Mutantes – El semiólogo intuitivo

Cuenta la leyenda que la lectura de los signos es una ciencia que requiere que la concentración y el conocimiento vayan a la par. Sólo algunos pocos seres humanos son capaces de relacionar un simple signo con una multiplicidad de posibilidades que determinen una realidad en el pasado, en el presente o en el futuro. Muchos de ellos se dedicaron a la adivinación o al fraude y lucraron con ello...

Pero un hombre ha decidido salir del negocio fraudulento... el día en que mutó.



José Cuervo – Mi nombre es José Cuervo. Hoy cumplo dos meses y más de tres semanas de mi estadía en la cárcel. Terminé acá por fraude, pero en sólo dos días me voy. La estadía en este lugar fue bastante amena, dentro de lo espantoso que es el encierro. Apenas llegué, mi compañero de celda casi me asesina debido al tic nervioso que tengo de sacar la lengua como serpiente a cada rato, pero parece que lo entendió bien cuando me vio sacar la lengua incluso mientras me asfixiaba con la almohada.

Parece un tipo muy sensato e inteligente, más allá del hecho de que asesinó a toda su familia en una cena de Navidad. Su nombre es Anselmo Ciénaga y es la única persona en la cual confío en este lugar.



José Cuervo cerró su cuaderno y notó que su compañero Anselmo lo miraba inquisidoramente.



Anselmo – ¿Escribiste algo sobre mí?

José – Poco. No ando muy inspirado. Me parece que esto de escribir un diario de prisión no fue una idea tan genial como parecía.

Anselmo – Pasa que vos te quedás poco tiempo. Para mí, es una salvación.

José – ¿Y qué te hace pensar que no te vas a poder ir temprano?

Anselmo – Porque recién pagué la mitad de mi condena. Me quedan otros treinta años, fácil.

José – Mirá, yo soy abogado...

Anselmo – ¿Y qué vas a hacer? ¿Comprobar que los cuerpos sobre los que escribí mi nombre con un cuchillo tuvieron un accidente que los hizo caerse sobre una bala?

José – No... pero por buena conducta...

Anselmo – Hace dos meses casi te asesino.

José – Bueno, pero eso se arregla. Si me pongo a hablarle durante un ratito a un juez, se daría cuenta de que mi tic nervioso es peligrosamente irritante.

Anselmo – Bueno, hacé lo que quieras, pero si me tengo que quedar encerrado, no te olvidés de escribirme cuando salgas, ¿eh?

José – Sí, eso no lo olvido.



Después de este emotivo momento, pasaron dos días y José Cuervo recuperó su libertad. Volvió a su estudio, retiró el cartel que decía “cerrado por vacaciones” y se puso a organizar papeles. Tenía sólo un caso en la cabeza: liberar a Anselmo Ciénaga.

Dos días sin dormir, utilizados solamente para ese caso, casi obsesivamente, sirvieron para acumular todos los papeles necesarios para llevar al juez.



José – Buenos días, su señoría.

Su Señoría – Mantantero lirulán, ¿qué pasa?

José – Vengo porque el recluso Anselmo Ciénaga ha demostrado una conducta intachable durante su estadía en la prisión...

Su Señoría – ¿Estadía? Suena como si fuese un spa. Y no me venga a decir lo de conducta intachable, si el tipo quiso ahogarlo a usted con una almohada.

José – Pero eso, debo reconocer, que fue mi culpa, ya que yo provoqué un ataque de ira irrefrenable, debido a mi tic nervioso, el señor Anselmo fue presa de una pasión violenta que, afortunadamente, pudo reprimir. Eso significa que el señor Anselmo no tiene deseos de reincidir.

Su Señoría – Sigue sin convencerme. ¿Y sobre el caso en que abusó del recluso Roberto Rosas?

José – Eso no fue abuso, su señoría. La prueba de ello es que el señor Rosas arrojó su propio jabón al suelo.

Su Señoría – Bueno, ésa la tenías fácil. ¿Y sobre el motín que intentó organizar para escapar junto con otros 19 reclusos?

José – El señor Anselmo no estuvo involucrado con la organización, sino que fue amenazado.

Su Señoría – ¿Cón qué pudo ser amenazado, si Anselmo Ciénaga no tiene familiares ni propiedades que perder?

José – Fue amenazado con la publicación de las fotos de lo que sucedió en el baño con el señor Roberto Rosas.

Su Señoría – ¿Y qué pierde con eso?

