Mutantes – 10mo devenir – La gourmet desmembrada

Cuenta la leyenda que, detrás de cada esfuerzo evidente hay una estructura que lo hace todo más fácil. La Gran Ciudad es un compendio de recetas llevadas a cabo, fórmulas pre-escritas para ahorrarles tiempo a los que se hacen llamar artistas.

Pero una mujer consiguió convertir el azar en una nueva forma de germinar rizomas... el día en que mutó.



Aria Lucín había vaciado una semana atrás su blister de antipsicóticos y empezó a flotar por el centro de la ciudad. La Cruz del Sur le decía por dónde tenía que caminar aquella tarde, mientras los semáforos les regalaban luces celestes a los malabaristas.

Aria Lucín había sacado a pasear a su jirafa, llamada Jacinta, quien aún reclamaba su cena al grito de:



Jacinta – Quiero rellenar un vacío existencial.



Por lo que Aria le compró un quilo de vacío y se quedó sin un centavo en el bolsillo. Afortunadamente, aún contaba con dos o tres polillas en su billetera para pagar algún sánguche de miga o corteza para revaciar su propio lleno existencial.



Aria – Hola; ¿tiene una miga de sánguche?

Quiosquero – ¿De verdura o de jamón y queso?

Aria – De verdura. ¿Me alcanza con estas dos polillas?

Quiosquero – ¿No tenés algo más chico? Me quedé sin alas...

Aria – Quedate con el cambio, está bien. Eh... pero... esto tiene huevo, y el huevo no es una verdura...

Quiosquero – Es un huevo de pollo vegano, está todo bien.

Aria – Ah, gracias. Hasta luego.



Aria Lucín siguió caminando mientras Jacinta le explicaba por qué la votación era el último ritual que tenía valor.



Jacinta – Mirá, Aria; antes hacías cola para recibir la hostia. Ahora hacés la cola para meter el sobre. Pero siempre te hicieron la cola porque la cola ya estaba hecha, sólo había que cambiar de sacerdote. Antes era de carne, ahora es de cartón corrugado. Y siempre te hicieron creer que vos decidías, pero nunca lo hiciste.

Aria – Estás delirando, Jacinta. La urna, el sacerdote y Papá Noel son iguales. Nunca nos regalaron nada; siempre fue un negocio a cambio de portarnos bien. ¿Qué es eso?

Jacinta – ¡Un castillo de naipes! ¡Siempre quise estar en un castillo de naipes!

Aria – Vamos adentro. Quién sabe si me descubren princesa, heredera del trono o diosa de la pintura o de la taquigrafía.



En el castillo de naipes, el rey y la reina se casaban y flotaban pétalos de flores, corazones, diamantes, espadas y tréboles.



Aria – Mirá qué hermosos están la reina de espadas y el rey de tréboles. Siempre quise estar en una ceremonia así. Voy a saludarlos.

Jacinta – No, Aria, están celebrando... bueh, ya fue...



Aria se acercó a Julio Faccia, el rey, y le dijo:

Aria – Señor, quiero ser la princesa en este reino. Dígame qué tengo que hacer.



Desconcertado, el rey Julio le respondió, siguiéndole la corriente:



JF – Jovencita, debes demostrar que eres capaz de crear manjares con cualquier elemento que encuentres en este castillo.



Aria – Lo haré, padre mío, por su majestad, por la reina y por ahorrarle el salario de los cocineros; haré todo por vuestro deleite, no hay ley que me detenga.



Aria Lucín salió disparada hacia los pasillos del castillo, buscando materiales para cocinar el mejor manjar jamás probado por la realeza. Era el evento oportuno; en una boda no podía pasar inadvertido su talento culinario recién inventado... pero algo la obstaculizaba...



Aria – Eh... ¿dónde está la cocina?

JF – Al fondo a la izquierda... frente a los baños.

Aria – Gracias. ¡Vamos, Jacinta!

