Mutantes – La ficción emancipada

Cuenta la leyenda que las mentiras forman parte de nuestras vidas hasta el punto de colonizar nuestros pensamientos. Mentimos al creer que la palabra es igual a la cosa, y eso es violencia.
Pero un hombre que creía que la valentía estaba en hacer verdadera una mentira, descubrió que el verdadero valor reside en hacer realidad una ficción el día en que mutó.


Sergio Bustos Domecq era un empresario editorial con una visión de los negocios muy efectiva. Sabía con exactitud qué proyectos aceptar y cuáles rechazar...

Poeta – Hola. Me gustaría hacerle leer mi más reciente obra.
SBD – [gesto de “tu autoestima no me importa”] ¿De qué trata?
Poeta – Es una compilación de poesías basadas en la transmutación de las formas a través de la musicalidad de los sonidos de la vida humana.
SBD – ¿De qué carajo estás hablando?
Poeta – De una forma de concebir el concepto de la realidad a través de las vibraciones sonoras.
SBD – Y ahora me cambiás la bocha; ¿no era algo de la transmutación?
Poeta – Sí, le estoy hablando de lo mismo, pero de manera tautológica.
SBD – ¿Tautoqué?
Poeta – Tautológica. Le estoy diciendo de distintas maneras lo mismo. Ésta es una obra que explora los devenires de los objetos expuestos a diversas formas de música.
SBD – No, en serio, mirá... si no me venís con una obra clara y concisa, mejor andate a visitar un psicólogo o un lingüista que traduzca las cosas que me estás diciendo, y recién entonces, venís a hablar conmigo.

Sergio Bustos Domecq era irreductible a la hora de rechazar proyectos que no se acoplen a su visión del negocio editorial. Pero así como su dureza era implacable con los escritores adversos, su generosidad era incomparable cuando alguien respondía a sus intereses a rajatabla.

Jorge Buca – Hola, vengo a traerle un libro.
SBD – [gesto de “tengo el poder”] ¿De qué trata?
Jorge Buca – Es un libro que ayudará a la gente a creer en sí misma con un final esperanzador respecto de la vida en este mundo.
SBD – [gesto de “te invitaría un asado”] ¡De eso estaba hablando cuando convoqué escritores! Contame más, por favor.
Jorge Buca – Bueno, la idea es bastante simple. El lector saldrá de este libro sabiendo que, si desea algo verdaderamente, lo conseguirá, pase lo que pase.
SBD – Es muy bueno el concepto. Ahora, ¿qué pasa si alguien que está condenado a prisión por cien años desea salir en libertad, lee el libro, y no lo consigue?
Jorge Buca – Está clarísimo, no lo ha deseado con todo su espíritu.
SBD – ¿Y si alguien que tiene cáncer terminal desea curarse, lee el libro y se muere?
Jorge Buca – Su muerte será la prueba de que no lo deseó lo suficiente.
SBD – ¿Y si alguien que está en coma...?
Jorge Buca – No leyó el libro.
SBD – Es cierto. ¿Y si alguien está cuadripléjico y quiere salir con una persona del sexo opuesto pero es rechazado sistémicamente?
Jorge Buca – Definitivamente, no lo ha deseado con todo ahínco, es obvio.
SBD – Me gusta. Es un libro hecho para sostener el orden social, tiene una enseñanza feliz y placentera. Dejámelo, que lo voy a leer. Si hay que hacer alguna corrección, la hacemos y lo publicamos.
Jorge Buca – Muchas gracias.
SBD – No me agradezcas; con esto nos vamos a llenar de plata los dos, así que yo debería agradecerte. En cuatro horas, volvé para concertar la publicación, los trámites de derechos de autor y todo eso.
Jorge Buca – Excelente, muchas gracias.

Sergio Bustos Domecq continuó con su rutina sin leer una sola página del libro que había recibido. Su dedicación al negocio había obnubilado su capacidad para retener palabras escritas. Pero, de pronto...

…un llamado telefónico cambió por completo su visión del mundo real. Alguien de nombre Hermes Urrutia le dijo que sería visitado por una pareja inconcebible, una joven y un dragón se habían escapado del libro que los enjaulaba.

SBD – ¿Qué lo qué?

La pregunta que había hecho lejos estaba de corresponderse con lo que está gramaticalmente aceptado por la Real Academia Española, sin embargo expresaba con suma eficacia su desconcierto.