José – Sus mil cuatrocientos cincuenta y siete amigos de facebook.

Su Señoría – ¿Y le parece eso una amenaza suficiente como para hacerle participar de un motín en la prisión?

José – Por supuesto. El señor Anselmo, actualmente, lo único que tiene son amigos de Facebook... y unos cuatrocientos seguidores morbosos que quieren conocer la vida de un recluso.

Su Señoría – Está bien. Hasta ahora, todo estaría bien para darle la libertad condicional, pero todavía no entiendo cómo puede ser una pasión violenta el intento de asesinarte sólo por un tic nervioso, además, todavía falta mencionar los episodios en que un guardiacárcel murió en sus brazos, cuando defecó sobre el plato de comida de otro condenado, y cuando le tatuó una A en un círculo a un perro de la policía.

José – Bueno, Anselmo tiene mucha fuerza y necesita tanto de amigos que da abrazos muy fuertes, y además, el guardiacárcel no estaba en forma, deberían hacer ejercicios, un tipo así no puede estar en este lugar. Al menos tuvo una muerte amistosa. Sobre el plato de comida, ¿usted vio los baños de este lugar? El plato de comida era lo más cercano a un baño digno que se puede encontrar en una prisión. Y sobre el perro, ¡vamos! Ese perro es punk, pedía a gritos que le tatúen el símbolo de la anarquía, si orinaba las piernas de los uniformados, ladraba como el Piti Álvarez y mordisqueaba los depósitos de marihuana.

Su Señoría – ¡Bueno, basta ya con eso de sacar la lengua! ¡¡¡Te voy a matar si volvés a...!!!

José – ¿Decía, su señoría?

Su Señoría – Concedida la libertad condicional para Anselmo Ciénaga.



Op.: 04 Calle emotiva



José Cuervo se fue a buscar a su compañero de celda a la puerta de la prisión. En un emotivo abrazo que lindaba entre la salida del closet y el homicidio por fracturas múltiples de costillas, Anselmo Ciénaga le agradeció su trabajo.



Anselmo – Gracias, che. ¿Cómo te puedo agradecer esto?

José – Generalmente, les pido a mis clientes que me paguen, pero como vos estás más seco que un charqui de babosa, podrías trabajar conmigo.

Anselmo – ¿Y qué tengo que hacer?

José – No sé... ya se me va a ocurrir algo.



José Cuervo pensaba seriamente en la posibilidad de hacerlo pasar por accidentado para sacarles dinero a las empresas de seguro. De hecho, estaba midiendo la velocidad a la que iban los autos por la avenida Pueyrredón cuando, de pronto, en un pasaje, vieron un cuerpo tirado en el piso con una herida en el pecho.



José – Che, ¿tenés idea de qué pasó acá?

Anselmo – Por lo que veo, este tipo se suicidó.

José – ¿Cómo? Tiene una herida en el pecho, pero no está el arma en ningún lado.

Anselmo – No está porque algún rata se la llevó. Fijate, la herida era prolija, pero acá está desgarrada. Alguien se llevó el arma sin importarle la posibilidad de ser inculpado por esto.

José – ¿Y por qué se la habrá llevado?

Anselmo – Por lo que veo, probablemente se la llevó para cortar una empanada.

José – ¿Cómo podés saber eso?

Anselmo – Porque ahí al frente hay un local que hace unas empanadas fritas muy buenas, pero los tipos las calientan en microondas y quedan hirviendo, entonces hay que partirlas al medio para enfriarlas un poco para que sean comestibles.



De repente, un policía y un fiscal llegaron al lugar y empezaron a molestar...



Fiscal – ¿Ustedes son testigos?

José – No.

Anselmo – No, pero sé lo que pasó.

Fiscal – ¿Cómo sabés qué pasó?

Anselmo – Fácil. Mirá, te explico...



Anselmo Ciénaga le contó toda su pesquisa mientras el policía buscaba cómo mejorar su salario.



Yuta – ¿Y usted qué hace acá?

José – Yo estoy acompañando a mi amigo Anselmo para ponernos a estudiar.

Yuta – Ajá. ¿Fumás marihuana?

José – No.

Yuta – A ver, dejame ver ese bolso.

José – No..

Yuta – Tenés que dejarme ver ese bolso.

José – No.

Yuta – Me vas a tener que acompañar.

José – No.

Yuta – No te estoy preguntando. Vamos, al móvil.

José – Mirá, no tengo tiempo. Si querés, podés ir a buscarme en mi estudio, acá te dejo mi tarjeta.

