Mutantes – 14to devenir – El pacto diabólico

Cuenta la leyenda que la música es el eco del paisaje que lo inspiró, una fractura del lenguaje, un recuerdo de los orígenes.

Pero un joven fue capaz de crear sus propios inicios... el día en que mutó.


Juan Pérez tenía unos treinta y chirola, trabajaba en una industria y acostumbraba tomar una cerveza bien helada mientras veía fútbol por las noches. No odía ser más Juan Pérez porque excedería el estereotipo.

Su trabajo rutinario soldando autopartes le estaba dejando la vista a la miseria, pero poco le hacía falta, ya que era capaz de soldarle una sonrisa a la mujer urbana con los ojos cerrados.

Pero un viernes, Juan Pérez se encontró con una cruda realidad que desvastó su rutina... un discurso político por cadena de más de una hora interrumpió el fútbol y no le quedó otra que buscar algo para pasar el tiempo...



Salió a caminar por la calle y llegó a una esquina en la que un malabarista descuellaba a todos los espectadores. Cada clava que volaba a más de cinco metros provocaba graves afecciones cervicales en las personas. Pero Juan no se conformaba con mirar al cielo como delirante buscador de OVNIs, además, no veía casi nada, excepto un objeto brillante a sus pies...



Negro – ¿Qué lo qué esto?



Se agachó para recogerlo y era una armónica. A juzgar por su olor, había sido usada por alguien que había comido empanadas árabes, pero poco le importó.



Negro – A ver cómo suena... [prueba la armónica]



De pronto, el malabarista, que había parado a descansar hasta que el semáforo volviese a detener el tráfico, como todo buen jipi, dijo:



IV – Che, tocate algo.

Negro – Nah, si no tengo idea.

IV – Qué va, seguro que la tenés re clara. Dale.

Negro – Y bueh...



[Negro: toca un blues que suena a un tren.]



De pronto, las imágenes empezaron a invadir el pensamiento de los peatones. Una estación de trenes, alguien que grita...



Boletero – ¡Comodoro Rivadavia!



La locomotora llena de humo el andén repleto de gente saludando a los trabajadores del petróleo. En el viaje, el mate circula de mano en mano mientras un arriesgado grita:



Jugador – Falta envido.

Otro – Quiero, 33. ¡Tomá, ja, ja, jah! ¿Te creíste que me ibas a asustar con ese verso?

Jugador – 33, soy mano.

Otro – No... ¡Pero vos tenés el siete más grande que tu cabeza!



El viaje continúa por horas y se hace largo como para permanecer despierto. Los pasajeros intentan dormir haciendo caso omiso de la vibración de los vagones y del ruido de la locomotora. Finalmente, el tren llegó a destino y los testigos de la música de Juan Péres despertaron de su ensueño.



IV – Che, con tu cara negra, los globos blancos de los ojos y con la armónica brillando en la boca, parecés el frente de un coche fúnebre.



Y así le quedó tatuado un apodo, mientras la gente a su alrededor pedía otra exposición de su talento. Poco a poco, su identidad iba cambiando...



IV – Che, ¿dónde aprendiste eso?

Negro – La verdad... no sé, lo debo llevar en la sangre, porque es la primera vez que agarro la armónica.

IV – ¿Pero qué? ¿Vos naciste en la cuenca del Mississippi o qué onda?

Negro – Y... capaz que me adoptaron, ¿viste?

IV – ¿Cómo te llamás?

Negro – Juan Péres.

IV – Para mí que tu apellido es Johnson, vos sos Robert Johnson Jr.



Las dudas sobre tu origen empezaron a hacer mella en su cuerpo. La piel se le oscureció aún más, los labios se le hincharon y cuando fue a orinar, se encontró con una grata sorpresa.



Negro – ¡Fooooo! ¿Qué pasó acá?



Sus verdaderos genes empezaron a hacerse cada vez más evidentes...



Negro – Bueno, ahora voy a tocar un tema dedicado a una figura política muy grande...



Op.: Silencio



[toca un tema con armónica grave]



De pronto, todas las mentes fueron invadidas por la imagen de un Jorge Lanata pronunciando discursos que rozan entre el humor y lo absurdo, encendiendo un cigarrillo con la colilla del anterior y, de vez en cuando, diciendo algo con fundamento. La gente a su alrededor empezaba a evidenciar un particular compromiso político...



Alguien – No, el problema de las mineras es que son como cuando la cadena del baño no quiere cumplir con su trabajo: el sorete vuelve y vuelve y vuelve...

Alguien 2 – El tema es que no se puede predecir el futuro.

Alguien – ¡Sí se puede! El otro día descubrí una nueva técnica, ideal para el invierno: predecir el futuro a partir de las figuras que dejan los mocos en el pañuelo.

Alguien 2 – ¿Y funciona?

Alguien – Sabía que me ibas a hacer esa pregunta.

Alguien 2 – Foooo, anda de lujo. Ya te voy a pedir que me digas cómo me va a ir en el trabajo el año que viene. Pero, ¿cómo vas a hacer cuando nadie ande resfriado?

Alguien – [chasquido lingüístico] No hay que pensar tanto en el futuro.



En el café de la esquina empezaron los debates acerca de quién tiene razón, si el gobierno, la corpo o los que creen que todos mienten. Pero como las discusiones estaban a punto de ponerse jodidas...



Negro – [deja de tocar] ¡Ew! ¡A ver si dejan de discutir por pavadas!



IV – No te preocupés, son discusiones que nunca van a llegar a nada. ¿O vos te pensás que uno va a cambiar su voto porque su amigo es del otro bando?

Negro – No me preocupa que cambien de opinión, sino que, por no cambiar, recurran a las piñas como forma de argumentar.

IV – Eso pasó de moda... bueno, che, me tengo que ir a casa. Me cansé de hacer malabares y tengo ganas de dormir. Seguí con la armónica.

Negro – Bueno, che, nos vemos.



La noche se tornó cada vez más oscura, una niebla cegó la vista de todos, menos al cara de coche fúnebre, que ya no veía un pomo desde hace rato. Ningún auto transitaba las calles en el cruce de caminos... y de repente, un hombre que hablaba como el Coco Basile apareció:





Mefistófeles – Así que... vos sos Robert Johnson Jr..

Negro – ¿Ah? Y... ponele.

Mefistófeles – ¿Vos sabés dónde está tu viejo ahora?

Negro – Y... capaz que en el cielo, tocando blues.

Mefistófeles – No, papá; tu viejo está en mi pueblo, cantando en un tugurio de mala muerte, a cambio de un par de monedas, con prostitutas y criminales de todo tipo.

Negro – ¿Y por qué no cambian las políticas culturales de tu pueblo?

Mefistófeles – No, gil; tu viejo está en el Infierno.

Negro – ¿Todavía existe ese antro?

Mefistófeles – Obvio, papá; ¿de dónde te creés que vengo?

Negro – ¿Qué se yo? Capaz que te equivocaste de bondi.

Mefistófeles – No, pibe, yo no me equivoco. ¿Querés conocer a tu viejo?

Negro – Sí, dale; si lo ves, decile que venga.

Mefistófeles – No, papá, vos no entendés, tu viejo no puede venir acá.

Negro – Bueno, no es para tanto, yo le pago el taxi.

Mefistófeles – [voz diabólica] ¿Pero vos sos boludo o qué te pasa? Tu viejo está en el Infierno.

Negro – Bueno, tampoco debe ser tan feo el antro, ¿cómo hago para ir?

Mefistófeles – A eso quería llegar... mirá, te puedo ofrecer un contrato...

Negro – No, grcias, ya tengo laburo.

Mefistófeles – Es un contrato para ir al Infierno.

Negro – No, chabón, ya laburo en una industria, ¿para qué voy a trabajar en un antro de mala muerte?

Mefistófeles – ¡Te ofrezco fama!

Negro – Pero, ¿vos viste cómo me escucha la gente? No me hace falta, gracias...

Mefistófeles – ¡Dinero!

Negro – Tengo lo que necesito...

Mefistófeles – ¡Mujeres!

Negro – ¡Apa! ¿Cómo es eso?

Mefistófeles – Groupies, golfas, muchas minitas para tener relaciones sin necesidad de casarte ni tener hijos.

