Mutantes – 12do devenir – El fracturador cervical

Cuenta la leyenda que la atención es un bien preciado que, en algunas personas, privilegiadas o no, budistas o musulmanas, humanos o delfines telépatas, puede prolongarse durante mucho tiempo. En algunos rincones de la Gran Ciudad, existen personas capaces de sostener la mirada fija durante tanto tiempo que harían pestañear a la Gioconda.

Pero un joven demostró que toda concentración es frágil... el día en que mutó.


Ignacio Visare pasaba sus tardes y sus noches haciendo malabares con fuego en una esquina del centro, ganándose el pan de cada día con su arte y las pagas de los transeúntes.

Una noche en particular, recibió más dinero de lo esperado. Quinientos pesos llegaron a sus manos tras un solo espectáculo de medio minuto.



Ignacio Visare – ¡Foooo! ¡Qué viaje! Me hubiese gustado verlo... ¡Sos un grosso, chabón! ¿Por qué no estás viajando por todo el mundo?

Humberto – Soy sólo un número más, por ahora, igual que vos. Pero vos vas a llegar más rápido a viajar por el mundo.

IV – ¿Cómo sabés eso?

Humberto – Del mismo modo que sé que dentro de diecisiete palabras vas a tirar una clava.

IV – Pero mirá si voy a ser tan boludo como para... ¡Huh! ¡Disculpe, señorita! Pará, pará, ya vuelvo y te reviento la cara.

Humberto – No lo harás; espero que disfrutes.



Ignacio Visare se dirigió hacia donde había caído su clava, justo a los pies de una joven estudiante universitria.



IV – Disculpá, se me cayó la... hola...

Jimena Scotta – Hola... está bien, no pasó nada.

IV – Me siento culpable, te pudo haber golpeado. ¿Te puedo invitar un café para compensar?



Lo que pareciera ser el chamuyo más vulgar de la Historia, surtió efecto, y los quinientos pesos ganados se convirtieron en una larga noche de tragos gourmet, de esos que tienen helado o mariscos.



JS – ¿Tanto ganás haciendo malabares?

IV – A veces tengo menos suerte; pero a la suerte de hoy, la quise compartir con vos...



Los ojos de la joven se iluminaron y toda la noche derivó en un ardiente contacto de piel que no queda bien narrar al aire. Pero, al día siguiente...



IV – ¿Qué es esto?



Una carta en la mesa era el único rastro que quedaba de la joven.



JS – Ignacio: perdón por retirarme sin siquiera saludar, pero si me quedo, me quedo para siempre; y no puedo darme el lujo de salir con un malabarista. No lo digo por menospreciar, pero mi terapeuta me recomendó buscar la estabilidad. Con cariño, Jimena Scotta.



Ignacio abolló la carta y se quedó pensando largo rato. La palabra “estabilidad” siempre le había dado una sensación negativa, una idea de rutina alienante, sin embargo, algo de esa carta había calado profundo en su ser.



Sin pensarlo demasiado, empacó todas sus cosas y abandonó el hostel donde vivía. Con el poco dinero que le quedaba, se fue a Capilla del Monte, donde se encontraba el maestro de malabares Roberto Baramal.



IV – Buen día.

RB – Buen día, pequeño saltamontes.

IV – Quisiera aprender a hacer malabares.

RB – Eso imaginé, pero ésta es una técnica peligrosa, ¿para qué quieres aprenderla?

IV – Para salir con una chica.

RB – Está bien, es las mejor razón que he escuchado, mejor que todos los jipis que han venido por la paz, por el arte...

IV – ¿Cuándo empezamos?

RB – Cuando termines de limpiar los vidrios de todos esos autos jipis pintados con flores y arcoíris.

IV – ¿Todos esos?

RB – Vamos, no son tantos. La mayoría vinieron a dedo. Además, tampoco ibas a esperar que te enseñe gratis...

IV – Jipi capitalista.

RB – Lo de jipi estuvo de más. Y no te vengás a hacer el comunista, que esa remera de Manu Chao te costó cien pe.



Ignacio empezó a limpiar los vidrios, pero no tardó mucho en aparecer la supervisión del maestro Roberto...



RB – ¡No! Lo estás haciendo mal. Mirá, es así: con esta mano, enjabonás, y con ésta, secás.

