Mutantes – 15to devenir – El ilusionista desaforado

Cuenta la leyenda que la pobreza y la desigualdad existen con la finalidad de perpetuar una condición de poder asimétrica, de manera tal que aquél ue se encuentre en la posición más desfavorecida dentro de la pirámide social, difícilmente pueda mejorar su situación.

Pero un joven pudo escapar de este círculo vicioso... el día en que mutó.


Edmundo Niente carecía. No valía la pena enumerar de qué carecía. Apenas era iunquilino de una chapa de cinc, fría en invierno y caliente en verano, como corresponde, pero desde hace tres meses que...



Osvaldo Dueño – ¡Heh, Edmundo! ¿Cuándo me vas a pagar el alquiler?

Ed – Ya va... pará que tengo que pegar un laburo; aguantame un poco, nomás, que te voy a pagar todo.

Osvaldo Dueño – Mirá, pibe; ya van tres meses, así que te tengo que cobrar intereses. Yo no puedo tenerte viviendo gratis, tengo siete perros que mantener... además, tengo gente que se está peleando por este techo. Sin ir más lejos, el changarí de la esquina, cada vez que me lo cruzo en el puestito de café, me dice “che, Osvaldo, ¿cómo va el alquiler ese? ¿Sigue sin pagar? Yo te voy a pagar, ando buscando techo”, y cosas por el estilo... así que, ¿cuándo me vas a pagar?

Ed – Mirá, Osvaldo; estoy a punto de pegar un laburito. Ya te voy a pagar.



Pero Edmundo, en realidad, no tenía ninguna esperanza de conseguir trabajo en el corto plazo; sólo estaba tratando de ganar tiempo.



Desesperado, salió a la calle a buscar algo para pagar el alquiler y se encontró en una esquina con un malabarista y un armonicista que distraían a todos los peatones, y ante semejante situación, no tuvo otra alternativa que hacer desaparecer objetos...



Lord Cheseline – ¡Oh! ¡Mi monóculo ha desaparecido!



Un cortesano de la Gran Ciudad empezó a buscar algún agente de seguridad por todos lados, pero como ya sabemos, nunca están cuando son necesarios.



Lord Cheseline – Pero caramba, uno paga los impuestos para nada...



Mientras tanto, en la esquina de enfrente...



Lady Cheeta – ¡Mi celular! ¡Dónde está mi celular!



Panadero – ¡Señora, no grite tan agudo, que me va a romper los vidrios!

Lady Cheeta – ¡Pero me robaron mi celular con cristales swaroski incrustados! ¡Policía! ¡Que alguien encuentre mi celular!



Finalmente, los vidrios de la panadería se rompieron, y el olor a criollos calentitos se esparció por toda la ciudad. Con el frío que hacía, inmediatamente, todos los peatones empezaron a amontonarse en la panadería como zombies...



Todos – Criollos... criollos... criollos...



El panadero no daba abasto. Sus manos parecían multiplicarse como si fuese un dios hindú. Y la gente seguía entrando al local, hipnotizados por el olor a panificación elaborada a la vista...

Mientras tanto, aprovechando el estado alterado de consciencia de todos, Edmundo empezó a revisar con lujo de detalles todos y cada uno de los bolsillos... incluidos los del cortesano que...



Lord Cheseline – Buenas tardes, quisiera... diez quilos de criollos...

Lady Cheeta – ¿Pero cómo va a pedir diez quilos? ¿No podría pensar un poco en las necesidades de los demás?

Panadero – Usted no hable, señora, que me va a romper el mostrador.

Lord Cheseline – Además, eso de pensar en los demás, es cosa de gente de clase baja o de ideas comunistas. ¿Cuánto es la cuenta?

Panadero – Cuatrocientos pé.

Lord Cheseline – Sírvase... ¿Eh? ¿Mi dinero? Parece que un carterista me ha quitado el dinero... oh, qué calamidad... si tuviese mi monóculo, se me hubiese caído... en esta Gran Ciudad no se puede vivir. Tendría que haberle hecho caso a mis amigos y mudarme a las afueras. ¿Le puedo pagar con un cheque?

