Mutantes – 11vo devenir – El cálculo caótico

Cuenta la leyenda que las estructuras pueden llegar a ser tan inflexibles que el más ínfimo movimiento en el suelo produce una reacción en cadena que tiende a destruirlos. Sólo el aleteo de una libélula en Japón puede producir un colapso en la bolsa de Wall Street. Esto significa que la multiplicidad de variables hace que todo sea, en cierta medida, impredecible.

Pero un hombre pudo controlar las probabilidades en la palma de su mano... el día en que mutó.


Humberto Rente era un empleado de una empresa de demoliciones hasta que un día, intentando tirar abajo un castillo de naipes, fracasó.



Jefe – ¡Estás despedido!



Humberto salió de la oficina con las manos en los bolsillos vacíos. Y pensó en visitar el castillo de naipes que provocó el fin de su puesto de trabajo.

Imponente, el castillo había cubierto por completo una manzana en pleno centro de la ciudad. Su firmeza y majestuosidad lo había convertido en el atractivo turístico más importante.

Humberto, vio una libélula que se posó en su mano y dijo:



Humberto – Tengo que aprender mucho aún... todo puede demolerse... ¡Todo! Las iglesias, los puentes, ¡hasta los mismos lenguajes!



Humberto se fue a la biblioteca y empezó a fagocitar todo cuanto libro de física y matemática que vio.



Tres meses después, salió de la biblioteca...



Humberto – Tengo hambre...



Se sentó en un bar, pidió dos lomitos y una cerveza, y al momento de pagar, dijo:



Humberto – Antes de eso, le apuesto la cuenta a que puedo predecir lo que sucederá en un ratito.

Barman – Dale, total, no considero que pueda hacerlo.

Humberto – Si eructo en los próximos diez segundos, a usted se le va a caer la billetera.

Barman – Bah, nunca se me ha caído la billetera, y siempre la sostuve tan firme como para que eso suceda, porque yo no tengo dedos de margarina...

Humberto – [eructa]

Barman – ¡Eeeeh! ¡Pero qué bárbaro! [cae la billetera]



Y la billetera cayó al suelo.



Barman – Bah, eso es pura casualidad.

Humberto – Pero lo predije.

Barman – Todo o nada. Si predecís algo más enrevestido, te ganás la cena.

Humberto – Bueno, si usted deja la billetera en el suelo durante medio minuto, se quedará sin señal en el celular

Barman – ¿Perderé la billetera?

Humberto – No.

Barman – ¿Y cómo puedo confiarme en vos?

Humberto – Fácil. Yo sé lo que pasará. Si no me cree, levante la pierna derecha en 3, 2, 1...

Barman – ¿Eh?

Choro – [golpe]

Barman – ¡Ah! ¿Así que me querías punguistear la billetera?

Choro – ¡Noooo, wachín, estaba haciendo ejercicio!

Barman – ¡Sí, ejercicio le dicen ahora! ¡Vení para acá mismo ya!



Y el punguista frustrado salió corriendo a tal velocidad que no pudo ser visto por un rastrojero que tuvo que pegar un volantazo y desembocó en un poste de luz que se vino abajo.



Barman – ¡Huh! Esperá, voy a llamar a la cobanía. ¿Eh? ¡Me quedé sin señal! ¿Qué carajo?

Humberto – ¿Nos vemos para la cena?

Barman – ¡No, pará, vos te quedás acá!

Humberto – ¿No vas a cumplir el trato?

Barman – Sí, lo voy a cumplir... pero arguyo que te quedes.

Humberto – ¿Para qué? ¿Me vas a dar trabajo?

Barman – ¿No lo vas a preveer?

Humberto – Si no hubiese preguntado, ¿me lo hubieses ofrecido?



La cara del barman se convirtió en un naipe mientras el profeta pronunciaba cada tanto un [tic] .



Barman – Bueno... un cuestionamiento, ¿vos podés hacer eso en cosas más grandes?

Humberto – En lo que sea. De hecho, antes demolía edificios.

Barman – ¿Cómo sabías que te iba a cuestionar sobre edificios?

Humberto – Si no lo hubiese sabido, hubiese ido a cualquier bar.

Barman – Me siento manipuleado por el destino.

Humberto – Pero no puedo saber si me vas a dar el contacto para el trabajo, o no...

Barman – Tengo un amigo que es dueño de una empresa de destrucciones.

Humberto – No le digás mi nombre, sólo lo que puedo hacer.

Barman – ¿Por qué?

Humberto – Sólo eso.



El barman llamó a su amigo y le contó las capacidades de Humberto sin decir su nombre y concertó una reunión.



Jefe – ¿Qué hacés acá? Te dije que estás despedido.

