Aristóbulo Pachevko – El mezquinador de la droga

Aristóbulo – [aspira y tose] Agh, ¿por esto pagué doscientos cincuenta pesos?



Ése que está tirando un Cohiba a la basura, es Aristóbulo Pachevko, un hombre de edad media, carteludo y con poco gusto por el tabaco. Cerró la tapa del tacho de basura y agarró al azar un libro de su biblioteca, el cual se titulaba “El Capitalismo y el Complejo de Estocolmo desde una perspectiva marxista”.



Aristóbulo – Oh, yo tenía ganas de leer un libro facho...



Devolvió el ejemplar a su sitio y manoteó uno titulado “El mago de Oz”.



Aristóbulo – Ahora sí estamos hablando...



Apenas pasaron cinco minutos cuando un cliente lo sorprendió en la vigésimo quinta página.



Cliente – [atolondrado] Hola, ¿me puede solucionar un problema?

Aristóbulo – Imagino que sí...

Cliente – ¡Pero lo necesito ya!

Aristóbulo – Bueno... primero hay que hacer algunos testeos... ¿usted cuándo nació?

Cliente – El siete de mayo de mil novecientos setenta y cinco.

Aristóbulo – ¿Sabe a qué hora nació?

Cliente – Eh... no. ¿Es necesario?

Aristóbulo – Imprescindible. Necesito ese dato para poder calcular las tendencias orgánicas y astrales de su cuerpo.

Cliente – Pero después puede ser muy tarde, ¿no lo puede calcular ahora con los datos que le doy?

Aristóbulo – Puedo hacer un cálculo muy vago, pero si usted quiere que su problema sea resuelto, debería tener su hora de nacimiento.

Cliente – Está bien, ya lo averiguo. Vuelvo en un rato.



Aristóbulo volvió a sumergirse en su libro y, a los diez minutos, el cliente volvió.



Aristóbulo – Eso ha sido rápido. No me ha dejado ni terminar este libro.

Cliente – Me retrasé porque me tropecé con el perro, pero afortunadamente vivo al lado y no ha pasado tanto tiempo como para acrecentar el riesgo. Traje mi partida de nacimiento.

Aristóbulo – Bien, ¿a qué hora nació?

Cliente – Eh... a las 23:10.

Aristóbulo – Hm...

Cliente – ¿Qué pasa?

Aristóbulo – ¿A los cuántos segundos?

Cliente – No sé, ¿pasa algo? ¿Me voy a morir?

Aristóbulo – Calma, no sea tan ansioso... este cálculo lleva tiempo... mientras tanto, cuénteme acerca de su problema.

Cliente – Sucede que me voy a morir pronto.

Aristóbulo – ¿Y de qué se va a morir?

Cliente – No sé. Sólo sé que me voy a morir pronto.

Aristóbulo – A ver... bueno, mire, dentro de las tendencias astrológicas, usted no se va a morir pronto.

Cliente – Eso no es cierto. Yo me voy a morir, lo sé.

Aristóbulo – ¿Y cómo lo sabe?

Cliente – Lo sé, ¿importa? ¡Lo sé! Estoy seguro de eso.

Aristóbulo – Bueno, entonces, creo que no puedo encontrarle una solución a su problema...

Cliente – ¿Por qué? ¡¿Por qué?!

Aristóbulo – Porque si usted está tan convencido de que se va a morir, no existe forma de curarlo, ya que usted quiere tener la razón con tanta obstinación, que lo conseguirá de todos modos.

Cliente – ¿Y qué se puede hacer para revertirlo?

Aristóbulo – Hmmmmm...

Cliente – Dígame, ¿qué se puede hacer?

Aristóbulo – Pruebe con no tener la razón.

Cliente – Bueno, yo no tengo razón.

Aristóbulo – Hmmmmmmm...

Cliente – ¿Qué sucede?

Aristóbulo – Espere, estoy pensando...

Cliente – [pausa] ¡Bueno, ya, dígame qué hay que hacer!

Aristóbulo – Podríamos empezar por hacer silencio, así puedo pensar en paz...

Cliente – Hmmmmmmmmmmmmmmmmmmm [molesta con un zumbido constante] ¡Bueno, ya! ¿Acaso usted está haciéndome esperar para desesperarme?

Aristóbulo – En efecto, yo sólo lo estoy haciendo esperar...

Cliente – Para desesperarme...

Aristóbulo – Yo no sabía que usted desespera tan rápido. Si usted no me cuenta sus problemas, yo no puedo saberlos. ¿Usted desespera fácilmente?

Cliente – Sí, un poco...

Aristóbulo – Bueno, entonces, lo que vamos a hacer es preparar un té con algo para comer así usted se calma, ¿le parece bien?

Cliente – Pero yo en cualquier momento me puedo morir, ¿sabe usted? ¿Y si me muero mientras usted prepara el té?

Aristóbulo – Usted no se va a morir hoy. Hágame caso.

Cliente – Está bien, le haré caso, no me voy a morir hoy.