Jacinta – Y bueh...



Aria Lucín se puso manos a la obra, revisando cada uno de los materiales disponibles dentro del castillo.



Aria – Decime, Jacinta, qué ves entre las verduras.

Jacinta – Berenjenas a punto de pasarse.

Aria – Excelente. Tenemos una entrada: escabeche. ¿Qué más?

Jacinta – Hay mucha carne molida, pero no me convence...

Aria – ¿Masa?

Jacinta – No

Aria – No hay harina... ¿papas?

Jacinta – No...

Aria – ¿Alas de murciegalito?

Jacinta – No... y aún así, ¿qué ibas a hacer con eso?

Aria – Cuando consiga, te haré probar mi carbonata a la Ozzie Obsbourne. Pero bueno... tendré que hacer... ¿hay cebollas?

Jacinta – No... pero hay verdeo.

Aria – Sirve... hamburguesas... pero tendría que tener algo de corazón...

Jacinta – ¿Te pusiste sentimental?

Aria – Siempre. Las hamburguesas sin corazón son como Alberdi sin la piojera. Buscame un corazón mientras corto el verdeo.

Jacinta – ¿Y de dónde voy a sacar un corazón?

Aria – No sé, buscá en Alberdi.



La escasez de corazones compungía a la pobre jirafa Jacinta, quien recorría vanamente las calles de Alberdi, donde parecía no haber corazón.



Jacinta – Disculpe, señor. ¿Sabe dónde puedo conseguir un corazón.



Le dijo a un hombre vestido de sobretodo que degustaba un trago oscuro y espumoso, sin obtener respuesta alguna. Sólo obtuvo una tarjeta que decía el precio de sus servicios como detective privado.



Jacinta – Bueno, gracias, señor... pero no tengo dinero para pagarle.



Volvió la jirafa Jacinta al castillo, desahuciada por no haber encontrado el corazón que le pedía su compañera, la futura princesa... pero, de pronto, se encontró con la reina, quien le preguntó misericordiosa.



Selene Bellandare – ¿Qué sucede, Jacinta?

Jacinta – Estoy buscando corazón.

SB – Pero vos... ¿no tenés corazón?

Jacinta – No... yo soy sólo un brazo... y Aria necesita corazón para cocinar hamburguesas.

SB – Entonces, te conseguiré corazones. No le digas nada a mi marido. Corre. Ve a buscar a Aria y dile que tienes tus corazones. Pronto, ella será princesa y vos serás libre.



La jirafa Jacinta corrió hacia la cocina y se encontró con un cuadro desesperante.



Jacinta – ¡Aria, qué hiciste!

Aria – Necesito un corazón.



Aria había abierto su pecho dejando su propio corazón al descubierto... Jacinta se abalanzó sobre ella, cerró los botones de su camisa y le dijo:



Jacinta – Dejá eso ahí dentro, vas a manchar las paredes. Ya conseguí corazones, corazones de Alberdi. Tengo todos los corazones de Alberdi.



Jacinta salió de la cocina sudando frío y se encontró con la reina, quien sostenía un mazo de cartas compuesto sólo de corazones, del as al diez.



SB – Usá los que quieras.

Jacinta – ¡Pero éstas son cartas!

SB – Son todos los corazones de Alberdi.

Jacinta – Como agradecimiento, Aria les dará el mejor banquete que jamás hayan probado...



La jirafa Jacinta entró a la cocina y le dio los corazones a la cocinera, la futura princesa Aria Lucín.



Aria – Gracias, Jacinta. Pronto podrás dejar de ser jirafa.

Jacinta – Me gusta ser jirafa.

Aria – ¿Sí? No te agarra tortícolis cuando vas al cine?

Jacinta – Sólo si me tengo que sentar en la primera fila, por eso siempre vamos temprano, para conseguir los asientos del fondo.