IV – ¿Así?

RB – Así, enjaboná y secá, enjaboná y secá, enjaboná y secá...



Pasaron varias horas e Ignacio seguía enjabonando y secando, enjabonando y secando...



IV – ¡Me harté! Vine a aprender malabares, no a limpiar vidrios!



Inmediatamente se fue a buscar a su maestro.



RB – ¿Ya terminaste? Me parece que no, fue muy rápido...

IV – No, no terminé. Yo vine a aprender malabares, no a perder el tiempo limpiando vidrios...

RB – A ver... mostrame cómo has estado limpiando vidrios...

IV – ¿Me estás gastando?

RB – ¿Querés aprender? ¡Hacelo!

IV – Enjabono y seco.

RB – Con más fuerza.

IV – ¡Enjabono y seco!

RB – Ahora tomá estas clavas y limpiá los vidrios del firmamento.



Ignacio agarró las clavas y empezaron a dar vueltas por el aire rítmica y prolijamente, lejos del improvisado que era en las esquinas. Ni una se salía de su cauce natural.



IV – ¡Fooooo! Che, maestro Roberto, ¿y ahora me vas a enseñar la grulla?

RB – ¿Para qué sirve una grulla en los malabares? Dejá de ver películas de karate, que te están haciendo pensar cualquier cosa...

IV – ¿No me vas a enseñar nada más?

RB – No sé nada más.

IV – ¿Y cómo es que todos te llaman maestro?

RB – ¿Qué se yo? Mirá, si querés aprender más, andá a buscar a la maestra Mitsuko Walabare, en Japón.

IV – ¿Y cómo hago para ir, si no tengo plata?

RB – Jipi principiante, hacé dedo.



Ignacio Visare pegó en una clava una manito haciendo dedo y empezó a arrojarlas al aire, bien fuerte, más fuerte, tanto que afectaban las condiciones climáticas de Capilla del Monte... tan alto iban las clavas que un avión paró y lo llevó a Japón.



En un monte alejado de la urbanización, donde el celular sólo sirve como un caro pisapapeles, Ignacio trepó usando piernas, manos y clavas hasta llegar a la cima... donde un austero templo se erigía coronando las nubes del Sol naciente.



IV – Buenas tardes.

MW – Konnichiwa.



A partir de ahora, la producción de este radioteatro traducirá lo que se diga en japonés, porque nosotros tampoco entendemos ni una palabra.



IV – Vine a perfeccionar mi técnica para hacer malabares.

MW – ¿Un hombre quiere aprender malabares? ¡Jah! ¿Por qué un hombre quiere aprender malabares?

IV – Porque quiero salir con una chica.

MW – ¡Jah! No podrías salir ni con un bonsai. ¡Muéstrame lo que haces!



Ignacio tomó las clavas y...



MW – Mediocre... hombre tenía que ser. Son todos iguales. Seguro que arreglas todo con alambre. ¿No podrías tirar una clava decente, por favor?

IV – ¿Querés una clava decente? ¡Tomá!

MW – Vamos, ¿puedes tirar una que no pueda tomar al voleo?



Ignacio y Mitsuko estuvieron haciendo malabares por horas. A Ignacio ya le sangraban las manos por tanto entrenamiento.



MW – ¿Y? ¿No vas a derrotarme nunca? [cae una clava al suelo]



Una clava se escapó de la mano de la gran maestra Mitsuko Walabare y el silencio duró largos minutos.



IV – ¡Jah! Seguro que ahora le vas a decir a todo el mundo que me derrotaste.

MW – Eh... no tiene mucho sentido... en donde vivo, creen que todos los japoneses son iguales.



La gran maestra Mitsuko le enseñó técnicas desconocidas, ancestrales, de origen casi divino...



MW – Esta técnica la usó Aquiles para derrotar a Héctor.

IV – Pero, ¿Aquiles no usaba una espada?

MW – ¡Jah! Mentiras del cine yanqui para evitar que la gente aprenda malabares... tienen miedo de los malabaristas en el campo de batalla.



Mitsuko instruyó al joven Ignacio de tal manera que estaba preparado no sólo para salir a los semáforos, sino también para enfrentar cualquier tipo de amenaza...