Humberto – Y estoy de vuelta.

Jefe – ¿A qué volvés? Si no podés derribar siquiera un castillo de naipes.

Humberto – Pero puedo derribar este edificio sólo con algunas palabras y este clavo del que cuelga su título de ingeniero.

Jefe – ¿Qué palabras podés decir después de haber fracasado tan ridículamente?

Humberto – Sólo algunas palabras...

Jefe – Decí, dale

Humberto – Algunas palabras :-)



Y Humberto se fue...



Jefe – ¡Fracasado!



El jefe de la empresa agarró el mouse de su computadora, y tratándo de arrojárselo a la cabeza, le dio al matafuegos que disparó el chorro hacia la ventana, cuyos vidrios cayeron sobre una colonia de ratas que salieron corriendo y en su maratón, abrieron al máximo la llave de gas, mientras el jefe se fumaba un cigarro cubano y un caño pinchado con un clavo...



A la hora de la cena...



Humberto – Hola.

Barman – (triste) Hola...

Humberto – ¿Pasó algo?

Barman – Sí, ¿viste el amigo mío, el del emprendimiento de destrucción?

Humberto – Sí...

Barman – Obitó.

Humberto – Uh... lo siento mucho.

Barman – ¿Por qué no lo previsiste?

Humberto – Porque no estaba ahí.

Barman – Claro...

Humberto – Es una lástima... encima, habíamos hablado muy bien...

Barman – Sí, era descuestionable que conseguirías el trabajo. [chasquido lingüístico] Y ahora, ¿qué vas a hacer?

Humberto – Voy a hacer que este lápiz haga caer todas las hojas de este fresno mientras el malabarista de la esquina hace su trabajo.

Barman – ¡Pero está haciendo malabares con fuego! [ruido de lápiz]

Humberto – Ésa es la idea.



Humberto salió caminando hacia la senda peatonal mientras el lápiz rodaba por el piso. Tomó el frasco de querosén del malabarista, el lápiz hizo asustar a un gato que salió corriendo, se subió al fresno mientras Humberto echaba salpicones de querosén y las hojas caían encendiéndose una a una, formando un ave fénix hasta extinguirse.

El malabarista recibió más de quinientos pesos en ese semáforo y, sorprendido, volvió a su esquina.



Jipi – ¡Eh! ¿Qué pasó con el querosén?

Humberto – Fue convertido en dinero.

Jipi – ¿Y vos quién sos?

Humberto – soy Humberto Rente.



El malabarista no entendió nada, sino hasta que el barman los invitó a cenar después del efímero espectáculo que dieron.



Jipi – ¡Foooo! ¡Qué viaje! Me hubiese gustado verlo... ¡Sos un grosso, chabón! ¿Por qué no estás viajando por todo el mundo?

Humberto – Soy sólo un número más, por ahora, igual que vos. Pero vos vas a llegar más rápido a viajar por el mundo.

Jipi – ¿Cómo sabés eso?

Humberto – Del mismo modo que sé que dentro de diecisiete palabras vas a tirar una clava.

Jipi – Pero mirá si voy a ser tan boludo como para... ¡Huh! ¡Disculpe, señorita! Pará, pará, ya vuelvo y te reviento la cara.

Humberto – No lo harás; espero que disfrutes.



El malabarista fue a buscar la clava que cayó justo enfrente de una joven estudiante universitaria, y después de un breve diálogo, se fueron.



Barman – Che, ¿me podés hacer la pierna con una piba, como al jipi?

Humberto – Me gustaría, pero si lo hago ahora, perderías la oportunidad de conocer al amor de tu vida.

Barman – ¿Amor de mi vida? ¡Eso no existe!

Humberto – Hoy no.

Barman – No, claro... los valores están muy tergiversados últimamente...

Humberto – Ya vas a ver... bueno, me retiro.

Barman – ¿No vas a englutir nada más?

Humberto – ¿Querés que te vuelva a apostar algo?

Barman – No, gracias... pero te invito a comer de nuevo, si volvés a hacer un espectáculo como el de recién.

Humberto – Bueno, gracias.

Barman – Por correcto, ¿por qué hacés ese ruido con la boca?

Humberto – Me acomodo la muela de juicio.



Humberto empezó a vagar por la ciudad buscando un lugar donde pasar la noche... hasta que llegó al castillo de naipes...



Humberto – Debería destruirlo... si muevo este as de espadas... no... que quede como un monumento al cambio.



Humberto soltó el as de espadas, entró al castillo y se subió a la torre más alta.



Humberto – Arrojado desde acá... todo terminará...



Humberto tiró una piedra atada a un hilo que le arrancó la muela de juicio [tic].

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