Las Puertitas del Sr. Kong II: Marcelo

“En esta mañana de miércoles no hay excusas para quedarse en cama” piensa el Señor Kong, con algo de tristeza mientras apaga el reloj despertador.
La semana empieza aquí para él, porque descansa los martes de su tedioso trabajo en el call de Bv. San Juan y Bs As. Pero quien haya trabajado como Kong en este lugar sabe bien que la semana nunca empieza, nunca termina, en el infinito ciclo de días laborales.
Podría pensarse que nuestro hombre es un obsesivo, ya que cuida meticulosamente cada detalle de su cotidianeidad y detesta los imprevistos cuando se encuentra en su casa.
Se despierta siempre 5 minutos antes de que suene el radio reloj despertador y espera, mirando los números azules, a que llegue la hora programada.
Prepara su café, siempre la misma marca, dos cucharadas al ras, con la cuchara de mango azul, la única impar.
Lo toma sin azúcar, en la punta de la mesa, con cuatro galletas de salvado y un vaso de agua.

Si, podría decirse que es obsesivo… pero es que cuando sale a la calle, Kong ya sabe que no es dueño de nada: desde la demora del colectivo hasta las llamadas del trabajo, pasando por el tráfico, los vendedores ambulantes, el humor de la gente, el precio de los cigarrillos y las ocurrencias de su jefe, nada, nada en este mundo obedece a sus deseos.
Y hoy ha sido especialmente duro el viaje al trabajo; es por eso que Kong no espera hasta terminar el día para dirigirse a la puerta del baño de hombres, con urgencias no del cuerpo, si no del alma.

Al atravesar la puerta Kong sabe que no verá un baño. Ante sus ojos hay un arco de adobe y detrás se extiende un monte de arboles azules.
De cada árbol cuelga una soga que no lleva a ningún lado.
Kong mira los arboles desde cierta distancia intentando encontrar en la parte superior alguna construcción, pero no. solo sogas y arboles azules hasta donde llega la vista.
Por su cabeza planea un ave extraña, Kong no ha buscado llamar a esta ave de ninguna manera, pero sabe que se llama Marcelo.
No ruiseñor, no paloma, no cuervo, no buitre, ni halcón. Marcelo.

Marcelo planea lentamente por sobre Kong y tras unos momentos se posa en el arco que da entrada al monte. Desde allí simplemente dice


los viejos compran la soga que les recomendaste
limpiaron las telarañas de la viga
y en un sueño abierto a los demonios
se colgaron
convencidos de tu palabra.
luego
te sentaste a mirarlos
tomaste el tramontina clavado en la manzana

cortaste
prolijamente
tu
lengua.



y casi como si esto fuera una clave nuestro hombre se interna entre la vegetación, esperando poder llegar a la otra orilla.
Kong no eligió pasar lentamente entre los arboles de este lugar que ahora entiende es El monte de los arboles sogueros.
Ni eligió que entre las sogas que pendían verticales y leves alguna vez se encontrara un alma, un cuerpo, un ser balanceándose.
Kong no elige que paisaje se extenderá del otro lado, no puede siquiera anticipar que cosa encontrará, menos aún tener el poder de decidir sobre ese mundo que se devela con cada puerta que se abre.
Cuando esta de este lado Kong tampoco puede decidir, es -como casi todos- un sujeto pasivo de su destino que trata de maniobrar lo mejor posible con lo que tiene.
Pero hay una diferencia, una clarísima diferencia, lo suficientemente fuerte y luminosa como para que Kong decida dar ese paso, girar el picaporte y pasar al otro lado.
La diferencia es que del otro lado de la puerta siempre hay algo distinto.
Quizás Kong sea un soñador que alterna entre dos mundos donde es siempre impotente, pero quizás –y aquí esta palabra se hace inmensa y bella- quizás alguna de estas veces se abra ante él un universo donde sea dueño de su destino.

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