Mutantes – La aventura imponderable

Cuenta la leyenda que detrás de las fábulas y las novelas, hay un hecho real que las motiva. No hay escritura sin respaldo en lo sensible. Cada ser humano es esclavo de sus dichos, y no hay palabra libre de los fantasmas de su esclavo.

No hay creador que no deje traslucir sus defectos en la obra creada, no hay dios capaz de crear la perfección por más omnipotente que se considere.

Y un hombre descubrió la fragilidad de su omnipotencia el día en que mutó.


Hermes Urrutia llevaba veinticinco años de servicio en la policía y sus prejuicios estaban tan arraigados que lo habían llevado a la desesperación. Ya divorciado, con su venidera jubilación se imaginaba proveyendo al mundo de los frutos de su imaginación, pero ése era un plan a largo plazo... mientras tanto, tenía que seguir ejerciendo su oficio.



Hermes – ¡Documento!

Pibe de gorra – No, oficial, no tengo.

Hermes – Ponga las manos contra el móvil.

Pibe de gorra – Eeeh, pero si no estoy haciendo nada.

Hermes – ¡Las manos contra el móvil! ¿No me escucha, acaso?



Todo peatón que lleve una gorra se convierte inmediatamente en un potencial criminal; eso era casi una máxima en su desempeño. Sin embargo, esto no pasaba irreflexivamente por la cabeza de Hermes; con frecuencia, dialogaba con su compañero en el móvil acerca de las implicancias del prejuicio en su trabajo.



Hermes – ¿Sabés qué pasa? El solo hecho de corresponder a un estereotipo de criminal, los convierte en criminales, y nuestro trabajo consiste, básicamente, en responder a ese estereotipo con la criminalización. Y esto hace que las posibilidades de ascenso social de las clases bajas sea muy difícil, ya que un prontuario en el que aparezca alguna reclusión en la cárcel limita mucho las posibilidades laborales. Pero esto no termina ahí, sino que la misma sociedad en la que conviven las personas de clases bajas exige como norma determinadas formas de vestir y de comportarse para poder formar parte de esa comunidad. ¿Me entendés?

Compañero – Ni el más resonante pedo.



Sin otra alternativa para canalizar sus reflexiones, al volver a su casa, a la madrugada, Hermes cambiaba completamente su vestuario, se ponía un gorro rastafari, encendía un cigarrillo de contenido poco legal y se ponía a escribir.



Hermes – [ruido de tecleo] Erina salió de su pueblo acongojada por la pérdida de sus padres. El funeral le resultaba una experiencia intolerable. No les podía decir adiós sabiendo que no obtendría una respuesta. No les podía pedir perdón por sus travesuras, no les podía agradecer por sus cuidados, no los podía retar por sus desaciertos, no podía hablarles sabiendo que no obtendría una respuesta.

Se llevó un pequeño bolso relleno de aire y atravesó el prado caminando hacia las montañas, mientras en su nívea piel una lágrima rebelde y pendenciera dividía su rostro en dos partes.



De pronto, un sobre pasó por debajo de la puerta. Era una notificación de deuda firmada por un abogado llamado José Cuervo. Debía más de cinco mil pesos de una compra que su ex esposa hizo a su nombre por despecho.



Hermes – ¿Quién carajo necesita un...? ¿Qué es esto? ¿80 sesiones de lipoacupuntura? ¡Pero qué pedazo de...!



Cuenta la leyenda que las pasiones extremas son la mejor fuente de inspiración para los artistas.

Y Hermes, se sumergió en su creación...



Hermes – Erina se detuvo frente a la Montaña del Dragón, un territorio prohibido para todos los habitantes del pueblo de Norgill.

Erina – [en tono mitológico] La Cueva del Dragón... No parece tan terrorífica como me decía mi abuelo.



Hermes – Erina entró en la cueva y pronto la luz se convirtió en penumbra. Con los brazos abiertos y caminando con los pies a rastras, fue evitando las irregularidades del suelo.



Erina – Bueno... ahora sí parece un sitio tenebroso, pero aún no encuentro ningún ¡¡¡Aaaah!!! [pausa] Ah... bueno, es sólo un insecto caminando por mi brazo... ¡¡¡Un insecto caminando por mi brazo!!! ¡¡Salí, bicho, salí!!

