Natacha y Borges

Después de muchas postergaciones, Natacha cumplió su promesa de enseñarme a adivinar la suerte. La iniciación en el oficio no fue ni misteriosa, ni ritual, ni esotérica, ni nada que se parezca a lo que alguna vez había imaginado. Mi primera y última lección la recibí tomando mates en su puesto de flores del cementerio de San Jerónimo.
Para duplicar mi asombro no me habló ni de cartas de tarot, ni de borras de café, ni de líneas de las manos. Me hablo de Borges. Me dijo que Borges creía que solo existen cuatro historias, y que a partir de ellas solo podemos esperar variaciones, y que en esas variaciones se agota toda la literatura.

En la adivinación, enfatizo Natacha, es casi lo mismo pero más sencillo: Las historias son tres. El resto es un trabajo de sensibilidad poética, de matices y cadencias.

Sin asomo de duda, me tomo de las manos, me miro a los ojos y me dijo:

-Para que el cliente sepa que ves el pasado, le decís: Usted nació.
-Para que el cliente sepa que ves el futuro, le decís: Usted se va a morir.
-Para que el cliente sepa que ves el presente, le decís: El amor duele.

Natacha me soltó las manos, prendió un cigarrillo y dio por concluido el curso con un lapidario ”…Eso es todo lo que tenés que saber”.
Después de muchas horas sin dormir llegue a la siguiente conclusión: Los ciegos y las personas que lo ven todo son inescrutables.

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