Aristóbulo Pachevko – El imán de piñas

Aristóbulo – ¡Adalberto! ¡Se acabó el papel!



Ése que está haciendo sus necesidades, es Aristóbulo Pachevko, un señor barbudo, con algunas canas y una irremediable pasión por leer en los sanitarios. Acababa de terminar una compilación de ensayos sobre “la ficcionalización de la vida de los muertos en las palabras en sus velorios” cuando se dio cuenta de que se había acabado el papel higiénico.



Adalberto – ¿No tiene ahí, maestro?

Aristóbulo – Si tuviera no te hubiera llamado. Andá a comprar en el almacén de al lado.

Adalberto – Bueno, ya vuelvo, maestro...

Aristóbulo – ¡Ah!

Adalberto – ¿Qué pasa?

Aristóbulo – Ya que vas, traé chocolate para taza...

Adalberto – Bueno ya vuelvo...

Aristóbulo – ¡Ah! Y churros.

Adalberto – Bueno, ya...

Aristóbulo – Y dulce de leche.

Adalberto – Bueno...

Aristóbulo – Y manteca.

Adalberto – ...

Aristóbulo – Y un sachet de leche.

Adalberto – ¿Ya?

Aristóbulo – ...

Adalberto – Bueno, ya vuel...

Aristóbulo – Descremada.



El joven Adalberto, su aprendiz en las oscuras ciencias de la Alquimia, se fue al almacén y, no bien salió de hacer las compras, se encontró con un hombre vestido de blanco tirado en el piso y con el rostro ensangrentado.



Adalberto – ¿Se puede saber qué le pasó, señor?

Cliente – (con voz de ecuatoriano) No mucho... sólo me tropecé y caí sobre el puño de unos ocho fascinerosos.

Adalberto – Venga, señor, lo vamos a ayudar. Sígame por acá.



Adalberto dejó al hombre golpeado en la sala de espera y se fue a llevarle el papel a su maestro.



Adalberto – Acá tiene, maestro.

Aristóbulo – Gracias... ¿Escuché mal, o trajiste a alguien más al estudio?

Adalberto – Vine con un hombre que parece que fue golpeado.

Aristóbulo – Bien, ya salgo.



Aristóbulo hizo lo que tenía que hacer y salió a recibir al herido.



Aristóbulo – Buen día.

Cliente – Buen día.

Aristóbulo – Ufff... ¿Se equivocó de baño público, señor?

Cliente – No... mire, le cuento, yo soy José Correa, Imán de Piñas.

Aristóbulo – No lo dudo...

Cliente – No, vea, soy un predicador musulmán, un imán, y vengo desde la ciudad de Piñas, en Ecuador.

Aristóbulo – Ah, ya entiendo. ¿Y por qué vino acá?

Cliente – Porque desde que me inicié como orador, por alguna extraña razón, cada tanto me propinan una golpiza. Y lo extraño [piña] es que son siempre personas al azar [piña]. No es que haya una organización [piña] en mi contra; simplemente, la gente me ve y me golpea [piña]. Por cierto, señor Aristóbulo [piña]...

Aristóbulo – ¿Qué sucede?

Cliente – ¿Podría dejar de golpearme? [piña]

Aristóbulo – Lo estoy intentando, pero no puedo controlarlo...

Cliente – ¿Ve usted lo que sucede? [piña]

Aristóbulo – Bueno, comprendo todo. ¿Podría retirarse por ahora, así estudiamos el caso?

Cliente – Sí, por supuesto. ¿Vuelvo mañana?

Aristóbulo – Sí, vuelva mañana. Ah, antes de irse, ¿le puedo dar una piña de despedida?

Cliente – Sí, no hay problema. [piña]

Aristóbulo – Gracias.



Aristóbulo se sentó a estudiar el caso con Adalberto, recurriendo a los libros más antiguos en los cuales pudiesen documentarse casos similares.



Adalberto – ¿Encontró algo, maestro?

