Aristóbulo Pachevko – El cebador de la ética

Aristóbulo – [tose] Uh... con esto de la gripe omnipresente, las noticias me están afectando...



Ése que se quejó, es Aristóbulo Pachevko, un hombre que no cree en nada, un tipo de la ciencia, de los microscopios, de la empiria dura, del método cartesiano y de la alquimia.

Su consultorio se corona con un cartel que dice “El alquimista de los sueños”; un enigma publicitario, una carnada ficticia para peces curiosos y desesperados. Pero no siempre iban a morder los mismos peces...


Cliente 3 – Hola. ¿Se puede saber qué hacés vos?

Aristóbulo – Respiro, me alimento, voy al baño y a veces, soluciono problemas a través de diferentes avatares de la ciencia.

Cliente 3 – ¡Jah! “Alquimista”, dice su cartel; la ciencia que nunca existió.

Aristóbulo – Sí existió, pero nunca fue una ciencia...

Cliente 3 – ¡Claro! Entonces, ¿por qué ponés en tu cartel que usted es alquimista?

Aristóbulo – Para atraer a curiosos y a idiotas, y porque la alquimia buscaba un conocimiento íntegro, a diferencia de otras disciplinas que buscan un conocimiento parcial, pero parece que este tema no le genera mucha curiosidad...

Cliente 3 – ¡Ah, bueno! Mirá, Da Vinci, entonces quiero que vos resuelvas un problema.

Aristóbulo – ¿Es un problema suyo?

Cliente 3 – Es un problema de todos...

Aristóbulo – Bueno, cuénteme nuestro problema.

Cliente 3 – Quiero que mates al Gobernador.

Aristóbulo – No.

Cliente 3 – ¿No? ¿Por qué no? ¿Acaso no resolvés problemas?

Aristóbulo – Sí, pero el gobernador no es el problema...

Cliente 3 – ¿Por qué no? ¡Es un ladrón, un facho, un corrupto!

Aristóbulo – El problema no es él en este gabinete. El problema es que alguien quiere cometer un asesinato.

Cliente 3 – ¡Yo no quiero cometer un asesinato!

Aristóbulo – Pero quiere que yo lo haga. Eso no sólo lo convierte en un criminal, sino en un cobarde que no es capaz de hacerlo por su cuenta.

Cliente 3 – ¿Cobarde, yo? ¡Te voy a mostrar, cobardía!



El cliente sacó un arma y apuntó a Aristóbulo.



Aristóbulo – Qué linda cobardía. ¿Realmente quiere matarme, o prefiere solucionar su problema?



El tercer cliente del alquimista guardó su arma y se quedó callado con los dedos temblando.



Cliente 3 – Escuchá.

Aristóbulo – Escucho.

Cliente 3 – Mi hija iba a trabajar de docente; se acaba de recibir, pero una noche había salido a pasear a su perro y la paró la policía. No tenía el documento en su bolsillo y la metieron en cana. Le pintaron los dedos y ahora no puede ser profesora en escuelas públicas.

Aristóbulo – Que pruebe en institutos privados...

Cliente 3 – ¿Acaso usted no entiende?

Aristóbulo – Entiendo que usted necesita una dosis de agua en su alma.

Cliente 3 – ¡Mirá...!

Aristóbulo – Miro.

Cliente 3 – ¿Querés que saque la pistola de nuevo?

Aristóbulo – Me gustaría. Es un arma muy buena. Si no me equivoco, es una Desert Eagle 12.7 mm. Tengo una acá, abajo del escritorio, apuntando a su entrepierna. Me sorprende que tenga una, porque es un arma de guerra. ¿Dónde la consiguió?



El cliente se quedó helado... y por lo que parece, sus genitales se redujeron para protegerse de un potencial disparo.



Cliente 3 – Eh... veo que le gustan las armas...

Aristóbulo – Sí, de hecho, tengo una Manchester Molina que es una reliquia de Alberdi. Dicen que fue usada en los casos más violentos contra la mafia de los griegos. Pero, volviendo al tema, ¿ahora sabe qué necesita? O si quiere, puede volver a amenazarme...

Cliente 3 – No, eh... está bien... mirá... el problema es que quiero que mi hija pueda trabajar tranquila y necesita que le den el certificado de buena conducta.

Aristóbulo – Entonces tendremos que salir de este estudio.



Aristóbulo metió todo lo que pudo en su maletín y se fueron juntos a la central de Policía.



Aristóbulo – Antes de hablar con el empleado, necesitamos un diálogo previo, así puedo evaluar cómo se puede torcer su voluntad

Cliente 3 – Vos sos muy maquiavélico...

Aristóbulo – ¡Lo soy! ¿O necesito decir “mua, ha, ha, hah” para que se entienda?



Aristóbulo y su cliente entraron en el distrito y empezaron a hablar con la burócrata.