Jasper – ¡Uaaaah! Auch, eso duele...

Erina – ¡Hey! ¿Qué clase de insecto sos?

Jasper – ¿Insecto? Te voy a dar, insecto [ruge]



Hermes – De pronto, una llamarada hizo visible la profundidad de la cueva y los rostros de Erina y del malinterpretado sujeto.



Erina – ¿Eh? ¿Qué sos?

Jasper – Un oso panda. ¿Qué voy a ser? ¡Un dragón! Estás en la Cueva del Dragón, ¿qué esperabas encontrar? ¿Dinosaurios vivos, como Susana?



Hermes – No, no; como Susana, no. La gente de otros países no lo va a entender.



Jasper – ¿Qué esperabas encontrar? ¿Perros? ¿Gatos? ¿Ornitorrincos?

Erina – ¿Sos un dragón, en serio?

Jasper – Sí, mirá, tengo cola, escupo fuego y hasta bailo la macarena, si querés.



Hermes – [chasquido lingüístico] ¿Desde cuándo los dragones bailan la macarena?



Jasper – Y hasta sé bailar el vals, ¿me permite esta pieza, señorita?

Erina – Eh... pero no hay música... y sos muy pequeño.

Jasper – ¿Pequeño? Mirá que este pequeño te puede prender fuego el vestido, ¿eh?

Erina – No, está bien, gracias. Prefiero seguir vestida.

Jasper – ¿Cómo es tu nombre, jovencita?

Erina – Erina, ¿y el tuyo?

Jasper – Jasper. Vivo acá desde hace dos días.

Erina – ¿Y dónde vivías antes?

Jasper – En un huevo.

Erina – ¿Recién acabás de nacer y ya estás hablando?

Jasper – ¿Qué? ¿Cuánto tardan los humanos en hablar?

Erina – Bastante... puede llevar años. Y hasta hay personas de más de cuarenta que todavía no saben ni hablar.

Jasper – Ufff... ¿Acaso ustedes tienen una especie de problema o qué?

Erina – No, pasa que nosotros no somos criaturas mitológicas...



Hermes – Pero, ¿se puede saber qué carajo estoy escribiendo? [chasquido lingüístico]



Jasper – ¿Cómo es tu nombre, jovencita?

Erina – Erina, ¿y el tuyo?

Jasper – Jasper.

Erina – Es un placer, señor Jasper.

Jasper – El placer es mío, señorita.

Erina – Bueno... me tengo que ir; este lugar no está permitido para nosotros.

Jasper – Está bien, ¿a dónde vamos?

Erina – Me tengo que ir a mi pueblo porque... ¿cómo que vamos?

Jasper – Vamos, te voy a acompañar.

Erina – No, no me podés acompañar; ¿cómo voy a entrar a mi pueblo con un dragón? ¡La gente va a salir corriendo!

Jasper – ¡Qué corran! ¡Va a ser divertido!

Erina – ¡No! ¡No es divertido! No puedo entrar asustando a la gente, así nomás.

Jasper – Bueno, bueno, podemos ir caminando tranquilos, si querés.

Erina – No, no me entendés. No puedo llevar un dragón al pueblo.

Jasper – ¿Por qué no?

Erina – ¡Porque los dragones son malos, incendian las cabañas, y mataron a mis padres!

Jasper – Oh... eh... bueno... ¿fue un dragón el que mató a tus padres?

Erina – Eso me dijeron.

Jasper – ¿Y vos estás segura? Porque, mirame, ¿me ves cara de incendiar cabañas?

Erina – No, bueno... no estoy segura, pero... ¡No sé! ¿Cómo me podés decir que un dragón no mató a mis padres?

Jasper – No sé, pero podríamos averiguarlo.

Erina – ¿Y cómo vamos a averiguarlo?

Jasper – No sé... preguntándole a la gente... si querés, les puedo escupir fuego para que digan la verdad.

Erina – ¡Eso sería torturarlos!

Jasper – Con sólo asustarlos un poco sería...



Hermes – ¡No! ¿Cómo va a recurrir a la tortura? No, este dragón es bueno...



Jasper – No sé... preguntándole a la gente... tenemos que investigar.

Erina – Está bien... pero no bien empieces a asustar a la gente, te traigo de vuelta a la cueva, ¿me entendiste?