Panadero – No, che; sólo contado.

Lord Cheseline – Oh, qué barbaridad... pero yo quiero criollos...

Panadero – No le puedo dar si no paga.

Lord Cheseline – Criollos... criollos...

Panadero – ¡Atrás, o saco mi escopeta!

Lord Cheseline – Criollos... [ruido de escopeta]

Panadero – ¿Alguien más se quiere hacer el zombie?

Lady Cheeta – Yo quiero esos diez quilos de criollos.

Panadero – Por favor, págueme al contado.

Lady Cheeta – Sí, acá ten... ¡Mi dinero! ¡Dónde está mi dinero!

Panadero – ¡Cállese, señora, que me va a dejar sin mostrador!

Lady Cheeta – Criollos... criollos... [ruido de escopeta]



Y así, los cortesanos terminaron en el piso, sobre cuyos cuerpos caminaron los demás clientes para acceder al banquete recién horneado. Todos pudieron llevarse algo, ya que Edmundo tenía códigos y sólo había vaciado los bolsillos de los sujetos más encumbrados de la sociedad.



Después de semejante botín, Edmundo volvió a su techo de chapa de cinc y empezó a contar lo recaudado. Casi como si fuese por una cuestión de olfato o de orientación vocacional, apareció el propietario.



Osvaldo Dueño – Eh, pibe, ¿conseguiste plata?

Ed – Ya te doy, esperame.

Osvaldo Dueño – Nada de esperar; o me das ahora o te vas de acá.

Ed – Esperá que cuente la plata y te doy.



El propietario se metió en el refugio y dijo:



Osvaldo Dueño – Con eso está bien, así cubrís los intereses.

Ed – Pero esto es el triple de lo que te debía.

Osvaldo Dueño – Intereses, pibe, intereses.

Ed – Pero, ¿cuánto son los intereses?

Osvaldo Dueño – Es así, pibe, a mí me interesa la plata, así que estoy cobrando mis intereses, que son, tu plata. Me corresponde; si no, te vas. El changarí de la esquina quiere este techo.

Ed – ¿Sabés qué sos? Un usurero.

Osvaldo Dueño – Sí, de eso trabajo. Gracias por reconocerme.



En ese momento, Edmundo supo que algo debía cambiar...



Ed – ¿Sabés qué? Te voy a pagar los tres meses de alquiler y un par de mangos más por aguantarme, porque, ¿sabés qué? Mis intereses también son mis billetes, y me los voy a cobrar.

Osvaldo Dueño – Pero me vas a quedar debiendo plata.

Ed – ¿Hay algún papel que diga eso?

Osvaldo Dueño – Eh...

Ed – Listo. Agradecé que te pago; pude no haberlo hecho, y sólo me hubiese quedado sin un techo de chapa de cinc.



Edmundo Niente salió, coherente con su apellido, hacia la nada... pero, esta vez, tenía suficiente dinero como para pagarse un hotel lujoso.

...y sentirse en la opulencia... quería ser malcriado por el sistema que lo había convertido en un vagabundo.

Se dirigió hacia la recepción y pidió una habitación, pero, no bien se afincó en el nuevo y lujoso refugio, el recepcionista llamó a la policía, denunciando que un mendigo con mal olor y ropas raídas había aparecido con un dinero, seguramente, malhabido.

Y, como es habitual, la policía apareció para defender a la gran empresa...



Cana – ¡Policía, abra la puerta!

Ed – ¿Qué pasa, oficial?

Cana – ¡Abrí la puerta, negro de...!

Ed – ¡No sea racista, que soy gringo! Ahí le abro. ¿Qué se le ofrece?

Cana – Usted tiene una denuncia por robo.

Ed – ¿Sí? ¿Y quién hizo la denuncia?

Cana – Eso no le incumbe.

Ed – Claro que me incumbe; si me van a meter en prisión, me incumbe.

Cana – Usted tendrá que acompañarnos.

Ed – Ufff... recién acabo de llegar, acabo de pagar la habitación... ¿no me dejan dormir un poco?

Cana – No, tiene que acompañarnos.