Aristóbulo – Nada... lo más cercano a esto es la historia del pianista Wladek Szpilman, quien parecía tener una mala suerte indescriptible, y sin embargo, salió vivo de todo.

Adalberto – Acá tengo la historia de XX XX, a quien le cayeron XX rayos y siguió vivo.

Aristóbulo – No parece haber una relación posible entre ambos.

Adalberto – Quizás, hay una constante astrológica que los englobe en una dualidad de mala y buena fortuna, haciendo que les suceda de todo, pero que sigan en pie.

Aristóbulo – Puede ser, sin embargo, este hombre, según su carta natal, está destinado a tener muy buena fortuna dedicándose a la química, a la medicina, a la física o a la taquigrafía. Tengo la impresión de que su mala fortuna tiene origen en el desvío en que incurrió al dedicarse a la religión.

Adalberto – ¿Y qué le parece que habría que hacer?

Aristóbulo – Primero hay que aconsejarle que deje de rezar.

Adalberto – Pero eso sería cuestionar su fe, ¿le parece correcto?

Aristóbulo – Él puede creer en lo que quiera, pero si sigue siendo un imán de Piñas, su vida corre peligro. Si no acepta que tiene que dejar de serlo, dejará de ser nuestro problema.

Adalberto – ¡Usted es un insensible, maestro!

Aristóbulo – Lo sentiré en lo más profundo de mi alma si él toma la decisión incorrecta, querido Adalberto.

Adalberto – No le creo una sola palabra.

Aristóbulo – Y hacés bien. ¿Dónde están mi chocolate y mis churros?

Adalberto – Acá. También traje dulce de leche, manteca y leche.

Aristóbulo – ¿Descremada?

Adalberto – Sí. Ahora, ¿por qué pide leche descremada si va a comer chocolate y churros con manteca y dulce de leche?

Aristóbulo – Porque estoy cuidando mi figura, ¿no es obvio? Este chico pregunta cada cosa...



Aristóbulo disfrutó de su copiosa merienda que, de tan abundante, pudo ocupar la cena. Y para el desayuno del día siguiente, aún quedaban algunos bocados que fueron interrumpidos por la llegada del tan desventurado cliente.



Cliente – Buen día, ¿ya tiene alguna idea sobre cómo tratar mi situación?

Aristóbulo – Por supuesto. Siento decirle que usted tiene que dejar de ser Imán de Piñas.

Cliente – ¿Por qué? [piña]

Aristóbulo – Porque ésa es la causa por la cual usted recibe golpizas con tanta frecuencia [piña].

Cliente – Lo comprendo. ¿Puede dejar de golpearme?

Aristóbulo – No. Antes tiene que dejar de ser un Imán.

Cliente – Está bien. Lo dejaré. Muchas gracias. ¿Cuánto le debo por sus servicios?

Aristóbulo – Aún nada. Espere a ver los resultados [piña].

Cliente – ¿Y cómo sabe que volveré?

Aristóbulo – Usted... [piña] volverá...



El infortunado receptor de golpes se retiró del estudio y empezó una nueva vida lejos del imanato; sin embargo, Aristóbulo sospechaba que faltaba algo por hacer...



Adalberto – ¿Por qué sigue leyendo estos libros, maestro?

Aristóbulo – Porque creo que a nuestro cliente aún le quedan golpes por recibir...

Adalberto – ¿Y qué se puede hacer en ese caso?

Aristóbulo – Tenemos que perseguirlo y ver cómo son esos casos de violencia gratuita e innecesaria...



Aristóbulo y Adalberto prepararon sus maletines y salieron a recorrer las calles de la ciudad buscando a José Correa, el Imán de Piñas.



[hablan por lo bajo]

Adalberto – Ahí está, maestro.

Aristóbulo – ¿Dónde?

Adalberto – ¡Ahí, es ese que parece una sábana de hospital!

Aristóbulo – ¿Sigue vestido así?

Adalberto – Parece que es la única ropa que tiene.

Aristóbulo – Debería andar más abrigado, se va a engripar.