Aristóbulo preparó dos tazas de té rojo con canela y sacó del horno unos brownies recién hechos que parecían tener alguno que otro aditivo...



Aristóbulo – Bueno, ya está listo. Me olvidé de preguntar si le gustan los brownies.

Cliente – Sí, me gustan, pero, ¿usted cree que no me van a hacer mal?

Aristóbulo – Estoy seguro de que le van a hacer bien. Además, mientras usted esté acá, está a salvo. Lo más peligroso que puede haber acá son algunos libros heréticos.

Cliente – Bueno, eso es inofensivo, los libros son...

Aristóbulo – Y algunas armas de fuego antiguas que colecciono.

Cliente – Pero imagino que no están cargadas.

Aristóbulo – De hecho, lo están; pero no se preocupe, son inofensivas, apenas pueden matar un ratón...

Cliente – Ah...

Aristóbulo – También pueden matar un tigre, un buey, un elefante...

Cliente – ¿Eeeeh?

Aristóbulo – Pero no se preocupe, están colgadas de la pared y nadie las puede alcanzar.

Cliente – Ah...

Aristóbulo – A menos que los clavos se suelten, caigan al suelo y se disparen accidentalmente.

Cliente – ¡¡¿Pero usted está loco?!!

Aristóbulo – De todos modos, llevan tanto tiempo ahí que están todas tapadas y no podrían dispararse.

Cliente – Ah, menos mal...

Aristóbulo – Pero no recuerdo cuál era la que tenía tanta pólvora que podría volar todo este estudio en pedazos...

Cliente – Pero, ¿usted me quiere matar?

Aristóbulo – Aún no tengo razones...

Cliente – Un momento, ¿usted me está gastando?

Aristóbulo – Sí, y es muy entretenido.

Cliente – [gruñido] Por favor, ¿podría enfocarse en mi problema?

Aristóbulo – Por supuesto, tome el té y coma algo mientras pienso en ello.

Cliente – Hmmm... estos brownies tienen un gusto extraño... como... mantecoso...

Aristóbulo – Sí, son una receta que utilizaba mi abuela; para quedar gordito y sanito.

Cliente – ¿Falta mucho para tener el resultado de la fecha de mi muerte?

Aristóbulo – Sólo un ratito...



Pronto, el efecto del alimento tonificado mostró sus efectos...



Cliente – ¡Jo, jooooooooo, me voy a morir! Che, alquimista, ¿cuánto falta?

Aristóbulo – Mirá, siento desilusionarte, pero vas a vivir mucho tiempo.

Cliente – ¡Noooo, jo, jooooo! ¿Cuánto?

Aristóbulo – Unos cuarenta años más como mínimo.

Cliente – ¡Jo, joooooo! ¡Entonces tengo que juntar plata para pagar mis deudas!

Aristóbulo – ¿Cuánto debe?

Cliente – Qué se yo, estoy re loco.

Aristóbulo – Ufff... me parece que se me pasó...

Cliente – Mirá, Aristóbulo... [hace una pedorreta] Jo, jooooooo.

Aristóbulo – Bueno, señor, lo que podemos hacer con su caso, es lo siguiente. Usted se acuesta en ese sofá y descansa un rato.

Cliente – ¿Qué voy a descansar, si tengo toda una vida por delante? ¿Tenés más brownies?

Aristóbulo – No.

Cliente – ¿Algo para comer?

Aristóbulo – Nada.

Cliente – ¡Aarrgghh, muero de ansiedad!

Aristóbulo – Deje de morder ese sillón, le puedo asegurar que no es nutritivo.

Cliente – Pero está rico. Tiene el mismo sabor que las hamburguesas de Mark Rónal.

Aristóbulo – Y probablemente esté hecho del mismo material, pero es más caro.

Cliente – ¿Cuánto más caro?

Aristóbulo – Unos dos mil pesos.

Cliente – Eh... bueno, mejor me acuesto. Llame a emergencias, me estoy muriendo.

Aristóbulo – Usted no se está muriendo.

Cliente – Sí, en serio, me estoy muriendo, mire, ¡agh!

Aristóbulo – [pausa] Señor...

Cliente – No puedo contestar, estoy muerto.

Aristóbulo – Señor...

Cliente – El número solicitado no corresponde a un abonado en servicio, jo, joooooooo... estoy re looooooooooo...

Aristóbulo – Bueno, me cansé.



Aristóbulo se dirigió al freezer, sacó una bolsa de hielos y, sin pedir permiso ni perdón, la vació sobre el cuerpo de su cliente.



Cliente – [asustado y cagado de frío] ¡¡Aaaah!! ¿Qué hacés?

Aristóbulo – De alguna manera se te tiene que pasar ese estado insoportable. La verdad que prefiero que tengas ansiedad por morirte antes de que sigas comportándote como un bebé que tomó insecticida por error.

Cliente – ¡Gu, gu, da, da, jo, jooooooooo!

Aristóbulo – Bueno... si el hielo no funciona...