Burócrata – Hola. ¿Qué necesita?

Cliente 3 – Un certificado de buena conducta para mi hija.

Burócrata – ¿Tiene un poder para solicitarlo?

Aristóbulo – Eh... no, no tenemos el poder...

Cliente 3 – Pero...

Aristóbulo – Vamos a buscarlo, nos lo olvidamos.



Aristóbulo miró a su cliente con ojos de “callate, boludo” y se fueron.



Cliente 3 – ¡Pero yo tengo el poder!

Aristóbulo – Usted no tiene ni el poder de Greyskull. Ahora vamos a volver y vamos a conseguir ese certificado.

Cliente 3 – ¿Cómo?

Aristóbulo – Fácil. La burócrata lleva muchas horas sentada ahí y destila un olor a glúteo que l hace fruncir la ñata al cuadro de San Martín, lo que significa que tiene una carencia del elemento agua en su alma.

Cliente 3 – O sea, le falta baño.

Aristóbulo – Más específicamente, en el distrito está roto el bidet. Lo que haremos, es convidarle un mate y...



Aristóbulo y su cliente volvieron a entrar al distrito y se encontraron con la burócrata.



Burócrata – ¿Ya consiguieron el poder?

Aristóbulo – Sí, ¿quiere un mate?

Burócrata – No puedo, tengo problemas de acidez y...

Aristóbulo – No se preocupe, yo también. Esta yerba es gastritis friendly...

Burócrata – Bueno, gracias... [sorbo de mate]



En ese mismo instante, el semblante de la burócrata cambió por completo... tenía cara de...



Burócrata – Me quiero ir...



Algo empezó a incomodarla...



Aristóbulo – Mirá cómo empieza a inclinarse...

Cliente 3 – No me digás que se va a tirar uno...

Aristóbulo – A ver... sí, lo silenció... muy decente de su parte.



La situación de la burócrata era verdaderamente embarazosa...



Burócrata – ¿Me puede dar el poder?

Cliente 3 – Acá está...

Burócrata – Rápido. Gracias.



La empleada empezó a sudar cubos de hielo mientras Aristóbulo sostenía una cara de póker trascendental.



Burócrata – Ya le doy el certificado... verifico los antecedentes y... vamos, vamos, vamos... rápidoooo... huh... eh, no, bueno. Disculpe, no voy a poder verificarlo porque hay problemas con la red... eh, bah, tome, usted parece un padre responsable. ¡Adiós!

Cliente 3 – Muchas gracias...



El cliente atinó a darle la mano a la burócrata, pero ella ya no estaba... había desaparecido... tras una puerta vaivén.



Cliente 3 – Muchas gracias, señor alquimista. ¿Cuánto le debo?

Aristóbulo – Aún nada... págueme cuando vea los resultados.

Cliente 3 – ¿Y cómo sabe que voy a pagarle?

Aristóbulo – Lo sé... sé más de armas que usted, ¿qué le hace pensar que no sé más del futuro, también?



Aristóbulo volvió a su despacho y se puso a limpiar cada uno de los artículos de su colección de armas... sobre todo, la Desert Eagle que tenía guardada en su caja fuerte.

Una semana más tarde, su tercer cliente volvió al consultorio del alquimista con más ira que Aquiles.



Cliente 3 – ¡Sos una basura! ¡Mi hija fue arrestada en la puerta de la escuela!

Aristóbulo – Cosas que pasan... cuando uno quiere entrar en una escuela con una pistola...

Cliente 3 – ¿Cómo sabe usted que fue con una pistola?

Aristóbulo – Era eso, o usted se mancha las manos cuando usa el lápiz de labios.



Aristóbulo sonrió ante la mirada atónita e iracunda de su cliente.



Aristóbulo – Imagino que no tiene otra pistola...

Cliente 3 – Pero... ¡tengo una navaja!

Aristóbulo – Eso es una cuchara...



El cliente se fue del lugar indignado y Aristóbulo se tomó un té verde con ajenjo, tomillo y cáscara de mango mientras leía un libro sobre “el silencio ninja de las orugas y su significado según Lacan”.

De repente, apareció otro cliente... como el anterior no pagó, éste vendría a ser el tercero, ¿no, Aristóbulo?



Aristóbulo – Sí, espere que marco la página del libro...



Aristóbulo marcó su libro con un cenicero y atendió a su tercer cliente.



Director – Hola, soy el director de la escuela Prescindente De la Rúa y vine a agradecerle por advertirnos de la amenaza que se nos avecinaba...

Aristóbulo – Fue un placer.

Director – Me gustaría darle un obsequio por lo que hizo.

Aristóbulo – Le agradezco.

Director – ¿Qué le gustaría recibir? Pensé en una picada, en dinero, un spa, un trabajo...

Aristóbulo – Es simple, ¿cuánto cree usted que vale mi trabajo?

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