Mutantes – 5to devenir – Los faros antiniebla

Cuenta la leyenda que, en las afueras de la Gran Ciudad, la humedad se condensa y produce una niebla tan espesa que resulta casi imposible ver más allá de los propios pies. Muchas personas han perdido su camino y han terminado en sitios inhóspitos o, simplemente, han desaparecido. La impenetrable niebla se traga los paisajes, los destinos y las personas. Pero un hombre ha demostrado que es posible ver más allá... el día en que mutó.


Don Zoilo Máximo Bellavista tuvo que partir hacia la Gran Ciudad el día en que perdió su terreno por manos sojeras. Había vivido más de cuarenta años en un predio llamado Los Silencios, donde los papeles y la burocracia no eran necesarios. Cultivaba lo que quería y necesitaba, papas, zanahorias, tomates, san pedros, y cazaba lo que necesitaba, palomas, cuises, ratas...

Pero un día... [aplausos]



ZMB – ¿Quién anda?

Nelson Facciatiesa – Hola, soy Nelson Facciatiesa, abogado.

ZMB – Gracias, pero no he cometido ningún crimen.

NF – De hecho, usted está ocupando un terreno que no es suyo.



Y así empezó el proceso de enajenación de su terreno. Poco tiempo pasó hasta que la vieja huertita fue reemplazada por una plantación de soja y Don Zoilo tuvo que partir hacia la ciudad.

Todo lo que tenía era su ropa, un sombrero viejo de pana, un puñal, una yegua alazana, un san pedro y algunas semillas al reverendo pedo.

Galopó sobre su yegua hasta la Gran Ciudad y se encontró con que no entendía nada. Su vida llana, tranquila y sin rodeos era casi del todo incompatible con el ajetreo constante, la burocracia y el estrés de la urbe. Zoilo era el refrito del cabecita negra que migra de la provincia a la capital.



Alguien – ¡Corré más rápido, cowboy!



Le dieron ganas de sacar el puñal de su vaina, pero ya tenía malas experiencias con abogados como para cometer un crimen en plena metrópoli.



ZMB – ¡Intente atropellarme, don; lindo le va a quedar el auto!

Alguien – ¡No me desafiés, que estoy en una 4 x 4!

ZMB – Una uña mía es más dura que ese paragolpe de plástico; yo no me haría tanto el hombre si estuviera en ese juguete.



Tal y como dijo Zoilo, la camioneta lo chocó y quedó hecha un amasijo hecho de piedras y tendones, un objeto inútil sobre el asfalto.



ZMB – Meh... camionetas eran las de antes...



Don zoilo siguió andando tranquilamente sobre su yegua...



Alguien – ¡Hey! ¡Tenemos que pasarnos el seguro!



...sin darle bola alguna al chofer furtivo. Llegó así al centro de la ciudad y se encontró con una música extraña.

Tan atractiva que Zoilo levantó sus cejas tan fuerte que su sombrero de pana voló por los aires. El cielo se había convertido en un surtido de objetos voladores por culpa de aquella música extraordinaria. En esa especie de ensalada de sombreros, pelucas, vinchas y piojos, un monóculo cayó sobre el ojo derecho de Zoilo.



ZMB – Pero... ¿qué carajo es esto?



Zoilo notó que su ojo derecho empezaba a acomodarse al mundo de una manera muy particular... desde donde estaba, podía ver con lujo de detalle cómo una atractiva joven estudiante tomaba sol sin corpiño en la terraza de su edificio.



ZMB – ¡Santa industria láctea! ¡Esa muchacha no se ha cubierto las ubres! Pero qué bárbaro... desde acá puedo ver hasta el... ¿esos dos están haciendo un hijo?



Poco a poco, Don Zoilo se fue convirtiendo en un viejo chusma, una mezcla entre el Gran Hermano , y un panóptico. Pero aún no tenía techo, dinero ni comida, por lo que se fue del centro de la ciudad.

Vagó por horas buscando un refugio hasta que encontró un terreno vacío en la esquina de Duarte Quirós y Colón y se afincó. La barriga le rugió como el león de la Metro Goldwin Meyer, por lo que se vio obligado a procurarse algún tipo de alimento. Divisó, no muy lejos de ahí, una rata muy bien alimentada y le tiró una piedra que la dejó fuera de combate. Preparó el fuego, y al buche...



