Aristóbulo Pachevko – El amaestrador de perros

Adalberto – ¡Maestro! ¡El frasco se está prendiendo fuego!



Ése que grita es Adalberto Garrado, adolescente, impulsivo y aprendiz de alquimista. Estaba realizando algunos experimentos con bebidas blancas cuando la combinación de dos licores y un vodka de origen dudoso entró en erupción, interrumpiendo a Aristóbulo Pachevko, quien leía un tratado sobre “oportunidades y riesgos de conseguir pareja en un funeral”.



Aristóbulo – ¿Qué pasó, Adalberto? ¿Te vendieron vodka barato?

Adalberto – Eso parece.

Aristóbulo – Bueno, mientras la llamarada no supere los dos metros, no habrá problemas...

Adalberto – ¿Y si supera los dos metros?

Aristóbulo – Vas a tener que acompañarme. ¿Ves esa biblioteca?

Adalberto – Sí...

Aristóbulo – Sacá los libros afuera antes de que todo esto vuele al cajaro.

Adalberto – ¿Con esa calma, lo decís?

Aristóbulo – Yo veré qué puedo hacer con el cocktail que estabas preparando.



Aristóbulo se dirigió al laboratorio y se encontró con una llamarada digna de ser confundida con un demonio...



Aristóbulo – Hmmm... parece que esto tiene un desbalance en el elemento fuego... pero con un poco de... ¡Adalberto! ¿Cuántos libros sacaste?

Adalberto – ¡Algo así como trescientos!

Aristóbulo – ¡Metelos de nuevo! No es tan grave...



Aristóbulo se tomó el trago preparado por su alumno...

...y consumió todo el combustible que alimentaba al fuego... ya no había llamas en el laboratorio... pero adentro de Aristóbulo...



Aristóbulo – Yeeejaa! Era barato el voddka ese... [hipo]

Adalberto – Maestro, ¿se encuentra bien?

Aristóbulo – Ssssí, dejá quieto el piso [hipo].

Adalberto – Disculpe, maestro; la próxima, le juro que voy a comprar vodka importado.

Aristóbulo – No hay problema... yo me voy a echar una [hipo] siestita acá...



Aristóbulo se acostó en el piso y se alejó por completo del universo consciente. Pero poco tiempo después, llegó un cliente...



Cliente – Buenas. Vengo porque tengo un problema con mi perro.

Adalberto – ¿Qué clase de problema?

Cliente – Habla.

Adalberto – ¿Y desde cuándo eso es un problema? ¿Por qué no aprovecha y se llena de plata?

Cliente – No, usted no entiende. El problema es que a mi perro le gustan los Redondos y a mí me gusta Soda Stereo. Y cada vez que pongo algo de Cerati, se pone a agitar.

Adalberto – A ver, a ver... Buen día, señor perro.

Dinamita – ¿Qué hacés, chabón?

Adalberto – Bueno, quedan descartadas las alucinaciones...

Cliente – ¿Qué? ¿Usted pensaba que le estaba mintiendo?

Adalberto – No puedo descartar ninguna posibilidad. Ahora, ¿usted qué quiere?

Cliente – Quiero que deje hablar mal de Soda.

Dinamita – Me vas a tener que coser la boca

Cliente – Callate.

Adalberto – ¿Probó con extorsionarlo con la comida? Los perros suelen responder a eso.

Cliente – Sí, pero apenas lo castigué con comida, el loco se fue a la esquina y garroneó un choripán.

Adalberto – ¿Y le puso algún chirlo, o algo para disciplinarlo?

Cliente – Lo intenté, pero me amenazó con una bengala.

Adalberto – Hmm... este caso es más complicado de lo que parece... le propongo dejarlo acá hasta mañana, así podemos determinar cuál sería el mejor tratamiento.

Cliente – Bien. Vuelvo mañana, entonces.



El cliente se fue y el perro se quedó toda la noche en el gabinete de Aristóbulo...

y al día siguiente...



[lambidas de perro]



Aristóbulo – ¡Ajjj! ¿Qué hace este perro acá? Uh... qué resaca... ¡Adalberto!

Adalberto – ¿Qué pasa, maestro?

Aristóbulo – Me desperté con las lambidas de este perro, ¿se puede saber por qué?

Adalberto – ¡Perro! ¿Por qué lengüeteaste al maestro Aristóbulo?

Dinamita – Porque me cae bien. Puedo hablar, pero sigo siendo un perro, ¿viste? Mirá qué perro que soy: guau. Y hasta puedo ladrar en distintos idiomas, porque soy un perro políglota: woof, grawr. Y hasta te puedo ladrar un tema de Arjona, pero para eso me tenés que pagar.

Aristóbulo – Aahhh, mirá, es un perro que habla. ¿Y por qué está acá? ¿Necesita un psicólogo?

Adalberto – Pasa que al cliente le gusta Soda Stereo y al perro, no.

Aristóbulo – Es comprensible. ¿Y cómo se llama usted, señor perro?