Hasta que llegó la hora de la despedida. Ya no había nada más que aprender para Ignacio. Los cerezos estaban el flor y adornaban la escalera para bajar del monte.



MW – Sos hombre y, sin embargo, has aprendido más que cualquier otro alumno.

IV – Gracias, maestra... por cierto, ¿usted no hace malabares al aire libre?

MW – No desde que mis clavas provocaron el huracán Katrina.



Sus pies fueron aplastando los pétalos rosados frente a la mirada de su maestra que observaba estoicamente como se iba quedando sola paso a paso.

Ignacio tomó sus clavas y empezó a agitar el viento hasta que un avión paró y lo llevó de vuelta a su ciudad natal.



Ignacio volvió a su viejo semáforo y empezóa poner a prueba sus habilidades: la técnica del triángulo bendito, de la gourmet desmembrada, la ilusionista desaforada del fracturador cervical.

Pronto, los resultados en el público tuvieron consecuencias gravísimas... un pibe caminaba por la calle, lo vio, siguió caminando sin dejar de verlo y se le quebró el cuello. Y así sucesivamente, era tal el deslumbre que generaba que la gente iba cayendo al suelo necesitando un inodoro portátil para sostener sus cabezas.



IV – Che, ¿qué pasa?



Ignacio no recibía ni un centavo porque todos se colgaban viéndolo y sus cuellos se quebraban en dos o más partes.



Alguien – ...sí, porque Nietzsche estaba enamorado de su hermana, entonces, ¿qué es eso? [quiebra cuello y cae].



Ignacio vio cómo la gente caía a su alrededor y decidió dejar los malabares... pero mientras caminaba por la ciudad buscando dónde hospedarse...



JS – ¡Ignacio, tanto tiempo!

IV – ¿Eh? ¡Hola!

JS – ¿Qué andás haciendo?

IV – Y... acá... dejé los malabares.

JS – Perdón... no quise que dejaras de hacer lo que te gusta...

IV – No, no lo dejé por eso... lo dejé porque es peligroso. La gente que me ve se quiebra el cuello y cae a la calle.

JS – Quiero ver eso.

IV – No, no quiero que te pase lo mismo [suena un celular].

JS – A ver, disculpá, mi teléfono...

Agente – Hola, ¿me pasás con Ignacio?

JS – ¿Eh? Pero... bueno, sí, te paso con él. Ignacio, es para vos.

IV – ¿Ah? ¿Hola?

Agente – Hola. Te llamamos de la Agencia Central de Inteligencia de Norteamérica. Nos hemos enterado de que tus malabares han producido estragos en las cervicales de la gente y nos gustaría contratarte para que trabajes por la libertad y la justicia en nuestro país.

IV – Eh... ¿Qué? No entiendo mucho, pero dejame consultar... esperá un segundo en línea... Che, me ofrecen un trabajo en Estados Unidos, ¿querés venir?

JS – ¿A Estados Unidos? ¿Para qué?

IV – A ver... Eh, una pregunta, ¿para qué es el trabajo?

Agente – Tendrías que inhabilitar terroristas con tus malabares.

IV – Dice que tengo que quebrarles el cogote a los zurdos. Decime cómo le digo que no de una manera divertida.

JS – Deciles que vas para allá (sonriente)...

IV – ¿Segura?

JS – Sí, yo te espero acá, en esta misma esquina. Voy a estar tejiendo una bufanda.



Ignacio aceptó y pronto un helicóptero lo pasó a buscar para llevarlo a un avión que lo llevó a un jet privado que lo llevó a un avión que fue hasta la estratósfera y lo dejó en Japón en dos horas y después, se tuvo que bancar diez horas para llegar a Estados Unidos en un vuelo de cabotaje.

Y al llegar...



IV – Tengo hambre...

Agente – Antes de comer, me gustaría que me muestres tus habilidades...



Ignacio se puso a hacer malabares al frente suyo y empezó a caminar a su alrededor hasta que el cuello del agente de la CIA se convirtió en una parodia del Exorcista. Se tomó un taxi y se fue... directo a Wall Street.



Al día siguiente, en su pueblo natal...



JS – Tomá. Acá está tu bufanda.

IV – Y acá tengo las acciones de Facebook.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario