Las Puertitas del Sr. Kong IV: Raymundo

Por Juana Luján

La lista interminable de autos y peatones corre por la doble avenida como sangre bombeada por las venas. Orgánicamente, sin cuestionamientos ni vacilaciones.
Nadie aquí parece preguntarse el sentido de todo esto, de este deambular en eterno retorno de lo mismo, de este hormiguero gigante.

Kong ha estado en esta esquina, frente a un bar, desde hace casi tres horas.
Asaltado por la certeza de que toda esta maquinaria es absurda ha sido incapaz de cruzar la calle o de dar siquiera un paso más.
La luz de este mediodía de jueves es irritante, especialmente porque los ciudadanos respetables encuentran en la luz blanca el elemento justo para mantenerse activos, productivos, en movimiento.

De todas formas, cualquiera que sea el efecto que en otros produce un día laboral y una luz blanquísima, no lo tiene sobre Kong, que muchas veces en esos días necesita sus puertitas para salir del mundo hacia algo que tenga, irónicamente, más sentido.
Pero Kong se encuentra paralizado y hace tres horas que intenta desesperadamente mover su pie, no para cruzar la doble avenida, si no para correr al bar desde el cual ya hay varias personas mirándolo.
Alguien le pone la mano en el brazo, pregunta “¿se siente bien?” y el contacto con un desconocido sintiendo piedad lo lleva a salir de su estado catatónico.
No sabe que le dice al extraño, sólo sabe que ya está en movimiento, que está dentro del bar, que está a punto de abrir la puerta del baño sin siquiera preguntarse si hay alguien más.


Aquí está todo oscuro, Kong se pregunta a donde lo ha llevado su puertita esta vez… ¿será el limbo? ¿Habrá almas de niños sin pecados a su lado? ¿Será simplemente una habitación vacía? se le ocurre que en la noche mas absoluta asi debe ser, que el universo sin estrellas debe ser de una oscuridad tan pura y eterna como esta.

Estaba en este pensamiento cuando escucho una voz que venia de todas partes:
“Me llamo Raymundo, esta es mi alma.
Dado que no has intentado ingresar desde afuera, como tantos, sino que llegaste desde el centro mismo puedo decirte “bienvenido.” ”


Pese a que Kong solía entregarse sin reparos a lo que le deparase cada puerta le llevo unos instantes hacerse a la idea de haber ingresado al alma de alguien: durante años se ha mantenido relativamente alejado de las personas y aunque sabe que muchos han llegado a su alma duda seriamente de haber podido llegar a alguna… hasta este momento.
Raymundo no dice nada y Kong estima que es su turno de hablar, atina simplemente a decir “gracias” y el silencio vuelve a instalarse.
Generalmente Kong cuida sus palabras, sopesa el significado que tiene para él y también el que sospecha puede ser para los otros, esta vez sin embargo se encuentra como hablando sólo: “¿y porque todos los que intentan ingresar desde afuera no son bienvenidos? algo malo hay en eso”
Raymundo continua en silencio y Kong cree que quizás se ha quedado solo, pero al cabo de unos instantes esta voz resuena diciendo:


MIEDO
Miedo de ver una patrulla policial detenerse frente a la casa.
Miedo de quedarme dormido durante la noche.
Miedo de no poder dormir.
Miedo de que el pasado regrese.
Miedo de que el presente tome vuelo.
Miedo del teléfono que suena en el silencio de la noche muerta.
Miedo a las tormentas eléctricas.
Miedo de la mujer de servicio que tiene una cicatriz en la mejilla.
Miedo a los perros aunque me digan que no muerden.
¡Miedo a la ansiedad!
Miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto.
Miedo de quedarme sin dinero.
Miedo de tener mucho, aunque sea difícil de creer.
Miedo a los perfiles psicológicos.
Miedo a llegar tarde y de llegar antes que cualquiera.
Miedo a ver la escritura de mis hijos en la cubierta de un sobre.
Miedo a verlos morir antes que yo, y me sienta culpable.
Miedo a tener que vivir con mi madre durante su vejez, y la mía.
Miedo a la confusión.
Miedo a que este día termine con una nota triste.
Miedo a despertarme y ver que te has ido.
Miedo a no amar y miedo a no amar demasiado.
Miedo a que lo que ame sea letal para aquellos que amo.
Miedo a la muerte.
Miedo a vivir demasiado tiempo.
Miedo a la muerte.
Ya dije eso.*



Kong no replica nada.
No hay cosa que entienda más que ese miedo de Raymundo, es miedo a morir, a no ser amado, sabe que ese miedo también gobierna sus días pero sabe también que es un sentimiento muchas veces falaz y que –aunque sea cierto- deberá dejar de escucharlo.
Siente que debe irse, que cualquier palabra sobra ya entre él y Raymundo, pero en este lugar no hay nada, ni siquiera él está a la vista, menos aun la puertita que ha de traerlo a casa…
¿y si de pronto queda atascado en el alma de otro?
No, Kong cierra sus ojos que no ven nada aquí para pasar a su propio salón oscuro y eterno.
Sabe que su propia alma lo dejará donde deba estar.


* Miedo, Raymond Carver

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