ZMB – Meh... cómo se nota que las ratas de acá de alimentan con porquerías...



Sin embargo, el rústico platillo resultaba casi tan apetecible como el mejor de los asados... a tal punto que un tipo, que viajaba en un auto más exclusivo que la ropa interior de Luis Miguel, se detuvo frente al pequeño e improvisado camping.



AA – Che, ¿sabés cómo llegar a Los Silencios?

ZMB – Pues sí, hombre; tiene que cruzar toda la ciudad y, ¿ve ese letrero que dice “Karina, volvé, ya limpié el baño”?

AA – No, che, no llego a ver hasta allá.

ZMB – Bueno, cuando lo vea, dobla a la izquierda y le da derecho.

AA – Gracias; por cierto, ¿qué es ese olorcito a asado que me está distrayendo?

ZMB – Ah, es un bichito que tiré a la parrilla, ¿quiere?

AA – Me gustaría. ¿Qué es?

ZMB – Rata. Avíseme si ve una y la cazo.

AA – Aj, pero qué vulgar, para eso me voy a comer a Mark Rónal.

ZMB – Vamo’, no me va a decir que arruga ahora.

AA – ¿Me está diciendo cobarde? ¡Venga ahora mismo ese roedor apestoso! ¿Dónde hay uno?

ZMB – Allá veo uno.

AA – ¿Dónde?

ZMB – ¡Allá! ¿No lo ve? [tira la piedra] Ya lo bajé; ahora vuelvo.



Quince minutos más tarde, volvió Zoilo con la presa.



AA – ¿Hasta dónde te fuiste a buscarlo?

ZMB – Hasta ahicito, nomá... pucha, la gente de la ciudad no puede esperar unos minutos...



El tipo se quedó pensando en la capacidad visual de Zoilo y estaba tan abstraído que no escuchaba lo que el bizarro gourmet le decía.



ZMB – Si no te comés la rata, es mía, ¿eh? Por cierto, ¿cuál es su nombre y qué va a hacer allá en el Silencio?

AA – Soy Adolfo Ascárate y voy a cultivar el terreno.

ZMB – Otro que va a vivir del yuyito … bueno, cómase el bicho antes de que me pique el bagre de nuevo.



Ahora, Adolfo podrá decir que ha probado y le ha gustado... la rata.



ZMB – ¡Eso es un macho!

AA – Oiga, don, ¿usted está sin casa? Podría hacerle una oferta...



Zoilo aceptó la oferta y Adolfo Ascárate invitó un par de pizzas para celebrar. Al parecer, estaba a dieta de roedores.

Como si fuese una ironía de la sociedad, Zoilo volvió a El Silencio, a su viejo campo, a trabajar como cuidador. Donde antes no eran necesarios los papeles ni el dinero, el capitalismo clavó su bandera y convirtió al habitante originario en un asalariado.



AA – Si ves alguna amenaza, ya sabés qué hacer...



Adolfo hizo un gesto cómplice como si fuese un mafioso, pero nunca le dijo realmente lo que tenía que hacer. Al rato, le picó el bagre y, no bien empezó a asar una rata, todos los transeúntes se agolparon para pedirle.



AA – ¡Pero Zoilo! ¿Qué te dije que hicieras?

ZMB – Lo que yo sé hacer...

AA – ¿Y por qué no les pusiste una piedra entre los ojos como a las ratas?

ZMB – Porque no voy a desperdiciar una piedra en algo que no voy a tirar a la parrilla. Miren las locuras que dice este tipo de ciudad...



A Adolfo le dieron unas ganas irrefrenables de ponerle una trompada en la cara, y lo hubiese intentado, ya tenía su brazo atrás del cuerpo, tomado envión para calzarlo, pero el ojo detrás el monóculo de Zoilo amenazaba con predecir sus movimientos...



ZMB – ¿Qué? ¿No me iba a pegar? Si fue tan macho como para comer una rata, bien se puede comer un par de bollos...

AA – Te contraté para que cuidaras el territorio de los intrusos.

ZMB – ¡Haberlo dicho antes! Pero ahora están comiendo, espere que terminen y...

