Mutantes – 7mo devenir – El corte sexy

Cuenta la leyenda que este mundo está plagado de gente que precisa ser rescatada, que pide a gritos una deidad que la quite de su contexto de opresión y malestar. Sus cuerpos y sus almas se convierten en una especie de Rapunzel psicológica, en una soga metafísica que tanto sirve para la huida como para la horca.

Pero un hombre encontró en su ser la herramienta para llevar a cabo el rescate oportuno, la salvación inrsperada, la luz divina de una mirada que nace... el día en que mutó.


Fernando Faccia tenía 40 años y acababa de cumplir 20 años de servicio en el cuerpo de bomberos. Después de un arduo trabajo, la jubilación estaba a punto de llegar a sus manos y, con ella, la posibilidad de cumplir sus sueños... el problema era que nunca se había puesto a pensar en sus sueños.

Su ex esposa y madre de su único hijo temía por el diezmo/cuota alimentaria y le decía con insistencia:



Ex - ¡Decime! ¿Quién va a pagar la escuela cuando te jubiles? ¿Quién va a poner la tarasca para la comida, la ropa, las zapatillas, la Internet, los videojuegos y los tratamientos de belleza para que su madre no se parezca a un pulpo que quiere absorberlo todo?



Este estribillo sonaba cada doce horas mientras el hijo en cuestión, ya con 19 años, estudiaba los apuntes de Ingeniería y se reía en silencio del cinismo oportunista de su madre. Con esta cantata troppo agressiva en el oído, Fernando Faccia partió nuevamente hacia el cuartel de bomberos y, después de algunos mates con sus compañeros, sonó la alarma...

...un incendio en un edificio, una mujer en peligro. Era el primer trabajo para un recluta, llamado Amílcar, y el último trabajo para Fernando Faccia.



FF – Vas a perder la virginidad, niño; disfrutalo.



Fernando, ya un viejo lobo entre los bomberos, confiaba tanto en el nuevo recluta que no existió obstáculo que impidiese el éxito del rescate y del apagado del fuego.

Al finalizar la campaña, todos se quitaron los cascos aliviados, pero la mala fortuna quiso que el pelo de Fernando Faccia se convirtiese en una mezcla entre un organigrama de accionistas del grupo Clarín y un mapa de Londres. Ante semejante anarquía capilar, el nuevo recluta le ofreció un peine.



FF - ¿Qué hacés con un peine en el bolsillo?

AL – No sé, caprichos del guionista...



Fernando Faccia hizo tres movimientos sutiles con el peine y su apariencia cambió por completo. De repente se convirtió en una mezcla entre Elvis Presley, Marlon Brando y George Clooney. El peinado, gracias a la ceniza de los incendios acumulados en su currículum, adquirió un cuerpo, un brillo y una solidez tales que sus ojos parecían resplandecer ante los jóvenes...



Una joven – Aaaaaaaaaaaaaah... [suspiro de joven humedecida]



...y ante los jóvenes...



Un joven – Aaaaaaaaah... [suspiro de joven mojado]



Fernando Faccia no podía entender la situación. De pronto, se había convertido en el centro de gravedad de las miradas. Se fue a su casa caminando y, en su andar, provocó diecisiete accidentes de tránsito y cuatro divorcios. Doce parejas le ofrecieron hacer swinger sin importarles si Fernando tuviese pareja... de más está decir que lo ideal era que no la tuviese, puesto que todos lo querían convertir en una especie de escultura erótica de carne y hueso.

Apenas llega a su casa, en la puerta se encuentra con su ex mujer sosteniendo un palo de amasar y una foto de su hijo para someterlo.



Ex – Más te conviene que hayas traído plata porque... Aaaaaaaahh... Disculpame, pensé que eras mi ex marido trayendo el sueldo...

FF – Soy tu ex marido.

Ex - ¿No te qwuerés casar de nuevo conmigo?

FF – Ni desayunando ayahuasca.

Ex - ¿Y una sesión de amor desenfrenado, salvaje y sobrenatural, al menos?



Y Fernando la pensó... no mucho tiempo, porque ante tales situaciones, pensar es un despropósito, por lo que respondió... nada, ya está desvestido, contra la puerta, la mesada, el placard... lo que sea menos un colchón.



Ex – Vení cuando quieras... sin plata, no hay problema, sin ropa, si querés...



Y así, la jubilación de Fernando Faccia empezó a rendir lo suficiente como para financia rlos estudios de su hijo y su propio sueño... el de ser... un artesano del cabello. Alquiló un pequeño local, le puso una butaca cómoda y un espejo. Con toda la rusticidad que le permitía su jubilación, colocó un cartel y se sentó a esperar clientes.

Una estudiante que fumaba compulsivamente se detuvo ante la puerta, vio los ojos de Fernando y...



Elisa Faso – Aaaah... Quiero un corte de pelo...

FF – Cómo no... ¿qué corte quiere?

Elisa Faso – Si se puede... es una cuestión íntima...



Fernando nunca tuvo experiencia en el asunto, pero no podía negarle un cavado a una jovencita en apuros...



EF – Muy buen trabajo. Volveré.



