Chubut, Santa Rosa y después: La muerte enamorada

Esta vez sucedió de otra manera. Estaba en mi casa hablando por teléfono, haciéndole un favor a un amigo al que le habían cortado su línea por una confusión con un pago no registrado.

Como siempre en este tipo de instancias la situación era insoportable, es decir: Largas explicaciones a empleados mal predispuestos, que te derivan a un superior o a otro empleado al que hay que contarle todo de vuelta desde el principio. Largas esperas escuchando la marcha del elefantito y un listado exhaustivo de datos irritantes sin los cuales el trámite no avanza.

Después de una hora de estas peripecias, uno se siente en el colmo del absurdo. Es que la vida es breve y el universo es infinito y misterioso; entonces es imposible evitar el sentimiento trágico de que uno se pierde tantas cosas (tantos libros que no va leer, tantos mujeres que nunca va a conocer….); y me encuentro desperdiciando una tarde con gente a la que le represento una molestia, por un problema que no me afecta, para hacerle un favor a un tipo que no me llama nunca.

Por fin la cosa parece avanzar, la chica que está del otro lado me pide el número de cliente, la fecha en que fue efectuado el pago y otros datos por el estilo. Y cuando ya estoy exhausto de explicaciones mecánicas en tono monocorde, de pronto, sucede: La chica que está cargando los datos burocráticos con más fastidio que eficiencia, me empieza a hablar de la concepción de eternidad de San Agustín.

Textualmente me dice “…Es importante saber cómo y cuándo abonó la factura para evaluar si se debe reintegrar el monto de re conexión. Ya decía San Agustín, que los elementos del pasado y del porvenir están, fusionados en la eternidad del presente. Allí confluyen y conviven los diversos tiempos, aunque no lo percibamos por completo. Si lo pensamos un poco, es imposible negar esa eternidad. Porque sin una eternidad, sin un espejo delicado y secreto de lo que paso por las almas….la historia universal es tiempo perdido. Sin la eternidad, estaríamos sugiriendo sutil, pero irrefutablemente la aniquilación de siglos cargados de ciudades, de ríos y de júbilo….”.

La empleada hizo una pausa, tomo aire y concluyó: “Ahora lo derivo con el departamento de atención al cliente para que le informen cuando se restablecerá el servicio…”.

Una vez más el patrón a seguir era evidente y constante. La esquina de Santa Rosa y Chubut me volvía a llamar. De forma misteriosa y aterradora, pero también inevitable, porque estaba muy dispuesto a no perderme ninguna de las cosas que sucedieran en la vieja casona.

Poseído por una lógica de pensamiento mágico que no suelo ejercer en la vida cotidiana, repetí calcados los pasos de ingreso de forma obsesiva: Abrir la puerta con cuidado, casi sin tocarla; caminar el corredor oscuro con paso lento y firme, e instalarme en la galería del patio interno sin pronunciar palabra.

Pero en algo debí equivocarme, porque la escena de la que fui testigo, no fue tan reconfortante y simpática como las dos anteriores.

Esta vez, en el medio del patio, había un teléfono blanco y la foto de una rubia espléndida. De entre las sombras de la galería interna, una mujer alta, delgada, de rostro pálido y vestido negro, salió con paso elegante, miró la foto con devoción religiosa y atendió distendida la primera de cuatro llamadas.

Dijo mas o menos lo siguiente: “Hola señor director. ¿Cómo le va? Sí, claro, entiendo…pero me parece que va a tener que suspender la grabación y archivar la película. Ella no está en condiciones de ir. Eligió irse conmigo…que va hacer…Cancele el proyecto y pídale disculpas a Dean Martin, que tenga un buen día…”.

La mujer colgó el teléfono con suavidad, y apenas colgó, el teléfono volvió a llamar. Atendió el segundo llamado con una frialdad monumental y una oscura media sonrisa. “Hola, si….ah…¿Gene Kelly? Mira, la verdad que estaba muy interesada en reunirse con voz para hablar del proyecto, pero no va a poder…. Si…., ya sé que no es lo mismo, pero proba con Ava Gardner…que se yo. Arreglatelas viejo, esto me excede, no es mi problema…”

No sé cómo explicarlo, pero la mujer despachaba esos llamado como relajada, sin culpas. El teléfono sonó por tercera vez, y esta vez su semblante fue distinto, se puso adusta, seria. Como si supiera que el que estaba del otro lado no se iba a conformar así nomás.

“No se admiten reclamos Joe, la cosa es así…”. Dijo con dureza. “Vos tuviste tu oportunidad. Mira, si te sirve de consuelo, te cuento que el Sábado a la noche, antes de que pasara todo y yo viniera a buscarla, te empezó a escribir una carta….No importa que dice, ya te la van a entregar. Vos encárgate de organizar el funeral y no permitas el ingreso de ninguna de las luminarias de Hollywood. Vos sabes bien que esa gente le amargó la vida.

No , no te pongas así Joe….Te doy un consejo: Recordala en su esplendor. ¿Cómo que me vaya al carajo? Yo entiendo que estés dolido, pero bueno….tarde o temprano todos se vienen conmigo. Bueno, bueno….Te tengo que colgar, no sos el pupo del mundo hermano, hay guerras, hambre, tengo mucho laburo…..chau chau….”.

La parca colgó el teléfono y se quedo en silencio. Ya no estaba tan distendida. Camino unos pasos hacia la galería y se detuvo en seco cuando el teléfono sonó por cuarta vez.

Atendió con un gesto amargo, casi maligno. “…Señor Presidente? Lo siento pero es demasiado tarde… No, no estoy hablando de ella. Estoy hablando de USTED, nos veremos el año que viene en la ciudad Dallas, estado de Texas... Ya sé que no me cree, todos los poderosos se sienten inmortales. Pero bueno, yo le avise. No es una amenaza, es simplemente lo que va a pasar…”
No dio más explicaciones y colgó. Estaba como contenta. Como disfrutando de una pequeña revancha.
Tomo la foto de la rubia y se fue con los ojos repletos de satisfacción.
Enamorada ella. Como pocas veces la volverían a ver.



LA DO#m7
Mírenla, miren, miren, miren, mírenla
FA#m RE
Mírenla, ella está tan sola
LA DO#m7
Mírenla, en sus ojos hay placer
FA#m RE
Mírenla, cuando te enamora

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