Yuta – [cínicamente] ¡Ah, sos abogado!

José – [amenazante] Sí, soy abogado, y hace mucho que no visito el tribunal de conducta, los extraño bastante, a los pibes...

Yuta – [mansito] Eh... bueno, si querés, andá a visitarlos; mandales saludos de mi parte. Todo bien.



Mientras tanto, Anselmo y el fiscal se divertían con la escena...



Fiscal – Bueno, muchas gracias por la información. ¿Sabés dónde puedo ir a buscar al rata que se llevó el cuchillo?

Anselmo – Seguramente está en el baldío, acá, atrás de la Vélez Sársfield. Pero no le van a hacer nada, ¿no?

Fiscal – No, no te preocupés. Sólo le vamos a sacar el cuchillo.

Anselmo – Bueno, pero denle un cuchillo común a cambio, así puede comer tranquilo.

Fiscal – Bueno, hasta luego.



El fiscal se retiró y se quedaron algunos policías vallando la escena. Por otro lado, José Cuervo y Anselmo Ciénaga se fueron al estudio.



Un café que luego derivó en un brandy con hielo, fue el motivo del dialogo.



José – ¿De dónde sacaste esa ciencia para saber las cosas?

Anselmo – Qué se yo... de la calle... tiempo atrás conocí un tipo que veía una barbaridad y era capaz de cazar un bicho con una piedra a kilómetros de distancia. No sé, capaz que era contagioso.

José – Ahora estoy más seguro que nunca. Quiero que trabajemos juntos.

Anselmo – ¿Y qué tengo que hacer?

José – Eso que hacés. Saber las cosas.

Anselmo – Pero, acordate de que yo asesiné a mi familia...

José – ¿Te arrepentís de haberlo hecho?

Anselmo – No, eran una bosta de gente.

José – Bueno, entonces está bien.

Anselmo – ¿Cómo que está bien?

José – Y sí, al menos sos honesto. Si alguien me dice que se arrepiente, no le creo, así que vos sos honesto.

Anselmo – Por lo que veo, vos no.

José – Por algo nos conocimos en prisión.

Anselmo – Claro. ¿Cuál será mi próximo trabajo?

José – Lo veremos mañana...



Al día siguiente, José y Anselmo recibieron un caso de robo en un colectivo.



José – Mi cliente, Johnathan García, está acusado de haber robado un maletín con noventa mil dólares en este colectivo; ¿qué opinás?

Anselmo – Que tuviste una suerte monumental, porque tu cliente es inocente.

José – Pero, ¿cómo hago para comprobarlo? Mi cliente tiene más antecedentes de robo que de relaciones sexuales.

Anselmo – Mirá. ¿el Johny estaba sentado acá?

José – Sí.

Anselmo – Mirá, todavía están marcadas sus nalgas, eso significa que tu cliente se levantó del asiento mucho después de que el maletín fue robado. Y te recomiendo que traigas al fiscal cuanto antes.

José – ¿Para que pueda ver esto?

Anselmo – No, esto va a durar unos minutos más, pero hay otra pista que sólo va a seguir acá durante un minuto.

José – Ya lo traigo. ¡Fiscal!

Anselmo – No grités, que borrás la pista.

Fiscal – Sí, ¿qué pasa?

José – Tenemos la prueba contundente de que mi cliente no robó el maletín.

Fiscal – ¿Cuál es?

Anselmo – El Johny, hoy comió repollitos de Bruselas; lo sé porque lo publicó en el facebook, y lo tengo como contacto. Y acá está la consecuencia, respirá fuerte.

Fiscal – Uh, pero qué hijo de...

Anselmo – ¿Viste?

Fiscal – Bueno, pero eso no es suficiente.

Anselmo – Además, acá están marcadas sus nalgas; como verá, las marcas son del talle de su trasero.

Fiscal – Pero, ¿cómo puede saber cómo es el talle de su trasero?

Anselmo – Sáquele una foto o mídalo, si quiere, ése no es mi problema.

José – En serio, ¿cómo sabés el talle de su trasero?

Anselmo – Porque yo trabajaba antes en una feria de ropa, y el Johny siempre iba a comprar pantalones.

José – Ah, bueno. Como sea, gracias, esto nos va a servir de mucho.



El caso fue todo un éxito para este nuevo equipo que se había formado, pero pronto se encontraron con su caso más difícil...



José – José Cuervo, abogado penalista...

Mujer – Hola. Llamo porque me quiero divorciar.