Fernando culminó su jornada laboral, y mientras cerraba el local, dos asaltantes aparecieron detrás y lo apuntaron con sus armas.



Asaltante 1 – ¡Quedate quieto!

Asaltante 2 – ¡Danos toda la plata!

Asaltante 1 – No se te ocurra hacerte el macho.

Asaltante 2 – ¡Es peluquero! ¿Qué se va a hacer el macho?



Pero nadie sabía hasta qué punto Fernando Faccia era un hombre. Fernando los guió hacia la caja; pero en el camino, el espejo reveló su sexy masculinidad...



Asaltantes 1 y 2 – Aaaaaahh...

Asaltante 1 – Che, mirá... disculpá, necesito un corte de pelo...

Asaltante 2 – Yo también...

Fernando Faccia, sin terminar de entender lo que pasaba, acabó cortándoles el pelo a sus asaltantes.



Asaltante 1 – Te dejo mi número por si necesitás algo...

Asaltante 2 – Te dejo el mío... hacemos aprietes, arreglos de coima y el pelo nos crece rápido.



Los asaltantes se fueron enhormonados, alucinando con prados verdes, días soleados y Bambi antes de que le maten la madre.

A la semana siguiente, el atelier capilar de Fernando Faccia ya tenía una fila de más de dos cuadras, compuesta por un harén de pretendientes y enamorados. Casi todos tenían el pelo recién cortado, pero nada de eso parecía importarles con tal de sentir en su cuero cabelludo los dedos de un verdadero Adonis. Pero entre todos, había una mujer que aún no lo había conocido. Lucía una larga cabellera color castaño y un reluciente bastón blanco.

La joven se sentó en la butaca y dijo.



Lidia Morera – Hola. Me gustaría que me hagas rastas en toda la cabeza.

FF - ¿Estás segura? ¿Arruinar todo este pelo?

LM – No puedo verlo de todos modos, y quiero tener rastas.

FF – Ok. Te voy a hacer unas rastas que serán envidia hasta en Jamaica.



Fernando observaba a la joven a través del espejo y, sin importar su ceguera, le daba timidez hacerlo. Pese a que estaba acostumbrado a hablar largo y tendido con la gente, le costó largo tiempo pronunciar una pregunta.



FF – Che... ¿cómo te llamás?

LM – Lidia Morera.

FF – Y... ¿a qué te dedicás?

LM – Estoy terminando la carrera de ingeniería ambiental y dedico mi tiempo libre a una organización ambientalista.

FF – ¡Qué bueno eso! Siempre quise participar en la protección del medioambiente, pero mi trabajo anterior me lo impedía.

LM – ¿Qué hacías antes?

FF – Era bombero.

LM – Claro... bueno, si querés te invito a la próxima reunión, va a ser mañana.

FF – Estaría genial.



Fernando pensaba, durante la charla, en dejarle una rasta mal armada para hacer que vuelva, pero al ver su número telefónico anotado en una tarjeta, prefirió no forzar el eterno retorno.

Al día siguiente, y para desilusión de todo el barrio, el atelier del cabello amaneció con un cartel que decía “hoy, cerrado por asuntos personales”.

La gente se preguntaba...



Asaltante 1 – ¿Qué asuntos personales?

Asaltante 2 – ¡Esto no puede ser! ¡No nos puede dejar así desamparados! ¿Qué será de nosotros?



Mientras tanto, Fernando Faccia enternecía a todos los miembros de la organización ambientalista y se enteraba de una campaña para rajar del país a una empresa que contaminaba más que la bomba de Hiroshima. Y de pronto... tuvo una epifanía...

El atelier del peinado amaneció con una evidencia de lo que era capaz de hacer por el amor de Lidia Morera, la única mujer invulnerable ante sus encantos. Había un cartel en la puerta que decía “Le daré un corte gratis al que me acompañe a este lugar” y adjunto, había un pequeño mapa con las directivas para llegar.



Allá lejos, en medio de la montaña, los camiones estaban preparados para dar rienda suelta a la ambición de los empresarios. Del otro lado, miles de personas se habían congregado para repudiar a la empresa. Más del 70%, convocado por los irresistibles ojos de Fernando Faccia... tal era el arrastre que tenía el sex symbol de la tijera.

Ante lo insostenible de la situación, el CEO de la empresa se acercó a la vanguardia de los manifestantes y, al ver los ojos de Fernando... se mojó y dijo:



CEO – Aaaaah... ¿en qué le puedo servir? Digo, ¿qué hacen acá? ...ojos de miel...

FF – Que la planta se vaya de acá.

CEO – Lo que quieras... ¡No tan fácil!

FF – ¿Va a pedirnos algo a cambio?

CEO – Eh... [en secreto] ...una foto autografiada...



Conflictuado entre sus ideales y sus intereses, Fernando Faccia dijo:



FF – Y bueh...



De esta manera, emprendió su retirada la empresa y Fernando Faccia tuvo que dar más de siete mil cortes gratuitos. El artesano del cabello recibió miles de abrazos y más de uno trató de darle un piquito.

Pero no describiremos el beso de Lidia Morera, porque esto no es una comedia romántica de Hollywood.

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