Dinamita – Dinamita.

Aristóbulo – Bueno, eso explica todo. Si se hubiese llamado Pulqui, Fido, o cualquier nombre normal, se hubiese dedicado a recuperar palitos y correr a lo bobó.

Dinamita – ¿Por qué, si es un rocanrol?

Adalberto – El problema, entonces, reside en el nombre...

Aristóbulo – Claramente. No podía no ser ricotero con ese nombre. Es más, fijate que ahora está oliendo los depósitos donde guardo las hierbas medicinales para curar el glaucoma.

Adalberto – ¡Eh, perro!

Dinamita – ¿Qué? ¿No puedo oler en paz? Soy un perro, mirá: guau.

Adalberto – ¿A quién querés engañar?

Aristóbulo – Bueno, por lo que veo... a este perro le afecta un desbalance musical con predominancia del elemento ricotta, por lo tanto, hay que modificar su dieta... ¿el dueño cuándo viene?

Adalberto – Debería estar llegando.

Dinamita – Eh, ¿qué dueño? Yo no tengo dueño, ¿sabés? Yo sólo estoy compartiendo el departamento porque no tengo para pagar el alquiler.



Poco tiempo después, llegó el cliente...





Cliente – ¡Buen día!

Aristóbulo – Atendelo vos. Yo no aguanto la resaca.

Adalberto – Buen día.

Cliente – ¿Alguna novedad?

Adalberto – Sí; hay que cambiarle la dieta.

Cliente – Pero... qué tiene que ver la comida en todo esto? Yo siempre le dí la mejor comida. En el desayuno, le doy una porción de cheesecake, en el almuerzo, ravioles, y en la cena, pizza...

Adalberto – Eh... parece una buena dieta...

Dinamita – Llegaste tarde para el desayuno. Más te conviene que tengas algo en ese bolso.



Adalberto se acercó a su maestro para consultar sobre el tratamiento...



Adalberto – Aristóbulo, el tipo parece que le da buena comida...

Aristóbulo – Escuché... es buena comida, pero el cheesecake es de ricotta, los ravioles, seguro que también, y la pizza... o es de muzzarella barata, o de ricotta, lo ha hace un tipo pelado al que los amigos del barrio le dicen “indio”. Es casi redundante. Andá.

Adalberto – Sí, mire, señor. Es buena comida. Pero lo primero que tiene que hacer, es eliminar todo tipo de quesos en su dieta.

Dinamita – Eh, ¿y dónde está mi cheesecake?

Adalberto – Se aconseja comida china, sushi, cosas con rúcula y alguno que otro picnic en el parque, preferentemente, con agua gasificada.

Dinamita – Eh, ¿un choripán, puede ser? Me voy a morir de hambre con esa cosa gourmet.

Adalberto – Y un choripán, si se porta bien.

Dinamita – Voy a vender mi voto por un chori.

Cliente – Vos no votás.

Dinamita – Ya voy a aparecer en el padrón, sabelo.

Cliente – Bueno, ¿cuánto le debo?

Adalberto – Todavía, nada. Espere a ver los resultados.

Cliente – ¿Y cómo sabe que voy a volver.

Adalberto – La verdad, no sé. Pero el maestro Aristóbulo seguro que sabe; si quiere, le pregunto...

Dinamita – No, che... no da para preguntar... vamos, viejo.



El cliente y su perro se fueron a su casa, y Aristóbulo pronto comprendió por qué estaba tan apurado el perro.



Aristóbulo – Faltan cien gramos...



Una hora después, el cliente volvió.



Cliente – Disculpe. Mi perro está raro. De pronto se empezó a reír como loco...

Dinamita – Jo, jo, jooo, woof, jo, jooooo, guau.

Adalberto – Ufff.. .¡Aristóbulo!

Aristóbulo – ¿Qué pasa?

Adalberto – Escuchá.

Dinamita – Jooo, jooo, miau, digo, guau, jo, jooo.

Adalberto – ¿Qué opina al respecto?

Aristóbulo – Opino que este perro está de la cabeza y que hay que impedir que se acerque a la heladera.

Cliente – ¿Por qué?

Aristóbulo – Porque ahí tengo un salame de Oncativo que me acaban de regalar.

Cliente – ¿Usted se preocupa sólo por eso?

Dinamita – Salame... Oncativo... mío... jo, jo.

Adalberto – ¡Juira, perro! Déle comida.

Cliente – ¿Cuánta comida?

Adalberto – Lo que tenga.



El cliente vació toda la comida que tenía guardada en un recipiente: una barra de cereal, un alfajor, dos o tres caramelos media hora y un par de impuestos.



Cliente – ¿Usted cree que con esto se va a curar?

Adalberto – Curar, curar... bueno, por ahora va a estar bien... recomiendo que aproveche este momento para hacerle escuchar Soda Stereo.

Cliente – Bueno, ¿cuánto le debo?

Adalberto – ¿Cuánto cree usted que vale nuestro trabajo?

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