José – Me parece una sabia decisión, ¿cuál es la razón?

Mujer – Porque mi marido me pone los cuernos.

José – ¿Y cómo lo sabe usted?

Mujer – Porque siempre llega tarde, cansado y con olor a perfume barato de mujer.

José – ¿Y tiene idea de con quién le está siendo infiel? ¿Alguna prueba de ello?

Mujer – No, sólo eso...

José – Bueno, investigaremos. Le voy a pedir sus datos...



El ave de rapiña anotó los datos de su nueva clienta y se los pasó a su compañero de trabajo...



José – Fijate qué podés hacer...

Anselmo – Bueno, esto parece fácil... Vamos a buscarlo. Por lo que dijo, tenemos que ir por estas calles, mirá...



Anselmo Ciénaga le explicó el recorrido que tenían que hacer y salieron a transitar las calles...



José – Che, ¿pero estás seguro? Estos tugurios son un poco...

Anselmo – Sí, pero si la mujer dijo que el perfume era barato, éstos son los únicos bulos que son lo suficientemente caros como para que las chicas usen perfume.

José – Pero el tipo no tiene un trabajo muy redituable como para venir acá.

Anselmo – Trabaja en una industria; ahí no hay mujeres. La única forma de que consiga chicas, es acá o por teléfono. Y, por lo que me dijiste, el tipo prefiere calidad a privacidad, por lo que no va a pagar un hotel para esto... así se ahorra unos pesos.

Fiolo – Hola, che, ¿querés una chica?

Anselmo – Por ahora, quiero un whisky. Con un hielo, nomás.

Fiolo – ¿Cuál querés?

Anselmo – Ése de la esquina; no lo probé nunca.

Fiolo – Ah, ¿querés catar whisky? Mirá, tengo éste que recién me lo traen de Irlanda. No se consigue acá. Está a cien pe la medida, pero por ser nuevo y tener cara de piola, te lo hago a ochenta. ¿Te cabe?

Anselmo – Dale.

Fiolo – ¿Tu amigo quiere algo?

José – Un whisky barato, nomás... no soy tan exquisito.

Fiolo – Meh, ¿venís a que tu amigo tenga su primera vez?

José – Eh, ¿qué te pasa?

Anselmo – Shhhhhhh, callate. Sí, por eso está medio nervioso.

Fiolo – Bueno, me voy a poner a atender a ese otro que viene, que parece que está interesado en la Gringa Yohanna; me quedaría con ustedes, pero... no gano plata charlando, ¿me entendés?

Anselmo – Vaya nomás...

José – [en secreto] Che, ése es el marido de la clienta.

Anselmo – Sacále una foto.

Fiolo – ¡Eh, no se puede sacar fotos acá!

José – Ya lo tenemos.

Fiolo – ¡¡Eh, vení para acá!

Anselmo – ¡Hasta luego, ha sido un placer!

Fiolo – ¡¡Pagame el whisky, al menos!!



La fotografía demostraba sin lugar a dudas una relación extramatrimonial que autorizaba a la clienta a divorciarse y llevarse una buena cantidad de bienes de su marido... sin embargo...



Mujer – Disculpe, señor Cuervo, pero... estuve pensando... y no sé si quisiera divorciarme del Rolo... lo que pasa es que... por más que esté con otras, yo lo quiero, ¿me entiende?

José – No. Yo creo que usted debería divorciarse.

Mujer – ¿Le parece? Mire, no quiero parecer indecisa, pero la verdad que no quiero perderlo...

José – Mire, yo tengo acá una foto que es la prueba fehaciente de que su marido le ha sido infiel.

Mujer – Bueno, destrúyala... no me interesa ni quiero verla.

José – [irritado] Mire, señora. Yo gasté tiempo y dinero para conseguirle su maldita prueba. Saqué la foto con una cámara analógica porque si no, la corte no la acepta. ¿Y sabe usted al precio que están los rollos de fotos? Y encima, ahora, por su culpa, no puedo entrar más al bulo donde estaba su marido por haber sacado la foto.

Mujer – ¿¿¿Qué??? ¿Estaba en un bulo? Nooo, esto no puede ser. Yo puedo tolerar que me sea infiel, pero, ¿pagando? ¿Dilapidando nuestro dinero? Mire, haga ahora mismo los papeles del divorcio, que lo llevo al Rolo de las orejas para allá.



Y así, una historia de amor ha concluido... y el abogado y su compañero fueron felices con su dinero.

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