AA – No, pará, pará... se me ocurrió una idea... vamos a cambiar el contrato...



Adolfo Ascárate agarró su celular e intentó llamar a un socio, pero...



AA – Pero, che, uno gasta 3000 mangos en un celular para quedarse sin señal.

ZMB – Hay una antena a treinta kilómetros para allá.



Una semana más tarde, El Silencio estaba sobrepoblado de obreros construyendo.



ZMB – Oiga, ¿no iba a cultivar el suelo?

AA – Cambié de idea.. de pronto me dieron ganas de convertirte en mi socio...

ZMB – ¿No se te ocurrió preguntarme primero?

AA – Ésta es una oferta que no podrás rechazar.



Zoilo recibió un cheque con más ceros que la deuda bancaria que pagamos los argentinos...



ZMB – ¿Y qué hago yo con esto? ¡Es un pedazo de papel tan duro que ni siquiera puedo usarlo para limpiarme el...

AA – Es un cheque, dinero. Quiero que caces y cocines esas ratas deliciosas que hacés.

ZMB – Aaaaaaah, mire uté... ¿y para qué sirve un cheque?



Mientras Adolfo intentaba explicar qué era un cheque, el flamante establecimiento de ratas asadas fue construido.



ZMB – ¿Y cómo es eso de los intereses?

AA – Dejemos eso para algún radioteatro en que tengamos más tiempo.



El negocio fue redondo. Había un camping con cabañas de lujo, para familias de clase media y para gente humilde o jipis, todos separados por muros impenetrables, con guardias de seguridad entrenados por Zoilo, quien les enseñó a tirar pelotitas de goma a más de tres kilómetros de distancia. Como publicidad, usaron facebook, twitter y un programa de televisión conducido por un nutricionista mercenario que ponderaba los beneficios de la carne de rata para bajar de peso, mejorar la circulación, prevenir los infartos, acelerar el tránsito y recibir un aumento de sueldo. En las afueras, tenían un lugar donde dejaban restos de comida para atraer a las ratas; el lugar estaba a como cincuenta kilómetros, pero Zoilo las podía cazar sin ningún problema.



Cliente – Hola, ¿hacen pizza de rata?

ZMB – Rata asada, nomás.

Cliente – ¿No le pueden poner una masa abajo?

ZMB – Si quiere, puede traer la masa y le echamos la rata asada encima.



De pronto, Zoilo se había convertido, sin quererlo y sin darse cuenta, en un verdadero ortiva. Pero nunca pudo superar a su socio en esta materia.



AA – ¡Hey! ¿Vinieron a comer su rata o a usar este restorán de telo? Dejen de chapar, vamos, si ya terminaron su cena, vayan a su casa a seguir los arrumacos o les alquilo una cabaña. Quinientos la noche, con wi-fi incluido. Vamos, vamos, que hay más gente que quiere comer. ¡Zoilo!

ZMB – Diga, don.

AA – Se me ocurrió una idea. ¿Que tal si construimos un hotel alojamiento para los que quieren ponerse romanticones? Ya van como cincuenta parejas que saco...

ZMB – Déle, don; y les llevo el servicio a la habitación...



Pero la prosperidad del negocio no podía ser eterna... cierta noche, escondido en la niebla, Zoilo vio, mientras sazonaba un roedor, cómo Adolfo echaba a patadas a un perro que intentaba comer algo del juntadero de ratas.



ZMB – ¡Oiga! ¿Qué hacía allá pateando al perro?

AA – Lo estaba rajando; por suerte era un perro, nomás. La semana pasada se metió un puma y se me hizo difícil.

ZMB – ¿Y eso por qué?

AA – ¡Porque nos espantan la mercadería, obvio!

ZMB – Los bichos no se tocan por saña, don.

AA – Pero si son carroñeros. Acá, lo que importa, son las ratas.

ZMB – Ratas son lo que sobra, don... no te tiro al asador por no volver a cruzarme con un abogado.

AA – ¿A dónde te vas?

ZMB – A donde no pueda verme, don.



Y así, la última imagen que tuvo Adolfo de su ex socio, don Zoilo Máximo Bellavista, fue su espalda perdiéndose en el infinito horizonte del Silencio.

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