Chubut, Santa Rosa y después: Gitana robaste mi alma (Parte 2)

“En la mitología griega, Casandra era hija de Hécuba y Príamo, reyes de Troya. Fue sacerdotisa de Apolo, con quien pactó, a cambio de un encuentro carnal, la concesión del don de la profecía. Sin embargo, cuando accedió a los arcanos de la adivinación, rechazó el amor del dios; entonces éste, viéndose traicionado, la maldijo escupiéndole en la boca. ¿Qué implicaba esto? Ella seguiría teniendo su don, pero nadie creería jamás en sus pronósticos.


Esta maldición ha perseguido a las adivinas de toda la humanidad y se asienta en un precepto básico: Cada uno cree lo que quiere creer, y eso se transforma a la larga en lo que le va a suceder. Es decir, de nada vale predecir la derrota de una estirpe de guerreros. Ellos nunca aceptarán el vaticinio, de lo contrario no estarían peleando. Como tampoco hay ningún merito en profetizar los infortunios de alguien que está convencido que va a fracasar en la vida. Es solo cuestión de tiempo que las desgracias caigan sobre su cabeza como tenedores de punta.”

Todo esto me cuenta Natasha mientras ceba mate y fuma como una condenada a muerte.
-Entonces que? Vos no adivinas la suerte? No ves más allá? Le pregunto algo nervioso…

-Cada uno hace su propia suerte. En principio yo veo lo que hay que ver - me contesta casi en tono burlón- Veo la persona que está sentada al frente mío, y con eso me basta. Y algo más importante: Yo veo que está dispuesta a escuchar esa persona. Es lo primero que aprendí cuando mi abuela me inicio en estas cosas: No hay que andar con el escupitajo de Apolo colgando del mentón.

Natasha hace una pausa, mientras juega con un cenicero oxidado y me confiesa una infidencia: “…Hay dos clases de gente que vienen a consultarme. Están los convencidos que tengo poderes y los que en el fondo no tienen fe en lo que hago, pero vienen lo mismo porque están desesperados y ya no saben qué hacer.
Los primeros vienen salvados de sus casas, porque transforman cualquier cosa que les digo en una solución. Es lo bueno de las personas con fe. Los segundos, siempre estuvieron jodidos y lo van a seguir estando: Les podría decir la fórmula de la Coca Cola y no me van a creer, porque el que gasta plata en algo en lo que no cree, solo busca seguir sufriendo…”

-Me estás esquivando la pregunta-, le digo desconfiado: ¿Vos tenés poderes o no tenés poderes?

-Tengo algunos. Y entre esos hay uno que es tremendo: Sé que es lo que la gente quiere que yo le diga. Y ese don, que no hay que confundir con la demagogia barata, es mucho mejor que saber el número que va a salir en la quiniela o si tu esposa te está pasando con el sodero. Yo le digo a la gente lo que quiere escuchar…Porque hace rato aprendimos que de nada sirve otra Casandra; a Troya la van a destruir tarde o temprano, por mucho que una de nosotras ande profetizando a los gritos. Nadie salva a nadie.

-Ah, linda forma de ganarte la vida- Le digo con un tono de reproche.

-La diferencia entre lo que yo hago y lo que hace un político, un publicista o un cantor de boleros es básicamente ninguna. Son negocios con diferentes códigos a lo sumo, con diferente lenguaje, pero éticamente estas actividades no difieren en lo más mínimo.

-Ok, ya entendí- le digo resignado. –Solo se trata de vivir ¿No? Perdí el tiempo y el dinero contándote lo de Santa Rosa y Chubut. Soy un cliente más que ya te entregó la guita y…

-No corazón, no te me vengas abajo- me dice Natasha, mientras me clava sus ojos en los míos y empieza a contenerme con un tono suave- ¿Sabes el mínimo trecho que hay entre citar a Litto Nebbia y terminar en un bar hablando con el primer borracho que se te cruce?
Después de las aclaraciones de rigor y un poco de mitología griega voy a empezar a laburar en serio: Te voy a decir lo que queres escuchar, lo que te va a servir, digamos. Pero para ese momento, tenemos que cambiar de infusión… ¿Tomás cerveza rubia o negra?

No sé como hizo, no sé en qué momento me convenció de lo que a otra persona le hubiera tomado una vida. No sé que le habrá enseñado su abuela y ya no me importa haber pagado el triple de lo que valía la consulta. Lo cierto es que en menos de una hora acepte alegremente que lo de Santa Rosa y Chubut era totalmente normal.
Y lo acepte, aún sabiendo que era una mentira.

Porque la verdad es que Natasha veía más que el resto de los mortales y no necesitaba de pañuelos a lunares, faldas con volados y blusas escotadas. No necesitaba leer la borra del café ni consultar una bola de cristal. Solamente te miraba a los ojos y te escaneaba el alma. Y después no te decía todo, te decía lo que podías manejar, lo que te servía.

Antes que me fuera. Se permitió la excepción de jugar a Casandra. De advertirme y aconsejarme algo: Tenía que dejar de indagar. Lo que ocurre en la esquina de Santa Rosa y Chubut no merece explicación. No importa entender cómo funciona, no es relevante encontrar sus causas últimas: Simplemente sucede, solo cabe aceptarlo.

Como el talento de Chaplin. Como la belleza de Marilyn. Como un gol de Maradona.

Me volví contento a mi casa. Sabiendo que quizás no estoy tan loco, sabiendo que nadie salva a nadie. Sabiendo que los dioses hacen trampa y que las gitanas también. Pero que al final no importa: Si todo es una mentira, simplemente habrá que ser cómplice de las hermosas.



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