Las Puertitas del Sr. Kong VI: Juan Carlos

Kong se mira al espejo y recorta cuidadosamente ese pequeño mechón de pelo que esta fuera de lugar… A pesar suyo no está preparándose para algún romance, siendo un hombre solitario como es, tampoco es el narcicismo lo que lo lleva a arreglarse: nunca fue un hombre vanidoso porque como ya sabemos llamar la atención no es precisamente una cosa que busque si no justamente algo que evita con desesperación, tampoco es que tenga algún desdén por lo que esta desprolijo: no rechaza a quien lo es, al contrario, ama los detalles, pequeñas imperfecciones que vuelven a lo común único, porque revelan que el tiempo, la vida, ha pasado por ese objeto o persona.
Pero Kong disfruta cuando puede controlar aspectos de su vida. Tan a merced del mundo y su maquinaria feroz se siente que poder ser dueño y señor de algo lo reconforta, aunque no sea otra cosa más que ser dueño y señor de su corte de pelo.

En la soledad de Kong, en su casita de barrio, donde vive sólo, hay pocos lujos. pero Kong se los brinda a sí mismo como si fuera servicial súbdito y grandioso rey a la vez: después de considerarse dignamente arreglado corta algún buen queso, sirve buen vino en una copa, lo ubica todo estratégicamente para poder acodarse en su sillón y no pasar frío, sed, o hambre, y luego enciende la tele y se prepara para ver una película de los años 40, en blanco y negro dónde un barbero disfrazado para sobrevivir confiesa que no quiere ser emperador, que la humanidad quiere o debería querer vivir con la felicidad de los otros, no con su angustia, que el camino de la vida puede ser libre y hermoso… a Kong le gusta que los barberos perseguidos tengan la palabra y puedan disertar ante multitudes; le gustan estas películas.

Un poco porque es romántico y la nostalgia a veces se apodera de él, otro poco por que desconfía de las nuevas tecnologías y finalmente porque es medio pobre, el Sr. Kong vé películas en vhs.
No tiene cable, decodificador, televisión digital o dvd, ve películas en un simple reproductor de videos del los años noventa que continúa en perfecto estado merced a los cuidados que desde siempre le ha brindado Kong.

Dicen que siempre hay un roto para un descocido y nuestro hombre no está seguro de cuál de los dos es, pero en la misma calle de su casa, a pocos metros vive Juan Carlos, el dueño del único videoclub de la zona que sólo posee vhs.
No sólo eso: posee sólo los vhs que Juan ha visto y le gustaron. Nada de conciertos de Arjona, películas malas basadas en libros malos o versiones yankees de películas veinte veces mejores que la versión yankee.
Juan le cuenta con orgullo a quien quiera oírlo que ha visto todas y cada una de las películas antes de darle el privilegio de ser expuestas en su local y que es por eso que podría recomendar cualquiera de ellas, cualquier día y con los ojos cerrados y no se arrepentiría de la recomendación.

Este medio día, cuando Kong paso por el video club Juan estaba acodado en el mostrador, casi sin mirarlo, pero claramente hablándole a él le había dicho:


“En estos primeros días de otoño
el damasco sigue siendo un damasco,
flaco de aspecto pero fiel
a su carácter,
con unas pocas hojas
aferradas de las uñitas
que demoran el desprendimiento.
Da una especie de lástima.”
“El damasco no es lo que fue
ni es lo que será,
todo eso, sin embargo, es
un continuo que no pifia
pero engatusa.
Mirándolo me miro a la cara
para interrogarme, para saber
si es posible un pensamiento
sin abolladuras.
Siento, luego pienso, es
lo que digo, lo que creo que digo,
o lo que debería decir.
Estoy dispuesto a caer en su trampa.”


“Por momentos se me hace
que anda
con el cuchillo bajo el poncho,
como si nadie lo supiera.
Lo que todavía no sabemos
es cómo se reparte
la muerte en su corazón
ni qué sentimiento bombea primero
al resto del diseño, porque semeja
vivir sin preocupación como una boca
sin palabras.
Eso que llamamos damasco
permanece en apariencia
cerrado, ensimismándose, ajeno
a lo que pasa.
Sin embargo, el otoño
se ha ensañado con el árbol
en este breve día de mayo.”
*


Kong quiso escucharlo más, pero Juan se incorporó y agregó extendiendo un cassette:
“llevate esta, es bueno ver algo dónde el protagonista dice que pensamos mucho y sentimos poco, pero que también nos han dado alas y que por primera vez las estamos usando”
Ahora, mientras nuestro hombre ya acicalado disfruta de un buen queso y un buen vino y de la comodidad de su sillón
mientras recuerda las palabras de Juan, este ser tan igual y tan distinto, maravilloso siempre,
mientras el barbero de la película habla a la multitud
Kong piensa que a veces no hace falta abrir ninguna puerta para entrar a otros mundos.



* Juan Carlos Moisés, fragmento de El Damasco, poema del libro Museo de varias artes, (El Camarote Ediciones, Viedma, 2006.)

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