Mutantes – El humor sanguíneo

Cuenta la leyenda que el buen humor es un privilegio de los administradores del ocio. Sólo los privilegiados que pueden llevar un ministerio ameno de sus vidas son capaces de sonreírle hasta al más puro portador de un rostro compuesto por dos esferas y una grieta.

Pero un hombre descubrió los músculos que levantan las comisuras de los labios... el día en que mutó.



Olegario Sorriso era un hombre de unos cuarenta y pocos que todas las mañanas se despertaba temprano, desayunaba solo porque su esposa prefería seguir durmiendo hasta las once, y partía hacia su trabajo.

Conducía un colectivo de la línea 57 desde las ocho hasta las cuatro de la tarde. Durante ese tiempo, su esposa iba a la peluquería...



Dolores – Escuchame, Lucas, ¿vos te creés que yo me chupo el dedo? La martita está saliendo con el Pepe, el de la verdulería. Tdoos los días va a verlo en el trabajo y se lleva dos limones. ¿Para qué necesita dos limones pr día? ¿Acaso tiene una industria de lemon pie? Y si fuera así, ¿por qué no compra huevos? Sí, ya sé que al Pepe siempre le faltan huevos; por eso ninguno de los dos dice nada, porque queda feo. El Pepe es un tipo casado y tiene un hijo que va a empezar la facultad, por eso no se quiere separar. Por la plata. Porque, en este mundo, todo es economía; no quiere dividir los bienes. Todo es plata; hasta ir a la iglesia cuesta plata, ¿me entendés, Lucas?

Lucas – Hmhm...

Dolores – Bueno, no es que yo me queje de que ir a la iglesia cueste plata; yo soy muy religiosa, vos lo sabés bien porque siempre me ves ahí, y siempre dejo en la canasta, no una moneda, un billete. Un billete, ¿me entendés, Lucas?

Lucas – Hmhm...

Dolores – Claro, eso vos no lo sabés porque nunca entraste. Yo no entiendo por qué no entrás; te quedás en la puerta como perro mojado. Sí, yo entiendo que Bergoglio haya dicho que el matrimonio gay es cosa del demonio, pero, ¿al Señor le importa que a vos te gusten los tipos? Mirá, en la viña del Señor hay de todo; y hasta dicen que hay uvas. Vos entrá con la frente en alto, que es lo único que va a importar. Son las personas las que te juzgan por cómo tenés el rabo, ¿me entendés, Lucas?

Lucas – Hmhm...



Mientras tanto, su marido, Olegario, seguía conduciendo el colectivo.



Olegario – ¡Un poco más al fondo, que hay lugar!

Pasajero – ¡No se puede creer! ¡Llevo dos horas esperando!

Olegario – Yo cumplo mi horario. Pague o llamo a la policía.

Pasajero – No, yo no te voy a pagar. Vos estás llegando tarde y me estás haciendo llegar tarde al trabajo.

Olegario – Tome un taxi, si no le gusta.

Pasajero – ¿Pero vos te creés que yo soy diputado? Yo soy un trabajador, no puedo pagarme un taxi cada vez que llega tarde el bondi.

Olegario – Bueno, me cansé. O te bajás, o no arranco.

Pasajero – [chasquido lingüístico]



El pasajero pasó la tarjeta resignado y se quedó parado en el medio del colectivo. De pronto, un hombre de aspecto distinguido subió.



Oswald Cheseline – ¡Era hora! Pero... ¿no hay ningún asiento para mí?

Bondier – ¡Oiga, tiene que pagar el boleto!

Oswald Cheseline – Pero... no tengo cómo pagar.

Bondier – Entonces, se baja.

Oswald Cheseline – Pero es un transporte público, ¿por qué tengo que pagar?

Bondier – Público, sí, pero se paga. Nada es gratis, don.

Oswald Cheseline – ¡Oh! Pero pagar por un sistema que me hace esperar media hora en la calle, me parece un insulto.



Mientras tanto, su esposa Dolores se secaba el pelo con una revista de la farándula sobre las piernas. Todos sabían que no la leía, pero ella quería parecer instruida.



Dolores – Lo que yo no entiendo, Lucas, es por qué mi marido llega a casa diciendo que está cansado y no se da cuenta del mujerón que tiene al lado. Yo no sé si a vos te pasó alguna vez, pero no, claro que no... vos sos hombre, pero la cosa es que el Olegario ya no me mira el escote, ¿me entendés?

Lucas – Hmhm...

Dolores – Mirá que he probado con salir a cenar, con un vestido rojo que costó como mil pesos, y con un escote que, ¿viste cómo las tengo? Parezco de veintipico, ¿viste? Son mías, yo las pagué. ¿Querés tocar? Ah, no, claro, si sos alérgico a las mujeres. Bueno, te decía que el problema es que no encuentro manera de gustarle a mi marido. De pronto, me hace acordar a Pepe, el verdulero, que nunca tiene huevos.