Ed – Bueno, mire... yo soy ilusionista y trabajo de eso. Antes de acompañarlos, les voy a hacer un truco de magia. ¿Ven estos billetes de cien?

Cana – Sí, claro.

Ed – Son billetes convencionales, originales, serie D, sin trucos ni nada por el estilo, ¿los ven?

Cana – Sí, los vemos.



Edmundo se acercó a los oficiales y metió sendos billetes en sus bolsillos.



Ed – ¿Ahora los ven?

Cana – ¡Magia! [aplauden] Muy buen truco, ahora entendemos por qué usted tiene tanto dinero. Ha sido un verdadero placer conocerlo. Avísenos cuando presente algún espectáculo.

Ed – El placer ha sido mío, oficiales.



Los policías se dirigieron a la recepción del hotel y, mediante la frase...



Cana – Está limpio. Sólo es un gran ilusionista que se viste de harapos para pasar inadvertido.



...dieron por cerrado el caso y se retiraron como si nada hubiese sucedido.

Al día siguiente, Edmundo estaba por salir del hotel por la puerta grande cuando el recepcionista lo llamó para ofrecerle unb trabajo como ilusionista dentro del hotel...



Ed – Eh... bueno, sí, pero... ¿me pueden ofrecer una habitación como parte de pago?



Inmediatamente, Edmundo Niente fue contratado como ilusionista oficial del hotel a cambio de un sueldo y una habitación, y no tardó en hacerse esperar su primer show.



Ed – ¡Buenas noches, señoras y señores! Bienvenidos a este show de magia e ilusionismo de Edmundo Niente, niente por aquí, niente por allá, ¡Magia! No tengo un centavo. ¿Alguien del público me presta una moneda? Gracias, ¡magia! Ya no está. No, era broma, sólo la estoy guardando en mi bolsillo porque, no sé si ustedes han tenido que sufrir el flagelo de los intereses, porque yo sí; antes yo vivía bajo un techo de chapa de cinc alquilado y cuando me retrasé con el alquiler, los intereses eran todo lo que yo tenía, y eso se contagió a mi bolsillo, y ahora mi bolsillo está calculando los intereses...



Edmundo empezó a sacar de su bolsillo miles de monedas de chocolate y las arrojó hacia el público que se desarticulaba por agarrarlas.



Ed – Disculpen, es que mi bolsillo es un poco infantil... Acá está su moneda con intereses, señor. Pero éste ha sido un truco para ganar la aceptación del público. A menos que haya alguien a quien no le guste el chocolate, ¿hay alguien? Qué bueno, entonces puedo aprovechar para sacarles el cuero. ¿Acaso las personas a las que no les gusta el chocolate son humanas? Cuando yo era chico, siempre esperaba ansioso la Pascua para comer industriales cantidades de chocolate, y ya que viene a colación... no, señora, no voy a hablar de colaciones, traje un par de conejos. ¿Ven? Son un par de conejos convencionales, pero lo que voy a hacer ahora es que aparezcan más conejos. Cierro la caja y me pongo a hablar de cualquier cosa con ustedes mientras se calculan los intereses, como por ejemplo, ¿vieron qué loco está el clima? Un día frío, otro calor... Bueno, abro la caja y... eh, no, bueno, todavía no, los están haciendo, esperen un poco, ¡Dale, Roger, dale! Más rápido, más rápido, más, más, más... ¿Alguien quiere adoptar conecos al salir de acá? Porque si no, voy a tener que darles de comer, y vieran cómo comen estos bichos... ¿ya? ¿Terminaron? ¡Ahí está! Cinco, diez, quince... veinticinco conejos! ¡Conejos para todos y todas! ¡Fuerte ese aplauso!



Edmundo decidió reivindicarse en silencio por sus robos a través del obsequio de chocolates a su público y de trabajar honrosamente gracias a la ingenuidad de la gente... lo que es, técnicamente, lo mismo que una estafa, pero en letras grandes y bajo un pacto consuetudinario con el espectador que desea ser engañado.



Nota: Ningún animal fue maltratado durante la presentación de este radioteatro.

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