Aria – ¡Ah! ¿Era por eso? Yo pensé que era porque no me gusta que me mire la gente. Mirá, ¿ves cómo los corazones les dan más consistencia a las hamburguesas?

Jacinta – Sí, eh...

Aria – ¿Qué pasa?

Jacinta – Nada...

Aria – Ya abriste la boca, ¿qué pasa?

Jacinta – No eras vegetariana.

Aria – Soy una princesa. Las princesas no somos vegetarianas.

Jacinta – Hora de servir la comida.

Aria – Dale. Ayudame, que me duele un poco el brazo derecho.

Jacinta – Está todo bien, todo va a terminar cuando te coronen como princesa.



Aria y Jacinta sirvieron la comida ante todos los invitados a la boda real. La entrada, el escabeche de berenjena, se convirtió en una ruptura del pudor cortesano y enarboló la bandera de la humanidad lisa y llana.



Cortesano 1 – Jo, jo, jo. Cada vez que me río temo por las personas que respiren cerca.

Cortesano 2 – Jo, jo, jo. Usted se preocupa sólo por lo que fuéramos a decir, pero no podemos hablar mucho sin compartir el mismo aliento...

Cortesano – Jo, jo, jo. Usted siempre tan rebuscado para decir las cosas...



La entrada... entró como un cross a la mandíbula. La corte empezó a rasguñar las paredes solicitando el plato siguiente. ¡A gritos! Exigían la vida después de la muerte después del escabeche, cual almas en pena... cual zombies en busca de un corazón...



Aria – Disculpen la demora, aquí están las hamburguesas...



Cuenta la leyenda que no hay castillo sin hamburguesas...



Aria – Ahora podrán saciar su hambre...



Los cuerpos se abalanzaron desesperados sobre las bandejas, deseosos de devorar la existencia encriptada en cada uno de esos círculos de carne y vida.



Cortesano 1 – Jo, jo, jo; qué entretenido es ver cómo las personas abandonan su humanidad para acceder a un vulgar... ¡Soltá esa hamburguesa, que es mía, mierda!



Afortunadamente, nadie padeció hambre, pero no quedó ni una miga sobre la mesa. Nada. Ni un rastro. Ni para convidar a los perros. El banquete había dejado a todos los cuerpos deseosos de un postre, sin importarles que sus barrigas estuviesen al borde de la peritonitis.



Aria – Jacinta, tenemos que hacer un postre.



Pero la jirafa Jacinta estaba acostada en el piso...



Aria – ¡Jacinta, Jacinta!

Jacinta – Perdoná, che... estoy medio... brazo...

Aria – No te preocupés, Jacinta. Voy a hacerlo todo. Voy a ser una princesa y vos vas a ser mi brazo derecho.

Jacinta – Yo soy... gracias.



Aria hizo con leche condensada, coco rallado y huevo, lo primero que pudo ocurrírsele, un flan con cara de que apenas pudo enfriarse... pero los paladares desesperados corrieron con sus cucharas e hirieron hasta lo más profundo del postre.



Cortesano 1 – Jo, jo, jo. Esto excede mis expectativas. Por favor, envíenle mis agradecimientos al cocinero.



Un cortesano le susurró al oído que la autora de todos los manjares había sido una mujer, y su muralla de prejuicios se convirtió en una planta de desechos.



Cortesano 1 – Oh, no lo puedo creer. Semejante viaje al Olimpo... me siento engañado, que me devuelvan la entrada... pero no sin antes conocer a esa mujer.



El deleite ha sido tal que Aria fue coronada princesa.



Aria – ¡Jacinta, Jacinta, soy una princesa, soy una princesa! ¡Jacinta!

Jacinta no respondía. Su brazo derecho no respondía.



Aria – Jacinta...



Aria levantó en brazos a su compañera y la llevó al jardín del castillo, ante la mirada sollozante de todos los cortesanos, y la dejó partir en una nube de panaderos y libélulas.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario