Mutantes – El cuento feérico

Cuenta la leyenda que los niños son capaces de dar vida ante la ausencia de otro ser para interactuar. Así como, ante la necesidad, un náufrago fue capaz de hablar con una pelota u otro con un tigre imaginario, las creaciones comienzan a adoptar características propias y reaccionan a estímulos de manera diferenciada y opositiva con su creador. De esta manera, los primeros humanos le respondieron a Jehová con un pecado, pero siempre dentro de un guión que los preexistía.

Sin embargo, un peluche se escapó de esta biblia semi-controlada... el día en que mutó.



Adán es un tiranosaurio de peluche que iba siempre de la mano de su amigo humano, llamado Braulio. Cada tanto, jugaban a la play juntos, pero Adán siempre estaba desventaja porque sus brazos cortos de tiranosaurio le impedían agarrar bien el control. Por esta razón, cuando tenían que decidir sobre qué jugar, hacían un “piedra, papel, tijera” y el que ganaba, decidía.



Adán y Braulio – Piedra, papel, tijera.

Adán – ¡Gané!

Braulio – Bueno, ¿a qué querés jugar, Adán?

Adán – Vamos al subibaja de la plaza, porque en la play siempre hacés trampa.

Braulio – Bueno, dale. Vamos a decirle a mamá. ¡Mamá!

Mamá – ¿Qué querés, Braulio?

Braulio – Vamos a la plaza al subibaja con Adán.

Mamá – Bueno, pero tengan cuidado al cruzar la calle.

Braulio – Sí, mamá. ¡Chau!



Adán y Braulio se fueron a la plaza y, subidos en el subibaja saltaron y gritaron hasta que el universo los escuchó colmado de envidia. Y como la envidia, en los universos metafísicos, se traduce en acciones negativas, mientras Adán y Braulio cruzaban la calle para volver a su casa...



Un colectivo que andaba a una velocidad ridículamente lenta golpeó el bracito izquierdo del pequeño dinosaurio.



Adán – ¡Eh, bestia! ¡Te voy a demandar!

Olegario – Disculpe, señor tiranosaurio de peluche, no fue mi intención; verá que ando a una velocidad ridículamente lenta para evitar todo tipo de problemas. Vaya inmediatamente a un hospital para que lo cosan y hable con el seguro, que se hará cargo de todos los gastos.

Adán – Más le conviene, ¿eh?

Olegario – Acá tiene para un taxi, así llega más rápido, y algo más, por si quiere comer algo. Por favor, no se coma al taxista.

Adán – ¿Qué te creés que soy? ¡Yo soy un tiranosaurio civilizado! Yo usaba cubiertos antes de que los humanos existieran, ¿sabés? Andá, volvé al bondi antes de que te linchen los pasajeros. Vamos, Braulio.



De repente, mientras Adán y Braulio esperaban el taxi, un señor de traje apareció y dijo:



Carancho – Hola, ví lo que pasó y me parece que van a necesitar de mi ayuda. Mucho gusto, soy José Cuervo, abogado.

Adán – Menos mal que dijiste “abogado”, pensé que ibas a decir “tequila”. ¿Qué querés?

Carancho – Me parece que usted puede sacarle provecho a este accidente...

Adán – No me interesa. Quiero que me cosan el brazo y estar sanito. Y si pueden, que me pongan brazos más largos, así puedo ganarle a éste en el mortal kombat.

Carancho – Pero usted no entiende, estoy hablando de mucho dinero...

Adán – No moleste, cuervo, que no tengo tiempo, se me escapa el relleno. ¡Taxi!

Carancho – ¡Pero usted no puede dejar pasar esta oportunidad! Mire; las empresas de seguros siempre...

Adán – ¿Qué hace arriba del taxi?

Carancho – ¿Qué esperaba? ¿Que lo iba a dejar solo en una situación así? Yo me estoy preocupando por su bienestar...

Adán – ¡Bajate de acá, buitre!

Carancho – Bueh... usted se lo pierde...



Doctor – Buen día.

Adán – Hola, vengo porque tengo el brazo descosido.

Doctor – Hmmm... bueno, esto no parece algo muy grave, pero tendré que hacerle entre diez y quince puntos de sutura.

Adán – Y ya que estamos, ¿no me podría alargar los brazos?

Doctor – Me temo que no podemos hacer eso, ya que eso dejaría de ser una cirujía reconstructiva.

Adán – No se preocupe por eso, que lo paga el seguro. Me chocó un colectivo.

Doctor – Bueno, entonces podríamos hacerlo, pero va a llevar más tiempo, ya que tenemos que conseguir donantes de relleno y eso no es fácil, ya que usted tiene tiene RH Peluchivo, el cual es muy difícil de conseguir en estos tiempos en que todos los juguetes son de material sintético.

Adán – No hay problema, tengo paciencia; todo sea por mi salud, ¿no?



El tiranosaurio Adán estuvo internado tres días hasta que apareció un donante de relleno y fue llevado al quirófano.



Doctor – Peluche...

Enfermero – Peluche.

Doctor – Aguja...

Enfermero – Aguja.

Doctor – Hilo...

Enfermero – Hilo.

Doctor – ¿Qué es esto?

Enfermero – El hilo...

Doctor – ¡Pero les dije claramente que me trajeran hilo verde cretácico, y esto es verde jurásico!

Enfermero – Es lo mismo, doctor.

Doctor – ¿Cómo que es lo mismo? ¿A usted le gustaría que le transplanten un pulmón con cien millones de años de antigüedad? ¡Tráigame hilo cretácico ahora antes de que el peluche se desparrame por todo el quirófano!

Enfermero – ¡Pero doctor, en Jurasic Park había tiranosaurios!

Doctor – ¿Acaso usted se cree todo lo que le dicen las películas? ¿Entonces Leonardo Di Caprio se murió en el naufragio del Titanic?

Enfermero – Está bien, ya se lo traigo...

Doctor – Por qué me pasa esto siempre a mí...

Enfermero – Aquí tiene, hilo verde cretácico.

Doctor – Al fin...



Finalmente, la operación fue todo un éxito. El tiranosaurio Adán estaba recostado en una camilla leyendo una revista Condorito cuando el doctor apareció.



Doctor – ¿Cómo están tus brazos nuevos?

Adán – Como nuevos, muchas gracias, doctor.

Doctor – Trate de no practicar boxeo por dos meses, por las dudas. Pero dentro de unas horas ya podrá jugar con su amigo.

Adán – Por cierto, ¿dónde está Braulio?

Doctor – Se quedó en su casa. Lo llamaremos cuando te demos el alta, dentro de dos horas.

Adán – Está bien.



El doctor se retiró, pero la soledad del pequeño antediluviano no duró mucho tiempo, ya que apareció un desconocido vestido de traje.



Seguro – Buen día.

Adán – ¿A qué viene usted? No tengo ganas de escuchar predicadores.

Seguro – No, vengo a avisarle que usted está acusado de fraude.

Adán – ¿Por qué fraude?

Seguro – Porque según nuestras investigaciones, usted ha simulado un accidente para cobrar el seguro. Tenemos identificado al abogado suyo y sabemos de sus antecedentes como carancho.

Adán – Yo no tengo ningún abogado. Eso es todo verso, le vendieron un buzón.

Seguro – La citación a la corte es dentro de dos meses. Aquí tiene la notificación.

Adán – ¡Jah! No te reviento a piñas porque el doctor me dijo que no practicara boxeo por un tiempo, pero no sé el humor que voy a tener en la corte...



Y así, el sicario del seguro se retiró de la habitación del hospital con un poco de popó pesando sobre su ropa interior.



Adán volvió a su casa con su amigo Braulio y pronto se pusieron a jugar juntos...



Braulio – ¡Tomá!

Adán – ¡Ah, bueno! ¿Estuviste practicando en el hospital?

Braulio – No, che, pasa que me alargaron los brazos, así que ahora puedo jugar más cómodo.

Adán – Qué bueno, ya me había cansado de ganarte...

Braulio – ¡Y ahora te vas a cansar de perder!

Adán – ¡Eh, pará!

Braulio – Che, necesito un abogado.

Adán – ¿Qué? ¡Hey! ¡Estás haciendo trampa!

Braulio – No te distraigas, estamos hablando, pero seguimos jugando.

Adán – ¿Y para qué necesitás un abogado?

Braulio – Porque los del seguro del colectivo me acusan de fraude.

Adán – Tendríamos que haber arreglado con el carancho...

Braulio – Creo que el mismo carancho despechado es el que me mandó al frente...

Adán – ¿Y qué hacemos?

Braulio – Hay que buscar testigos...

Adán – ¿Y dónde los vamos a conseguir? Ya pasó como una semana...

Braulio – Tengo una idea...



Juez – Se da inicio a la sesión por el caso del Tiranosaurio Adán, acusado de fraude contra la compañía de seguros El Colectivo Feliz. Expone la parte demandante.



Seguro – El joven aquí presente, conocido como “el tiranosaurio” Adán, ha simulado un accidente de tránsito para cobrar el seguro de manera ilegítima, lo cual es perjudicial para nuestra honesta empresa y contrario a los valores morales y las buenas costumbres de nuestra sociedad.

Juez – Bien. Es el turno de la parte demandada.

Adán – ¿Puedo boxearlo?

Juez – No.

Adán – Bueno. Ante todos ustedes voy a demostrar que nunca tuve ningún tipo de intención de fraguar un accidente. O sea, no soy tan idiota como para arriesgarme a terminar aplastado sólo para cobrar un par de pesos.

Juez – En la presentación de pruebas, me han traído el testimonio de que el colectivo iba a una velocidad tan ridículamente lenta que era casi imposible que ocurra un accidente. ¿Qué tiene el acusado para responder a este hecho?

Adán – Bueno, es simple. Yo iba acompañando de la mano a mi amigo Braulio cuando cruzábamos la calle. Y como usted sabrá, los niños no acostumbran mirar hacia ambos lados antes de cruzar, por lo que yo, para resguardar la seguridad de mi amigo, lo empujé y quedé enfrente del colectivo, que llegó a frenar lo suficientemente rápido como para que el accidente no fuese peor.