Jasper – ¡Sí, mi general!



Hermes – Erina y Jasper fueron al pueblo y se encontraron con que había una cabaña prendiéndose fuego y un pueblerino iracundo gritando...

Pueblerino – ¡¡Un dragón incendió mi casa!! ¡¡Un dragón incendió mi casa!!

Jasper – ¿Pero qué...?

Pueblerino – [interrumpe] ¡¡Un dragón!! ¡¡Ahí está el culpable!!

Erina – ¡Eso no es posible! ¡Él estuvo conmigo todo este tiempo!

Pueblerino – ¿Cómo te atrevés a proteger a un dragón asesino?

Erina – ¡No es asesino! ¡Es un dragón bueno!

Pueblerino – ¡No existen los dragones buenos! ¡Lo voy a matar!

Erina – ¡¡Nooooo!!



Hermes – El pueblerino salio corriendo con un hacha para matar al joven dragón que se defendió escupiendo una gran llamarada.



Pueblerino – ¡¡Aahh!! ¡¡Asesino!! ¡Dragón asesino!

Erina – ¡No es asesino! ¡Vamos, Jasper, este lugar no es seguro!



Hermes – Erina y Jasper se fueron del pueblo corriendo hasta llegar a un prado pacífico, lejos de la ira infundada contra los dragones.



Jasper – Gracias... pero asusté a un pueblerino... adiós.

Erina – ¡No! ¿A dónde vas?

Jasper – A mi cueva. Ahí es donde tengo que estar.

Erina – ¡Vos te quedás acá! No hiciste nada, sólo te defendiste.

Jasper – ¿Querés que me quede?

Erina – Eh... [sin poder reconocer cariño] alguien tiene que prender el fuego para la comida...

Jasper – ¡¡Gracias!!

Erina – ¡Hey! ¡Nadie te dio permiso para dar abrazos de dragón!

Jasper – Bueno, ya traigo comida...



Hermes – Esa noche comieron algunas verduras hervidas gracias a la llamarada de Jasper, y durmieron al lado de una fogata.



Hermes – Y al día siguiente, una brisa empezó a mover los ondulados cabellos de Erina, que le hacían cosquillas en la nariz...



Erina – [con cosquillas] ¡Hm! ¡¡Hmm!!

Jasper – ¿Eh? ¿Qué pasa?

Erina – Nada, sólo tenía cosquillas.

Jasper – Bueno, igual era hora de despertarse. ¿Vamos a investigar el pueblo?

Erina – Pero no puedo llevarte; si te ven, te van a querer matar.

Jasper – Me meto en tu bolso y no salgo hasta que sea necesario.

Erina – Está bien. Pero no salgas hasta que sea necesario, ¿eh?

Jasper – [silencio]

Erina – ¿Jasper?

Jasper – [con voz apagada] ¡Estoy en tu bolso, no puedo hablar!



Hermes – Erina volvió a su pueblo y se encontró con el pueblerino iracundo...



Erina – Hola... ya me deshice del dragón.

Pueblerino – Hola.

Erina – Vine a preguntar cómo sabés que era un dragón el que incendió tu cabaña.

Pueblerino – Porque sólo los dragones incendian cabañas.

Erina – ¿No pudo haber sido por otra razón?

Pueblerino – No, no creo. En toda mi vida, nunca supe de un incendio que no sea provocado por un dragón.

Erina – ¿Y cuántos incendios han sido provocados por un dragón?

Pueblerino – Hasta ahora, dos. El de la casa de tus padres, y éste.

Erina – ¿Y por qué un dragón incendiaría tu casa?

Pueblerino – Porque eso hacen, incendian casas.

Erina – Pero... ¿usted qué tenía en su casa para que alguien quiera incendiarla?

Pueblerino – Nada... sólo estábamos nosotros y mis herramientas de trabajo.

Erina – ¿Y usted de qué trabaja?

Pueblerino – Soy fabricante de armas...

Erina – Ah... entiendo... como mi padre...

Pueblerino – Sí... incluso, si me perdonás, cuando tu padre murió, mi negocio creció mucho, pero veo que no duró...

Erina – Está bien...

Jasper – ¡Ya entendí todo!

Pueblerino – ¿Qué es eso?