SBD – ¡Qué vengan ya para acá!

Horas más tarde, una joven llamada Erina y un dragón llamado Jasper, llegaron a la editorial.

SBD – Hola... ¿qué? ¿Qué carajo es esto?
Jasper – Hola, ¿tenés té?
Erina – Disculpe, señor, pero Jasper está un poco sediento.
SBD – Sí, ahí les preparo.
Jasper – ¡Yo prendo el fuego!
SBD – ¡Ni se te ocurra!
Jasper – ¿Por qué no?
SBD – Porque acá no se permite que los dragones prendan el fuego.
Jasper – Ooooohh...
Erina – No te aflijas, Jasper, debe ser porque la gente aún cree que los dragones incendian casas...
Jasper – Oiga, señor, acá hay muchos libros. ¿Usted escribe? ¿Hace libros? ¿Escribe sobre dragones?
SBD – No; no edito libros sobre dragones.
Jasper – ¿Y por qué no? ¿Qué problema tiene con los dragones? ¡Racista! ¡Nos discrimina porque no somos ni lagartijas ni dinosaurios!
SBD – No; pasa que la gente no consume libros de dragones. No es buen negocio...
Jasper – ¿Cómo que no somos buen negocio? Apenas eche un poco de fuego a la leña ahí en la ciudad, va a ver cómo el libro se convierte en un éxito.
Erina – Basta, Jasper; el señor debe tener cosas muy importantes que evaluar para su empresa...
SBD – De hecho, ahora tengo que leer este libro que me dejaron para ver si lo vamos a editar...
Jasper – ¿En serio? ¡Cuénteme, cuénteme!
Erina – Sí, léanos un cuento, señor.
SBD – Bueno... eh... no, primero tengo que leerlo en privado para saber si está bien escrito.
Jasper – Me parece que éste no ha leído nada, y nos está mintiendo para echarnos.
Erina – ¿Es verdad eso, señor? Si eso es verdad, Jasper, prendelo fuego.
SBD – ¡No, no! Disculpen, pasa que estoy muy ocupado, y no tengo tiempo.
Jasper – ¿Usted lee libros?
Erina – Mire que lo prende fuego, ¿eh?
SBD – Ehh... no, no leo nada, perdón, ¡no leo nada!
Jasper – Meh... nos equivocamos de lugar. Mejor vamos a buscar a alguien que quiera escuchar leyendas de verdad.
Erina – Fue un placer, señor. Adiós.
SBD – ¡No, no se vayan! ¿Qué leyenda tienen para contarme?
Jasper – Usted no parece merecerlo, usted no lee.
Erina – ¿Usted iba a publicar este libro? ¿A ver qué dice?
SBD – No, señorita, no me parece que...
Erina – Si uno desea algo con toda su alma, lo conseguirá.
Jasper – ¿En serio? ¡Quiero un alfajor, quiero un alfajor, quiero un alfajoooooor! ¡Nada! ¡Esto es mentira, señor!
SBD – Es en sentido figurado; no significa que deseando algo, aparecerá por arte de magia.
Jasper – ¡Ah, entonces debería ser más específico! A ver...
Erina – ¡Yo, yo! Quiero que Jasper se comporte, quiero que Jasper se comporte, ¡quiero que Jasper se comporteeeee!
Jasper – El señor dijo que no hacía magia. A ver, señor, ¿cómo funciona esto?
SBD – Ehhh... bueno, supongo que es así... si uno realmente desea algo, hace todo lo posible por conseguirlo, y como resultado, lo consigue.
Jasper – ¿O sea que, si un médico hace todo lo posible para revivir a alguien, lo va a conseguir?
SBD – Ehh... no.
Erina – ¿Y si un anciano hace todo lo posible para ser joven, lo va a conseguir?
SBD – Puede hacerse cirugías, pero... no.
Jasper – ¿Y si un político hace todo lo posible para eliminar la corrupción, lo va a conseguir?
Erina – Ya dijo que no hacía magia.
Jasper – ¡Pero entonces esto es una porquería! Oiga, don, nosotros le vamos a contar una historia y usted va a aprender lo que es una buena historia de dragones.

El editor Sergio Bustos Domecq abandonó el texto que tenía en sus manos y se sentó como indio en el suelo, esperando la historia como si fuese un boy scout.