Juez – ¿Es cierto esto, señor Braulio?

Braulio – Sí, su señoría. Es completamente cierto.

Seguro – ¡Objeción! El testigo no ha jurado decir la verdad.

Juez – Ha lugar. Señor Braulio, ¿jura sobre este libro de El Principito decir la verdad, solamente la verdad y nada más que la verdad?

Braulio – Sí, juro.

Juez – Bien; ¿es cierto lo que dijo “el tiranosaurio” Adán?

Braulio – Sí, su señoría.

Juez – ¿Conforme, señor sicario de la compañía de seguros?

Seguro – Sí, su señoría.

Juez – Bien, entonces deje de joder. Hemos convocado al testigo José Cuervo, abogado.

Carancho – Buenos días, su señoría.

Juez – Mantantero lirulán. Menos formalidades y vamos al grano, que se me acaba el tiempo del estacionamiento.

Carancho – Inmediatamente después del accidente, este dinosaurio se me acercó para pedirme que haga una demanda para cobrar el seguro.

Juez – ¿Es esto cierto, señor Adán?

Adán – ¡Para nada, su señoría! ¿Puedo boxear al carancho?

Juez – No. ¿Tiene cómo comprobar la falsedad de este testimonio?

Adán – Por supuesto, su señoría. Para eso llamé como testigo al colectivero, Olegario Sorriso.

Seguro – ¡Pero...! ¿Cómo hizo para contactar con el colectivero? ¡Esto es imposible! ¡Objeción! ¡Este testigo es falso! ¡Después del accidente, el dinosaurio fue inmediatamente al hospital!

Juez – ¡Orden en la sala! Señor tiranosaurio Adán, ¿cómo consiguió contactar con el colectivero?

Adán – Fácil; el colectivo iba tan ridículamente lento que, poco antes de este jucio, todavía no había llegado a su última parada.

Juez – Bien. ¿Le satisface esta explicación, señor?

Seguro – No, pero prosiga.

Juez – Caprichoso... Señor Olegario, ¿usted fue testigo del diálogo que tuvieron el tiranosaurio Adán con el carancho, digo, abogado, José Cuervo?

Olegario – Sí, yo lo ví todo. De hecho, ví cómo el señor tiranosaurio Adán le dijo repetidas veces que no quería tener ningún negocio con él, por lo que José Cuervo, embriagado de ambición, se subió al taxi que iba a llevar al hospital al dinosaurio accidentado. Finalmente, Adán lo echó del taxi y el carancho llamó a alguien por celular para hablar sobre un fraude.



[el jurado hace escándalo]



Seguro – ¡Esto es mentira!

Carancho – ¡Mentira! ¡Todo lo que dice este tipo es mentira!

Juez – ¡Orden en la sala! Haremos un receso de cinco minutos y volveremos para dictar la resolución final. Ni un segundo más, porque el estacionamiento me va a cobrar el doble y todavía no cobré mis honorarios.



Al retirarse el juez, el sicario del seguro se acercó al tiranosaurio Adán y le hizo una propuesta imposible de rechazar...



Seguro – Che... mirá, podemos negociar esto... ¿qué te parece esta suma de dinero?

Adán – Eh... le faltan ceros...

Seguro – Sos buen negociante, ¿eh? ¿Qué tal así?

Adán – Le siguen faltando ceros...

Seguro – Bueno... ¿qué tal así? Y mirá que me estás asaltando a mano armada...

Adán – Hmmm... ¿Qué te parece, Braulio?

Braulio – Hmmm... me parece... ¡que le faltan ceros!

Seguro – ¡¿Acaso ustedes no saben negociar?! ¿Tienen idea de la suma que les estoy ofreciendo?

Adán – De hecho, desde hace dos ceros que no sabemos qué podemos comprar...

Braulio – Soy un niño de tres años; recién aprendo a contar hasta cien.

Seguro – Entonces... ¿qué tal si arreglamos con cien?

Adán – ¡Ja, jah! Muy lindo, muy lindo, pero no.

Seguro – ¡Cómo se nota que no sabés nada de...!

Juez – ¡Orden en la sala! ¿El jurado ya tiene su veredicto?

Miembro del jurado – Sí, su señoría.

Juez – ¿Cuál es el veredicto?

Jurado [muchos] – ¡Inocente! [revuelo]

Juez – ¡Orden en la sala! ¡Orden en la sala!

Adán – ¡Su señoría!

Juez – Sí, pequeño lagarto.

Adán – ¿Puedo boxear a los garcas estos?

Juez – Sí, ahora sí.



El tiranosaurio Adán fue absuelto de todo cargo y el seguro debió pagarle la operación, una indemnización y el chofer del colectivo siguió trabajando porque se demostró que no había forma de que sea su culpa, porque manejaba a una velocidad ridículamente lenta. Por otra parte, al carancho y al sicario del seguro, los llevaron presos.

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