Negro – ¿Van muchas a ese antro?

Mefistófeles – Está lleno... están todas las pecadoras del Pentateuco.

Negro – Ah, no, yo no voy a tocar en un antro para vijos, ya sé que son los que ponen más guita, pero paso. Seguro que el viejo Robert Johnson la debe estar pasando bomba, porque son de su edad, pero a mí no me da. Gracias.

Mefistófeles – ¡Ignorante! No sabés lo que te perdés.

Negro – Ni quiero saberlo, perdete, viejo.



El viejo Mefistófeles desapareció y la niebla se disipó inmediatamente. Los autos volvieron a circular por la calle y el negro cara’e coche fúnebre volvió a su casa a dormir... Al día siguiente, un sábado demasiado invernal, el de piel oscura se despertó al mediodía con la sensación de haber tenido un sueño por demás absurdo.



Negro – ¿Quién se creía ese viejo? ¿El diablo? Ya le voy a enseñar quién es más diablo...



[el negro toca un blues]



Y se fue el negro cara’e coche fúnebre a la esquina, nuevamente, y se sentó a tocar un blues para llamarlo, solamente por curiosidad... los peatones se detenían a escucharlo y se imaginaban en medio de la cuenca del Mississippi, cosechando algodón, mientras el capataz se ufanaba en la abundancia. Grandes cantidades de esclavos negros trabajaban rítmicamente al paso de una música que narraba sus lamentos por la mera portación de piel. Cada tanto, los esclavos se sentaban a descansar, tomar mate y comer una buseca.



Alguien – Che, ¿qué hacemos comiendo buseca en plena cuenca del Mississippi?

Alguien 2 – ¿Y qué me dices tú, que estás cebando mate?



La imaginación de los peatones tenía, evidentemente, algunas limitaciones autóctonas, pero nada quita la esencia del trabajo esclavizante y el lamento que hace eco en la música que sólo fue interrumpida por un insistente Mefistófeles que no quería irse de la ciudad con un pacto firmado.



Mefistófeles – Vas por buen camino. Yo podría mejorar eso.

Negro – ¿Tenés un coro de gospel?

Mefistófeles – No, esos santurrones nunca van al infierno.

Negro – ¿Me conseguís una banda?

Mefistófeles – Tengo a Charlie Parker, a Pappo, a Rodrigo y a tu viejo.

Negro – ¿No tenés a Gilda?

Mefistófeles – No, che... en cualquier momento la declaran santa... la verdad que me siento estafado... pero no quiero hablar de eso. ¿Querés una banda?

Negro – Nah, no me interesa. Si no es con Gilda, no tenés nada para ofrecerme.

Mefistófeles – Te puedo traer a Chuck Berry, a Jim Morrison, a Andrés Calamaro...

Negro – Pero Calamaro está vivo.

Mefistófeles – Meeeeh...

Negro – Igual, no me interesa. Estoy más que bien acá, ¿sabés?

Mefistófeles – ¿No querés recuperar a tu viejo?

Negro – Con lo que me dijiste de cómo es el Infierno ese, seguro que la está pasando bomba, así que no hace falta.

Mefistófeles – Tu viejo no la está pasando bomba, gil, está viviendo en un pantano, como un caimán, cubierto del pecado de la humanidad.

Negro – Entonces, la está viviendo como él decidió vivir, en un pantano, como un caimán, y yo soy un orgulloso hijo de ese caimán [toca su mejor blues]



El negro car’e coche fúnebre tocó ante Mefistófeles su mejor blues, mirándolo fijo y desafiante a los ojos, mientras el demonio pronunciaba palabras ininteligibles en lenguas ancestrales, quejándose de la ineficacia de sus tentaciones... agárrense el izquierdo, por las dudas.



Mefistófeles – ¡Pitufos! ¡Xuxa! ¡Menem!



Pero ninguna maldición pudo interrumpir el camino indestructible de la música que empezaba a transgredir las vivencias de un joven que había recuperado su nacimiento, allá por el año 1937, en la cuenca del Mississippi, lejos de la Cañada que lo escucha tocar, lejos de su padre, el caimán, lejos del infierno que le enseñó la mejor música.

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