Jasper – Cuenta la leyenda que, cuando los tiempos se medían sólo con el adelgazar de la Luna, en el pueblo de Norgill sólo vivían trescientas personas. Cien ancianos, cien jóvenes y cien niños.
Erina – ¿Fue en Norgill, donde yo nací?
SBD – Shhh, no interrumpa.
Jasper – Sí, fue ahí, hace mucho, mucho tiempo. Las personas vivían apaciblemente de sus labores; el agricultor cosechaba, el ganadero pastaba, el carpintero martillaba...
Erina – El herrero templaba, el talabartero cosía, el ingeniero construía...
SBD – El abogado defendía...
Jasper – ¿Abogado? ¿Qué es eso?
SBD – Un abogado, los abogados defienden los derechos de las personas.
Jasper – Ehh... bueno, como decía, la paz del pueblo de Norgill recorría todos los caminos y las praderas. Pero, cierto día oscuro como la noche, ignorando la presencia del Sol, un enorme dragón apareció y todos se consternaron.
Erina – ¡Qué es eso! ¡De dónde salió!
SBD – ¿Los dragones son malos?
Jasper – ¡Muy malos!
Erina – Algo tan grande no podía ser bueno.
Jasper – El dragón llegó al pueblo y todos los aldeanos salieron con sus armas a atacarlo.
Erina – ¡¡Corran todos, corran todos!! ¡¡Fuego por todas partes!!
SBD – ¡No tire tanto fuego, que va a saltar la alarma de incendios!
Jasper – [pausa] Bueh... como decía, el dragón enfurecido sopló fuego por sobre todas las personas pero, afortunadamente, nadie salió herido.
Erina – Todos corrieron a tiempo...
SBD – ...O, ¿no será que el dragón no quería que nadie muriese?
Jasper – Aún no lo sabremos...
Erina – ...Pero el dragón se alejó de la aldea por un tiempo y se escondió detrás del bosque a esperar que alguien saliese de su casa. ¿Qué es ese ruido?

El editor estaba devorando una olla de pochoclo mientras escuchaba atentamente la leyenda.

SBD – ¿Y quién fue el primero en salir?
Jasper – El herrero salió de su casa con una espada recién forjada.
Erina – La espada brillaba como las gotas de agua sobre las hojas de los árboles cuando llega el sol naciente.
SBD – ¿Y salió a atacarlo?
Jasper – No... salió cautelosamente a buscarlo, pero al ver que no había nadie, envainó la espada y caminó hasta donde el dragón se había parado la última vez que lo vio.
Erina – De pronto, los árboles empezaron a moverse.
SBD – ¡Y sacó la espada y salió a combatirlo!
Jasper – Eso pensó, se imaginó clavándole la espada en el corazón y terminando para siempre con la amenaza; pero pronto se dio cuenta de que ninguna casa había ardido y que ninguna persona estaba herida.
Erina – Esperó de pie, con la espada envainada.
SBD – ¿Y el dragón salió del bosque rugiendo y escupiendo fuego?
Jasper – Las señoras que miraban por la ventana creían que haría eso, pero el dragón salió caminando tranquilo, con una mirada tranquila.
Erina – Se acercó al herrero y le dijo al oído.
Dragón – No le digas a nadie, pero yo sólo había venido a pedir un poco del dulce de ciruela que estaban preparando en esa casa.
SBD – ¿En qué casa?
Erina – En la casa del Gobernador. Pero el herrero le dijo que estaban todos asustados, así que no iba a ser fácil pedirles dulce de ciruelas.
SBD – Pero, ¿por qué no los amenazó con su aliento de fuego para que le dieran dulce de ciruelas?
Jasper – Porque el dragón no quería herir a nadie...
Erina – ...pero todo el pueblo estaba temeroso, así que no quedaba otra alternativa.
SBD – ¿Qué hizo el herrero?
Jasper – Le ofreció un trato. El gobernador quería que matasen al dragón, así que no era posible conseguir el dulce de ciruelas pacíficamente.
Erina – Entonces, el herrero volvió a la casa del gobernador y le dijo que el dragón dejaría de atacar al pueblo a cambio de que le entregasen a la joven que lo preparaba, así podía comer en paz.
Jasper – Pero el gobernador se largó a llorar desconsoladamente.
SBD – ¿Por qué?
Jasper – Porque el tonto pensó que se iba a comer a su hija.
Erina – Entonces, como el herrero se llevaba mal con el gobernador, decidió gastarle una broma, y le dijo que sí, que sólo se iba a comer a su hija porque era la única doncella virgen del pueblo del Norgill, y porque, para los dragones, las vírgenes tienen mejor gusto que las que no lo son.
SBD – ¿Y el gobernador qué hizo?
Jasper – Como el gobernador tenía un profundo sentido de la responsabilidad con su pueblo, abrazó a su hija y la entregó diciéndole que él se entregaría con ella.
Erina – Entonces, fueron él y la doncella, temerosos y acongojados, a ver al dragón que esperaba con la saliva chorreando de la boca.

