Las Puertitas del Sr. Kong III: Vicente

Desde hace 20 minutos Kong está mirando la punta de sus zapatos.
La sala de espera de este hospital público podría ser tranquilamente uno de los castigos del infierno, si es que a caso ese lugar existe.
No, no es doloroso y no está en llamas, pero una espera de casi 6 horas para un control médico de rutina bien podría considerarse una tortura.
La gente se apiña en los asientos, se queja en voz alta, escucha música, habla del clima, o, como Kong, se mira los zapatos.
Ahora ha dejado de mirarlos distraídamente para poner mucho más énfasis, como si mirarse la punta del zapato fuera una tarea de vital importancia, todo con la vana esperanza de que el chico que acaba de sentarse a su lado no le hable.
No hay nada particularmente malo en su vecino de banco, pero Kong detesta que desconocidos le hablen en lugares de los cuales no puede escapar.
Se encarga de brindarles clarísimas muestras de educado rechazo: auriculares puestos, mirada hacia otro lado, lectura de libros, y -aunque no es su estilo ser descortés- su mejor cara de póker ante las preocupantes o divertidas anécdotas que estos desconocidos le cuentan.


Los ve venir desde lejos, esa chispa en los ojos, esas ganas de compartir con alguien lo que les sucede.
Y es obvio que este muchacho quiere hablar, se le nota esa chispa. Quizás sea una necesidad provocada por el contacto físico, ya que están tan apretados en los bancos y sillas que casi pueden abrazarse. Hay quienes pueden hacer caso omiso de este contacto con extraños y hay quienes precisan hacer algún chiste, coincidir en la indignación o simplemente sonreír.
Este chico apenas se sienta le dice a Kong que se llama Federico y con el diario en la mano empieza a comentar las noticias con él que -ante la mirada ajena- no puede más que asentir con una mueca.
Después de hacer un repaso por la sección de policiales, política nacional, internacional y economía, Federico se detiene y mira a Kong
y así sin más le dice:


“¿Por qué los secuestradores prosperan?
¿Por qué sonríen los diputados?
Tienen plan.
Vos no tenés plan. ¹”


Kong no sabe que responder a eso, se siente desnudo ante una verdad tan pura viniendo de un absoluto desconocido, se pone colorado, sonríe, que es lo último que debería ante semejante declaración, se pone de pie y se dirige al baño
busca ese picaporte, esa puerta como quien busca un salvavidas en medio del mar, mientras se dice a si mismo “es verdad, no tengo plan”.

Kong ha entrado en una habitación un tanto gris a través de la puerta del ropero, apenas ve la cama y percibe dónde se encuentra siente subir la sangre por su rosto y lo invade una vez más la vergüenza, el pudor de entrometerse en lo íntimo y ajeno.
La habitación es de un departamento, hay papeles en el piso y ropa en la cama.
La mirada de nuestro hombre se pasea de izquierda a derecha deteniéndose en la forma en que cae la luz sobre los muebles, en los detalles y el los objetos: cama, lámpara, escritorio, ventana, alguien sentado en el borde, mirando.
Kong se sobresalta y vuelve a sentir la vergüenza en sus mejillas, retrocede instintivamente hacia el ropero, pero ese hombre en la ventana dice “está bien” y entonces se detiene.
Intenta verle la cara con claridad ya que está a contraluz y no se distingue, “soy Vicente” dice el hombre, adivinando la confusión de su imprevisto invitado.

Ahora Kong puede verlo mejor y puede ver también que afuera llueve y algo de esa lluvia llega al pelo de Vicente.
Kong no sabe precisar en qué piso está este departamento pero sin dudas está alto.

Vicente lo mira y sonríe, después gira la mirada hacia afuera, hacia la gente que camina por la calle, a las vidas en las otras ventanas y dice como para sí mismo:


“Llueve y alguien está diciendo “llueve”.

Si me equivoco contradígame con amor, porque con amor digo.
Si erro póngame maestros, que luego yo les enseño, porque con amor hago.
O ustedes, ¿Por qué creen que llueve; porque hace falta? ¿Creen que llueve porque sí? ¿Por qué carajo creen que llueve?
Llueve; y no solo eso; la verdad es que hay un montón de gente diciendo “llueve”.
De a uno empiezan a notarlo, y no lo pueden evitar; simplemente dicen “llueve”.
Porque llueve.
Si me equivoco contradígame con amor, porque
Con amor digo.” ²


Kong ha notado que Vicente se inclina hacia afuera mientras pronuncia estas palabras, y pretende dar un paso en su dirección para detenerlo, pero Vicente extiende los brazos, abandona la ventana y se entrega en un abrazo con la altura. Kong se asusta; pero esta vez Vicente no cae.
Esta vez Vicente
vuela.


¹Vicente Federico Luy, de La vida en Córdoba, 1999
²Vicente Luy – Poesía popular argentina.

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