Erina – Nada, nada. Hasta luego, gracias.

Pueblerino – Hasta luego.



Hermes – Erina se alejó del pueblerino lo suficiente como para no ser escuchada.



Erina – ¿Qué hacés?

Jasper – Perdón, fue un impulso...

Erina – ¿Qué fue eso que entendiste?

Jasper – Que hay que ir a visitar al Gobernador.

Erina – ¿Por qué?

Jasper – Por que él ha provocado los incendios.



Hermes – Erina y Jasper se fueron a la casa del Gobernador y se encontraron con un gran depósito de armas.



Jasper – Era esperable...

Erina – ¿Qué era esperable?

Jasper – ¡Buen día, Gobernador!

Gobernador – ¿Qué hace un dragón asesino acá? ¡¡Guardias!!

Jasper – ¡¡Llamá a los guardias y te convierto en nuestro almuerzo!!

Gobernador – ¡¡Falsa alarma!!

Erina – ¿Nuestro almuerzo?

Jasper – No digás nada, hacé de cuenta que sos caníbal. ¿Así que querés tener el monopolio de las armas?

Gobernador – ¿¡¡Qué clase de insolencia es ésta!!? ¿Sabe usted, señorita, que puede terminar en prisión por este desacato?

Jasper – ¡Nadie va a terminar en prisión acá! A menos que usted prefiera las rejas a terminar rostizado...

Gobernador – ¿Y con qué pruebas venís a acusarme, lagarto?

Jasper – No necesito pruebas para saber lo que estás haciendo.

Gobernador – ¡Váyanse, entonces, si no pueden acusarme de nada!



Hermes – El pequeño Jasper rugió de una manera desproporcionada con su tamaño. Las paredes temblaron, el techo se resquebrajó y el suelo se convirtió en lava alrededor del Gobernador.



Jasper – ¡¡Te voy a dar clases de respeto, asesino!!

Gobernador – ¿Cómo un dragón tan pequeño...?

Jasper – No hay tamaño ni poder que valga, si la verdad no está en sus manos.

Gobernador – ¿Y qué quiere que haga? ¡Mi gobierno está en ruinas y nuestros vecinos están en guerra! ¡Necesitamos vender armas!

Jasper – ¿Y por ese negocio tiene que morir gente?

Gobernador – ¡Lo que sea necesario para que mi pueblo no sea devorado por la pobreza!

Erina – ¿Tu pueblo? ¿Acaso sos dueño del pueblo, ahora?

Gobernador – ¡Sí, este pueblo es mío, yo lo manejo, yo lo controlo y yo lo he llevado al lugar en el que está!

Erina – Y sin nadie que produzca armas, ¿qué podrán hacer tus ministros? ¿Quién sos vos si tu pueblo entero se prende fuego? ¿Vas a ser el capitán de un naufragio?

Gobernador – ¡¡Voy a ser el Gobernador siempre, y si se hunde este pueblo, yo voy a ser el último en hundirse!!

Erina – Jasper... ¿te acordás de lo que te dije de asustar a los ciudadanos?

Jasper – ¡Por supuesto, señorita!

Erina – Bueno... éste no es un ciudadano...



Hermes – Jasper sopló como sopla un huracán, arrasando con toda la casa del gobernador y con todo rastro de su existencia en el pasado.



Hermes estaba ya cansado, pero la historia estaba lejos de ser terminada cuando se desplomó contra su sillón...



Hermes – Ahora tendrían que salir del lugar hablando de algo, pero...



Erina – ¿Tan chiquito sos y podés tirar tanto fuego?

Jasper – Y vieras de lo que era capaz mi padre...



Hermes – ¡Hey! ¡Salgan de acá! ¡Ustedes son personajes de ficción!

Jasper – ¿Tenés té? Yo caliento el agua...

Erina – A mí me gusta el té de frutas.

Hermes – ¡No! ¡Vuelvan al texto, vuelvan a la ficción!

Erina – Está lindo este lugar, me gusta.



Hermes preparó un té para tres y tuvo que entregar galletitas a sus nuevos invitados.Mientras, Hermes pensaba en la posibilidad de publicar su obra, pero sus deudas lo apuntaban con un arma.



Hermes – Hola, sí. Llamo porque estoy cubierto de deudas, pero tengo algo que les puede interesar...

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