Lucas – Mirá, Dolores; el problema, me parece, no es que a su marido le falte masculinidad. De hecho, creo que a su marido, le sobran. Y la razón por la cual el verdulero no tiene huevos es porque usted se los llena y revientan. El problema es que vos no te callás, y todo el tiempo que le dedicás al uso verbal de la lengua, bien podría ser utilizado para fines más productivos. Mirá, te recomiendo que te dejés de mirar por la ventana lo que hacen los vecinos y te dediqués a disfrutar de tu propio matrimonio.



Op.: 05 Casa Hot



Esa misma tarde, Dolores fue a un local de lencería y se llevó todo el material que pudo para darle uso a su anillo de bodas. Puso la música más melosa de Fausto Papetti y se sentó a esperar a Olegario...



Olegario – Hola, Dolores... llegué.



Y sólo la música respondió.



Olegario – ¡Eh, Dolores! ¡Llegué!



Y nada más que la música respondió.



Olegario – ¡No! ¡Se me murió la jermu! ¡Dolores, Dolores! [pausa] Bueh... voy a llamar a los muchachos para tomar una birra...

Dolores – [para sí misma] ¿Eh? Esto no tenía que pasar... [fuerte y sensual] ¡Olegario!

Olegario – Ufff... ya me parecía demasiado bueno, digo, raro... eh, Dolores, ¿qué hacés?

Dolores – Te estoy esperando en la cama...

Olegario – ¿Qué? ¿No hay almuerzo?

Dolores – Sí... hoy almorzamos en la cama...

Olegario – ¿Qué? ¿Pusiste un tele en la pieza? Foooo, ya voy para allá...



Pero no había televisión ni almuerzo esperándolo...



Olegario – Eh, ¿qué pasa acá?

Dolores – Hoy... no diré nada más.

Olegario – Genial, hacete a un lado que voy a dormir.

Dolores – Pero... ¡Olegario!

Olegario – Dijiste que no ibas a decir nada más.

Dolores – ¡Olegario!

Olegario – [ronca]



Olegario durmió una siesta digna de la envidia de todos los que no han podido hacerlo en este día.

Horas más tarde, se despertó y se encontró con demasiada tranquilidad en la casa.



Olegario – Che, la Dolores está rara. ¿Por qué no me estará taladrando el cráneo? Eh, ¡Dolores!



En silencio, su esposa apareció parcialmente en la puerta de la habitación. Más específicamente, apareció sólo una pierna cubierta por una media con arabescos que...



Dolores – Hmmm... ¿qué pasó ahí?

Olegario – Eh, no nada, sólo estaba durmiendo...

Dolores – Hmmm... ¿tenés un tumor, o estás contento de verme?



Dolores se abalanzó sobre su marido con un ímpetu tal que, dos horas después, tuvieron que discutir acerca de qué explicación darles a los vecinos y qué cama nueva comprar.



Olegario – Eh... no sé... un par de camas... para tener de repuesto...

Dolores – No, una sola, grande, que ocupe toda la habitación.

Olegario – ¿Y cómo hacemos con la frazada? Yo doy muchas vueltas, vas a terminar destapada.

Dolores – Dormimos pegados, como parásitos.

Olegario – Y si vamos a dormir pegados, ¿para qué sirve una cama grande...? [pausa] Aaaaahh... eh... bueno...



Al día siguiente, el rostro lozano de Dolores fue furor en la peluquería.



Lucas – ¡Dolores! Parecés una planta recién regada, ¿te operaste de nuevo?



Dolores sólo se sentó y esperó a que su peluquero hiciese su trabajo.



Lucas – ¿Qué pasó, mujer? ¿Te comieron la lengua los ratones? Mirá, disculpame por lo que te dije ayer, pasa que tuve un mal día; antes de que vinieras vos, tuve que lidiar con la esposa del Pepe, que me decía que sospechaba que su marido estaba con otra, y me decía todas las pruebas que había reunido. Parecía sacada del FBI... uff, no puedo creer que esa mujer aguante tanto. ¿Sabés qué pasa?

Dolores – Sí... sí sé qué pasa... pero no me importa...

Lucas – ¡Dolores! ¿Te metiste en una secta? Parece que te comiste una estatua del Buda. Mirá, te cuento...

Dolores – No... no me cuentes... peiname...

Lucas – Todavía no sé si estás de buen humor o de mal humor, ¿me podrías decir algo, al menos?

Dolores – No quisiera dar detalles, pero...

Lucas – ¡Sí, quiero detalles!

Dolores – No se pueden decir en la radio...



Por otro lado, Olegario conducía su colectivo con suma parsimonia...



Pasajero – ¡Oiga! ¿No puede ir más rápido? ¡Estoy llegando tarde al laburo!

Olegario – ¿Quiere ir más rápido, o quiere llegar seguro?

Pasajero – ¡Rápido y seguro!

Olegario – Entonces, cómprese un auto... y si quiere ir muy rápido, que sea con air bag.

Pasajero – ¿Usted se cree que soy un...?

Olegario – ...diputado? No; pero creo que usted se lleva mal con su mujer y descarga su bronca con el resto del mundo.

Pasajero – [chasquido lingüístico]



El pasajero anónimo pagó el viaje y se quedó parado en medio del colectivo.

Horas más tarde, Olegario llegó a su casa y disfrutó del silencio...



Olegario – Doly... ¿ya trajeron el sommier?

Dolores – Hmhm...

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