Adalberto – Con esto de las piñas, creo que una gripe sería afortunado de su parte, ya que tendría que quedarse haciendo reposo en su casa...

Aristóbulo – A menos que llame a un médico y lo golpee. Ahí hay más gente, vamos a ver si lo golpean.

Adalberto – ¿Vino a ver cómo lo golpean?

Aristóbulo – No, es sólo con fines experimentales. Hay que ver qué razones les da a los demás para que reciba golpes.

Adalberto – ¿No le parece suficiente prueba el hecho de que usted lo golpeaba gratuitamente?

Aristóbulo – Yo lo golpeaba porque tenía ganas. En serio, sos muy ingenuo, Adalberto, me preocupa.

Adalberto – Ahí se le acercan dos tipos y una chica.



Tipo 1 – Ew, ¿qué mirás a mi chica?

Cliente – Yo no he mirado a... [piñas] ¡Uh!



Adalberto – ¡Ahí le están dando! Vamos a ayudarlo.

Aristóbulo – Ni loco, quedate acá.

Adalberto – Pero, ¡lo están reventando!

Aristóbulo – No hay problema, este tipo tiene más vidas que Chatrán. ¿Ve? Ya está caminando de nuevo.

Adalberto – Pero, ¿podría tener un poco de empatía por este pobre hombre?

Aristóbulo – No, y me parece que ya sé de dónde viene el problema.

Adalberto – Entonces, vamos a curarlo.

Aristóbulo – No, aún no. Tengo que estar seguro de que ésa sea la solución...

Adalberto – Tengo dudas al respecto... me parece que usted sólo quiere ver cómo lo golpean de nuevo.

Aristóbulo – Me sorprende que tengas dudas... Ahí viene alguien...

Adalberto – Ahí lo veo, es un tipo solo.

Aristóbulo – Hmmm...

Adalberto – No pasó nada, qué extraño...

Aristóbulo – Veamos qué pasa con la pareja que viene ahí...

Adalberto – Son dos tipos. Y no pasa nada, tampoco...

Aristóbulo – Hmm... ¿Y esos otros dos que vienen ahí?

Adalberto – Un hombre y una mujer.

Aristóbulo – Bien. Preparate...



Tipo 2 – Ew, ¿qué mirás?

Cliente – ¿Yo? Nada...

Tipo 2 – Qué no vas a mirar nada... [piñas]



Adalberto – Bueno, ahora sí, vamos a ayudarlo.

Aristóbulo – Sí, esperemos a que el tipo termine. No quiero meterme en una gresca innecesariamente.



Aristóbulo y Adalberto se acercaron lentamente al desafortunado cliente mientras el pugilista se retiraba.



Cliente – Aiuda...

Aristóbulo – Vamos, levántese, no se haga el inocente...

Cliente – ¿Qué sucede? Usted me dijo que si dejaba de ser...

Aristóbulo – Yo le dije que deje de ser un imán de piñas, pero usted se empeña en seguir siéndolo. No es mi culpa.

Cliente – No entiendo lo que me dice.

Aristóbulo – Bueno, se lo explicaré científicamente. Usted tiene una rara especie de estrabismo selectivo. Es decir, sus ojos se desvían hacia determinadas direcciones.

Cliente – ¿Y cómo puede producir eso que me golpeen a cada rato?

Aristóbulo – No sé si usted se hace el tonto, o realmente padece de una patología, porque esas determinadas direcciones siempre coinciden con los escotes femeninos.

Cliente – Eh... y... ¿Cómo se puede solucionar eso?

Aristóbulo – Hay dos opciones; o usted empieza a ejercitar la mirada fija hacia los ojos...

Cliente – Imposible...

Aristóbulo – Entonces, cómprese unos anteojos oscuros y todos salen ganando.

Cliente – ¡Pero claro! ¿Cómo no se me ocurrió antes? Gracias, Aristóbulo; ¿cuánto le debo por todo esto?

Aristóbulo – ¿Cuánto cree usted que vale mi trabajo?

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