Con un desodorante en aerosol y un encendedor, Aristóbulo empezó a quemarle los pies...



Cliente – Che, me parece que alguien está preparando asado. ¿¡Vamos!?

Aristóbulo – Ufff... está en otro mundo... Bueno, si la montaña no va a Mahoma...



Aristóbulo fue a su dispensario de medicamentos y especias y sacó una inyección con un líquido transparente.



Cliente – ¿Qué es eso?

Aristóbulo – Algo que te va a devolver un poco la cordura.

Cliente – Pero si estoy joya, loco, no bardeés.

Aristóbulo – Usted quédese quieto si quiere solucionar todos sus problemas.



El líquido penetró en la sangre del cliente y, de pronto, sus ojos se abrieron como si fuesen dos huevos duros con la yema pasada.



Cliente – [duro] Eh, chabón; ¿qué te creés que sos? ¿Que me vas a venir a vacunar así, sin permiso?

Aristóbulo – Era necesario, estabas en cualquiera. Ahora, decime, ¿por qué te querés morir?

Cliente – Qué se yo, estoy re duro.

Aristóbulo – Lo noté. Entonces, ¿por qué te querés drogar?

Cliente – Porque este mundo es una porquería, porque vivir en la realidad capitalista que te obliga a trabajar todos los días sólo para pagarte una cueva que en tiempos antediluvianos era gratis, y después tener que trabajar para pagarte la ropa, la luz, el gas, el agua, ¡el agua que nos cae del cielo tenemos que pagar! Y encima, el sistema te obliga a tener todo último modelo, como este celular, ¿para qué quiero yo este celular con mil aplicaciones? ¿Para qué? ¿Sabés para qué? Para levantar minitas, porque todo en este mundo es levantar minitas, y tenés que laburar para levantar minitas, tenés que tener el último celular, el mejor auto y la mejor pilcha, porque para ser el macho alfa hay que...

Aristóbulo – [ronquidos]

Cliente – ¡Oiga! ¡Aristóbulo!

Aristóbulo – ¿Eh? ¿Qué? ¿Ya terminaste?

Cliente – Te dormiste a la mitad de mi discurso.

Aristóbulo – ¿Era la mitad? Bueno... [ronquidos]

Cliente – ¡Si no me querés escuchar, me voy!

Aristóbulo – Mirá, te la hago así de simple. Si creés que para salir con una mujer tenés que comprar objetos, tenés un problema de inseguridad muy serio. Pero tu problema, en realidad, es que viniste acá para conseguir drogas simulando que tenías deseos suicidas. Debo reconocer que actuaste muy bien, investigaste muy bien mis procedimientos como para saber que lo primero que haría para calmar tu trastorno de ansiedad sería darte un brownie con macoña. Pero no sabías que los placebos también funcionan y que sólo te daría brownies con mucha manteca y te inyectaría solución fisiológica.

Cliente – Qué se yo, estoy re duro.

Aristóbulo – Estás más blando que un budín de pan. ¿Querés que te dé una piña para comprobarlo?

Cliente – Ehh... no.

Aristóbulo – Bueno, ahora sí. Vos no tenés ganas de morir, tenés ganas de drogarte. Si querés, te puedo ofrecer un licor de tomillo que tengo acá, es muy fuerte y te va a poner de las tuercas, lo suficiente como para que puedas salir a la calle tambaleando y que tu próximo destino sea un móvil de la policía, ¿querés?

Cliente – Ehh... no.

Aristóbulo – También tengo marihuana, pero no la podés consumir acá, porque es sólo para uso medicinal. ¿Tenés glaucoma?

Cliente – Eh... puedo tener...

Aristóbulo – Era una pregunta retórica, no tenés glaucoma.

Cliente – ¿Qué es glaucoma?

Aristóbulo – Es una enfermedad en el ojo.

Cliente – Eh... ¿y qué es retórica?

Aristóbulo – Es un uso estratégico del lenguaje para convencer al interlocutor.

Cliente – Eh... ¿qué es interlocutor?

Aristóbulo – Me harté. ¿Querés quedarte a leer libros acá? Podés investigar lo suficiente como para crear nuevos personajes y ser un buen actor; te veo futuro ahí.

Cliente – Eh... Bueno.

Aristóbulo – Pero te tengo que cobrar.

Cliente – ¿Por qué?

Aristóbulo – Porque no soy un benefactor de una orden religiosa.

Cliente – Pero... no tengo plata.

Aristóbulo – ¿Y viniste acá porque creías que podías conseguir drogas gratis?

Cliente – Y... sí.

Aristóbulo – Bueno, vamos a hacer una cosa. No te voy a cobrar nada, pero tenés que trabajar durante una semana acá.

Cliente – ¿Y cómo sabe que voy a volver mañana?

Aristóbulo – Porque vos no sabés qué ingredientes tenían los brownies...

Cliente – Eh... bueno... por cierto, ¿por casualidad me quemaste los pies?

Aristóbulo – ¿Yo? No...

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