La epifanía de Olivio Durán

En los primeros años de su carrera el ahora prestigioso director de cine Olivio Durán, no era tenido en cuenta por casi nadie. Todas las puertas se le cerraban, y solo un pequeño cine-bar de la zona del Clínicas proyectaba sus desquiciados films.

El cine-bar estaba situado en la esquina de Santa Rosa y Chubut y era regenteado por el mítico Oso Panza (un ex recluso taciturno y amante del séptimo arte). Se sabe que tuvo un período de gloria a fines de los 80 y luego cerro para siempre.

En el cine-bar se realizaban tertulias de la más diversa índole. Son memorables todavía las lecturas del señor Kong en los “Viernes de poesía”; o los cuentos del Cronopio, los martes al mediodía, en su ciclo “Monstruos domésticos”. Y ni que hablar del Vengador Justicialista apareciendo los Sábados a la hora de las brujas con una máscara negra, capa flameante, y aliento a vodka.


Nada de esto alcanzo, la cosa no funcionaba económicamente, no era sustentable. En un último intento desesperado, el cine-bar intento hacer un after hour los fines de semana con música de Led Zeppeling y tragos baratos, pero los inspectores municipales descubrieron la maniobra y clausuraron el local.

Los parroquianos más fieles protestaron con indignación al principio, pero los embates de una crisis económica, cultural y moral, termino por claudicar las resistencias más acérrimas y el cine-bar cerro sus puertas para siempre.

Nada quedo, excepto el olvido.

Mientras tanto, en Alberdi, ya entrado los 90 se legalizo el juego. Y un grupo de inversores, socios del siniestro Siconarcópulus compró la esquina de Santa Rosa y Chubut para montar un Casino. No hace falta agregar que Olivio Duran, desorientado y sin un lugar donde exhibir su arte, abandono sus sueños de cineasta y empezó a gastar sus noches y su dinero en una nueva afición: La ruleta.

Apostaba y perdía. Apostaba y perdía. Apostaba y perdía.

Una noche, una croupier joven, bella y refinada lo llevó de la mano hasta el baño del casino. Sin decir una palabra cerró con llave, lo inundo de besos, e inesperada y frenéticamente lo amó contra uno de los espejos de los lavabos. Antes de volver a su trabajo, se vistió y le dijo: “Esto no es por lo que haces ahora…Esto es por lo que hacías antes.”

En ese momento Durán reacciono. Se acordó del cine club, de sus años de cineasta desconocido pero feliz, de los monólogos, de las obras de teatro, de las lecturas de poesía, de la bohemia, de la belleza del arte y del sabor del vino cuando no se utiliza para el olvido. También se acordó del rostro de la croupier, que hace unos años, cuando era casi una niña, siempre lo esperaba en la esquina de Santa Rosa y Chubut.
Vio su imagen como una epifanía. La vio sentada en la entrada del cine-bar con un pañuelo en la cabeza y un vestido de gitana diciéndole: “Conozca su suerte Olivio, déjeme que le lea las manos. Yo puedo verlo todo.…”.

Olivio Duran abandonó el Casino sin apostar sus últimas fichas. Regreso a su casa, lloro toda la noche como un niño y a la mañana siguiente empezó a soñar con una nueva película.

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