para controlar los sueños ante la vigilancia de su cliente, quien no soltaba el arma en ningún momento.

Aristóbulo – ¿Quiere tomar algo? Hay agua, mate, té, café, cerveza...
Cliente – Nada.
Aristóbulo – ¿No tiene hambre?
Cliente – No.
Aristóbulo – ¿No tiene ganas de hacer pipí?
Cliente – ¿Hacer pipí? ¿Qué te creés que soy? ¿Un niño?
Aristóbulo – Si no conocés los cómics de los años ‘40...
Cliente – ¡Apurate con eso o te limpio acá mismo!
Aristóbulo – Ya está listo, sólo hay que esperar a que el preparado fermente... en cuatro horas va a estar listo, pero ya tengo sueño, así que quisiera echarme un rato...
Cliente – No, esperá, ¿qué hiciste?
Aristóbulo – Es una pistola de agua preparada para disparar a una distancia de cien metros, y eso es un psicoactivo muy potente que bloquea la memoria e inhibe la agresividad y el deseo de crecer, que es, más o menos, lo que usted quería. Mañana le muestro... me voy a dormir.

Aristóbulo se acostó en su sommier. Sobre la mesa de su laboratorio había abandonado la pistola y dos tubos de ensayo rellenos con un líquido de color carmesí.
El gángster esperó cuatro horas, cargó la pistola de agua, le disparó a Aristóbulo y se fue.

Cliente – [chasquido lingüístico] Demasiado fácil...

La tarde del día siguiente, el sicario salió a buscar a su víctima con el rifle en la mano. Era la hora en que salía de su clase de yoga. Se ubicó detrás de una cabina telefónica y esperó a su salida. Pero, de pronto, un dedo se clavó en su hombro.

Cliente – ¡Qué...!
Aristóbulo – Shhhhhhh... quédese quieto y no diga nada, señor.
Cliente – ¿Aristóbulo? ¡Pero...! ¡Yo te disparé!
Aristóbulo – ¿Sabe usted qué me disparó? Se llama esencia de Chuck Norris.
Cliente – ¡¿Qué?!

El sicario se dio vuelta y se encontró con un monstruo de proporciones indescriptibles que parecía que lo iba a golpear fuertemente, lo iba a obligar a nadar en el canal de Matienzo y después le iba a robar la billetera.

Cliente – ¡¡¡¡Aaaahhh!!!! ¿Qué es esto?
Aristóbulo – Deme su billetera, señor.
Cliente – ¡No te voy a dar nada, pedazo de...!
Aristóbulo – ¡No digás groserías!
Cliente – Eh... ¡No te voy a dar nada!
Aristóbulo – [diabólico] ¿No me va a dar nada? ¿Cuánto cree usted que vale este espanto? [ruge]
Cliente – [mintiendo para zafar] ¡No tengo nada! ¡Le juro que no tengo nada!
Aristóbulo – Ah, vamos, usted tenía una 9mm. Démela, con eso me conformo.
Cliente – ¡Sí, sí, ya se la entrego! ¿Eh? ¿Dónde está mi pistola? ¡Dónde está!
Aristóbulo – Así que no tiene la pistola...
Cliente – ¡No me haga nada! ¡No me golpee fuertemente! ¡No me haga nadar en el canal de Matienzo! ¡No me robe la billetera! [se da cuenta de que había dicho que no tenía la billetera] Ah... no, cierto, no tengo la billetera.
Aristóbulo – ¿Ahora sí me trata de usted?
Cliente – ¡Lo trato de usted toda la vida, se lo juro!
Aristóbulo – Deme la billetera...
Cliente – ¡Pero no tengo mi billetera!
Aristóbulo – [diabólico] ¡¡Deme la billetera!!

El sicario se despertó agitado. Miró a su alrededor y descubrió que estaba en su casa.

Cliente – ¿Qué...? ¿Qué fue eso?

Salió a la calle para tomar aire, mirando para todos lados, asegurándose de que ningún monstruo o
criatura mitológica lo estuviese persiguiendo.

Aristóbulo – Buen día.
Cliente – ¡¡¡Aaaaaaaaah!!!

Se dio vuelta y no había nada...

Cliente – Está bien, está bien, sólo estoy alucinando... no hay ningún Aristóbulo, no hay ningún monstruo...

Pero, de pronto, se encontró con un cartel que le resultaba conocido...

Cliente – ¡No! ¡El gabinete de Aristóbulo Pachevko!

Sumergido en el más absoluto terror, el sicario no sabía qué hacer. El gabinete de Aristóbulo parecía tan vacío que lo invitaba a entrar furtivamente.
Miró a su izquierda y a su derecha y nadie transitaba las calles.

Aristóbulo – ¿Se va a quedar mucho tiempo ahí? La gente va a pensar que usted está vigilando la entrada...
Cliente – ¡Ah! Eh... no, mire, tengo un problema.
Aristóbulo – ¿Qué sucede?
Cliente – Tuve una pesadilla muy fea y no quiero andar con miedo por la vida...
Aristóbulo – Lo comprendo... posiblemente esté muy estresado o sea algo relacionado con sus padres... pero tengo algo que le va a hacer bien... Espéreme un segundo.
Cliente – Sí, cómo no.

Aristóbulo entró en su despacho y salió con un vaso que contenía un líquido oscuro con una espuma espesa de color pardo.

Aristóbulo – Sírvase. Con esto se le pasarán todos sus problemas.

El sicario tomó la bebida de un solo trago e inmediatamente se sintió aliviado de todos sus miedos.

Cliente – Aaaaaaaaaahh... gracias, gracias. No se da una idea de la falta que me hacía. ¿Cuánto le debo por esto?
Aristóbulo – ¿Cuánto cree usted que vale mi trabajo?
Cliente – Tenga, le doy mi billetera.

El sicario se fue caminando pacíficamente hacia su casa.
Por su lado, Aristóbulo entró a su despacho y se puso a limpiar su recién adquirido revólver Taurus 905 de 9 mm.

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