Las Puertitas del Sr. Kong VII: Griselda

Desde hace días Kong no duerme.
Ahora está sentado en su box de trabajo, atormentado por las mismas preguntas que lo han dejado insomne: el lunes pasado casi sin necesitarlo Kong cruzó una puerta, un poco por costumbre, y a la hora de volver no pudo, por largo rato, lograrlo.

Al principio le pareció un error jocoso pero después su ansiedad empezó a crecer y hasta golpeó desde adentro para que alguien le abriera… pero nada.
Después de un rato la puerta se abrió como si tuviera voluntad propia y Kong pudo salir, aterrado de ambos mundos.

Para cualquiera hubiera sido un detalle incomodo sin más, pero para él era definitivamente terrible: si ni siquiera podía controlar las lógicas básicas de esto… ¿cómo podía confiar y volver a entregarse al juego?
En este mundo no podría dominar nada, en los otros mundos tampoco, pero al menos esta lógica de pasaje de uno a otros se mantenían firmes, obedecían sin chistar, por lo menos hasta el lunes pasado… ahora no se atrevía a cruzar ninguna puerta por temor a no poder salir, a no tener control sobre los resultados…
Kong ha sentido este ahogo como algo general sobre su cuerpo, como un peso extra en la espalda que lo hace caminar más despacio, pero ahora, aferrado a la mesa de su computadora, lo siente crecer hasta volverse claramente como una mano sobre su cuello. Una mano que no puede sacarse de encima y que aprieta cada vez más fuerte.
Con todas sus fuerzas logra hacer pasar un hilo de aire por su garganta pero por más que se esfuerza nada parece ser suficiente…
Sabe que quizás la salida se encuentre al otro lado de alguna puerta y duda si usar la fuerza que le queda para llegar a ella o si entregarse a la realidad de este lado del picaporte y simplemente llamar a los paramédicos…
Quizás es asma, quizás se ha intoxicado, quizás…
Interrumpe estas ideas tontas para decirse que no, que sabe perfectamente que este agobio no puede curarse con broncodilatadores, que aunque le trepe por la garganta y le doble las piernas este no es un agobio del cuerpo, que tiene que intentarlo, a pesar del miedo a quedar del otro lado para siempre... así que reúne sus fuerzas y sin dar crédito a las quejas de su supervisor, camina hasta el final de los boxes y después al pasillo y al cuartito de servicio. Apenas llega con sus fuerzas al cuertito y empuja débilmente la puerta.

Instantáneamente Kong ha pasado a un medio líquido; es el fondo del mar o un río profundo, un estanque, el vientre materno o la matriz única a la que todo vuelve para recomenzar… no lo sabe.
Esta rodeado por el agua y aunque ha dejado de sentirse asfixiado aún siente un peso en el cuerpo que lo mantiene aquí, en el fondo arenoso.
Siente también que tiene que salir a la superficie y tal como cuando era chico en la escuela de verano se inclina sobre el fondo doblando las rodillas y luego se estira, se impulsa, para llegar arriba.
Cuando logra salir respira como si el aire fuera a acabarse en cualquier momento o como si fuera la primera vez que sus pulmones se llenan.
Después un poco más calmado busca con ansias la orilla de este río profundo, demasiado turquesa para ser verdad…es entonces cuando en la orilla puede ver algo parecido a una mujer, la piel azul y líquida; casi podría decirse que está hecha del mismo río junto al cual está sentada.
Kong la saluda con la cabeza y la mano derecha sobre la superficie, la mujer de agua saluda también, con un aire de ternura en los ojos
-¿qué sos? pregunta Kong mirando sus pies de agua en la orilla del río
-Soy una ninfa, viajero, mi nombre es Griselda y cuido este río.
Viniste en busca de algo y solo estas palabras podrás llevarte-la ninfa se acerca a la orilla y Kong instintivamente imita el gesto y se acerca también, así ella se acerca a su oído y le dice:

Por la lengua, dientes, paladar
transita el sonido.
En la garganta, tráquea, glotis
mora la angustia.

El suceso imprime su huella.
Luego asfixia y mutismo.
Al final, quizás
la palabra.
En el medio
horas o años
de silencio.

La mente es un manojo
de espejos rotos
sin ninguna luz cerca.
*


Apenas terminó de pronunciar estas palabras se derramó sobre el río perdiendo su forma humana, perdiéndose entre los azules y turquesas.
A Kong le costó un momento entender qué había sucedido y unos instantes más volver sobre las palabras de la ninfa…
Podría haberlas tomado como un pésimo augurio, podría haber sentido temor antes esas palabras y sin embargo cierto aire de paz lo rodea ahora.
Se deja llevar entonces, como nunca lo ha hecho ni siquiera en la escuela de verano, hace la plancha sin preguntarse dónde estaba, a donde va ahora.
Los ojos abiertos miran el cielo como si volara, el cuerpo leve sostenido por el agua viaja.
No hay nada que pueda estar vivo y ser controlado, prisionero, por completo y este juego, este paso entre dos mundos está vivo, late, cambia, juega con él.
Kong se siente menos solo y espera llegar a destino, cualquiera sea, al llegar estará en otro lugar, quizás abriendo alguna otra puerta.

*de El ojo del que mira de Griselda García

No hay comentarios.:

Publicar un comentario