Las Puertitas del Sr. Kong VIII: Octavio

Es lunes, el señor Kong ha terminado su semana laboral y regresa a casa a esperar a que el paréntesis que supone el martes de franco se disipe con su soledad a cuestas.
Bajando del colectivo su casa está a sólo tres calles, pasando el bar de Martínez, a mitad de la cuadra. Camina Kong hacia ella bajo la llovizna finita con la vista gacha sobre la vereda, viendo como pasa el mundo bajo sus pies… pero justo antes de llegar al bar lo sorprenden la ternura de un hocico y unos ojos diminutos: un cachorro escondido en el alero de una puerta.

Frío y húmedo el cachorro es un punto casi dorado que tiembla en la vereda gris.
Kong, que nunca se había considerado sensiblero, se encontró de pronto abrazando con ternura al perrito, brindándole algo de calor. Quiere llevárselo, quiere salvarlo pero recuerda las palabras tajantes de la dueña… y es que su casa en realidad es parte de una especie de conventillo, cuatro habitaciones con cocina y baño que dan al mismo pasillo con pretensiones de patio.

La dueña, una mujer rolliza y malhumorada -de esas que seguro le pinchan el futbol a los chicos cuando pasa la tapia- le había advertido que estaba terminantemente prohibido tener cualquier tipo de mascota a riesgo de ser expulsado del lugar. En su momento no le dio mayor importancia a estas palabras, él nunca había tenido mascotas en su vida, por lo que todo aviso al respecto le parecía innecesario, sin embargo ahora aquello le planteaba un gran problema, porque aunque Kong no tienen ningún aprecio en particular por su casa, por sus vecinos o por la dueña del lugar, la idea de cualquier confrontación o de estar cometiendo un ilícito lo abruma, así que no puede llevarse al cachorrito...
De repente la expresión de preocupación en su cara se interrumpe y los ojos se le iluminan. Levanta a l perrito y lo esconde bajo el saco, cruza la calle, entra al bar como si fuera habitué y pasa directamente al baño de hombres.
Gira enérgicamente el picaporte y se sumerge en un aire se siesta.
Ante sus ojos hay un barrio de casas bajas todas iguales y calles de tierra, camina hasta la mitad de la cuadra por la vereda poblada de siemprevivas y justo al frente ve un campito donde un puñado de chicos juega al futbol.
Cruza la calle y grita:
“¡¡¡¡Koooong!!!!”
Uno de los chicos como de 7años, que habia estado mirando desde un costado el partido, se acerca.
“¿vos sos Kong?”-pregunta- el chico asiente desconfiado, “mirá” –le dice y saca al cachorrito de abajo del saco- “tomá, pero cuídamelo bien, eh?”
El pequeño Kong mira sin dar crédito a lo que ven sus ojos…. es la maravilla; abraza al cachorrito con alergia, con tanto cariño que da gusto verlo, y muy pronto está rodeado del resto de los chicos que pararon el partido y ahora se desviven por acariciar a su mascota.
El señor Kong mientras tanto se retira sonriente… es justo antes de cruzar que nota a Don Octavio, el bicicletero del barrio, que había estado mirando toda la escena, el señor Kong lo mira con afecto y cierta nostalgia y Don Octavio le regala una sonrisa cómplice sin quitar la vista de los chicos, casi como un regalo le dice:


“Desde que apareció sobre la tierra el hombre es un ser incompleto.
Apenas nace y se fuga de sí mismo.
¿Adónde va? Anda en busca de sí mismo y se persigue sin cesar.
Nunca es el que es sino el que quiere ser, el que se busca; en cuanto se alcanza, o cree que se alcanza, se desprende de nuevo de sí, se desaloja, y prosigue su persecución.
Es el hijo del tiempo.
Y más: el tiempo es su ser y su enfermedad. Su curación no puede estar sino fuera del tiempo.
¿Y si no hubiese nada ni nadie más allá del tiempo?
Entonces el hombre estaría condenado y tendría que aprender a vivir cara a cara esta terrible verdad.
¿No hay salida? Sí la hay: en algunos momentos el tiempo se entreabre y nos deja ver el otro lado.”
*


Despues se acerca a los chicos, mira al perrito, y pregunta sobre los nombres posibles…
Kong sonríe al saberse comprendido y cruza la calle para regresar al baño del bar de Martínez, a la llovizna y a su piecita de alquiler. Quiere llegar pronto y buscar entre sus fotos aquellas de la niñez, esas donde esta siempre con su perro Danko. Se acuerda que hace mucho se lo regaló un señor allá en el barrio y que desde entonces nunca más se sintió solo.


*La llama doble, de Octavio Paz

1 comentario:

  1. Beatriz Basabilbazo24/6/12, 7:42 p.m.

    to soy de esas que cree en el tiempo, en hacerse un tiempo o en adueñarse del tiempo... la poesía -o la lectura calma incluso- tiene que ser eso, apropiarse de un momento para sentirse con la firme convicción de que una es dueña de su propio tiempo. en suma, creo que el tiempo tiene que ver con el destino, y el destino es uno mismo con sus actos. mis saludos cordiales a yoko mona y a todos los suaves gorilas que la rodean. Bea de Mendiolaza

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