Jasper – ¿Quién es?
SBD – Perdón, es que pedí unos nachos para acompañar la historia.
Jasper – ¡Yo quiero!

Bajaron los tres a la puerta del edificio a buscar los nachos y, al ver al pequeño dragón, el repartidor salió corriendo sin cobrarles el envío.

Erina – Bueno... siguiendo con la historia, estaban ambos ante el dragón y, de pronto, la doncella le dijo al dragón que lo sentía mucho, pero que ella no era virgen.
SBD – ¿¡Eh?!
Jasper – Y entonces, el dragón se echó a reír dando vueltas por el piso con tanta fuerza que la gente pensaba que era un terremoto.
Erina – La doncella, acongojada, le pidió disculpas a su padre mientras el dragón se retorcía de la risa.
SBD – ¿Y qué hizo el gobernador?
Jasper – El gobernador pidió una explicación de la carcajada, y el dragón le dijo que se conformaba con comer de ese dulce de ciruela que preparaba la doncella, y que así no atacaría a nadie.
Erina – Y el herrero confesó que él había enamorado a la hija del gobernador.
SBD – ¿Y el gobernador no se enfureció por eso?
Jasper – Entre el desconcierto y el miedo que había pasado, la noticia sólo le causó una risa incontenible que lo hizo caer al suelo y provocar temblores aún más fuertes que los que había provocado el dragón.
SBD – ¿Tan gordo era el gobernador?
Jasper – Tanto como para alimentar a un dragón durante un año...
Erina – …pero, afortunadamente, los dragones son vegetarianos.

El editor se quedó sentado un largo rato a pensar. Erina y Jasper lo observaban silenciosamente mientras la cabeza de Sergio Bustos Domecq parecía echar humo.

Horas más tarde, llegó a la editorial el autor del libro que había quedado pendiente de revisión.

Jorge Buca – Hola. ¿Pudo leer el libro?
SBD – Sí... y la verdad, que este libro me hizo llegar a la conclusión de que es necesario cambiar la política de publicaciones de esta editorial.
Jorge Buca – ¿Tan extraordinario, le parece?
SBD – En efecto, es tan extraordinario que no tengo recursos para disponer de él.
Jorge Buca – ¿Y qué va a hacer?
SBD – Necesitaremos asesoría externa para hacer lo debido con este libro. Con lo que tenemos en esta editorial no es suficiente.
Jorge Buca – ¿Y qué asesoría va a pedir?
SBD – Vamos a pedir la asesoría de un ser mitológico.
Jorge Buca – No le comprendo...
SBD – Resulta que las cañerías de este edificio no son suficientes como para albergar un material de semejante envergadura.
Jorge Buca – Ahora le comprendo menos.
SBD – Resulta que hice todo lo posible, pero se me tapó el inodoro y se me rompió la sopapa.
Jorge Buca – Sigo sin saber de qué me está hablando y me preocupa.
SBD – Resulta que este libro se merecía el mismo trato que se les da a los residuos orgánicos que salen del cuerpo humano, pero la plomería de este edificio es muy vieja, así que resolvimos darle un trato preferencial y convocamos a un dragón para que lo utilice para preparar un asado.
Jorge Buca – ¿¿Quéeee?? ¡Esto es un insulto!
SBD – No, señor; el insulto es su libro. Pero no se preocupe, no es para tanto; si usted quiere, lo invitamos al asado.
Jorge Buca – Ehhh... bueno...
SBD – ¡¡Jasper!! ¡¡Prendé el fuego!!

Las páginas se encendieron vivamente y el asado fue el mejor que jamás ha surgido de un libro de autoayuda.
Mientras los herméticos lloraban porque un libro se prendía fuego, los apólogos de la sana ficción sintieron un alivio sin razón alguna por haberse salvado de una amenaza venidera.

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