Mutantes: Segundo devenir – El aliento del dragón

Cuenta la leyenda que, cuando empezó a correr el rumor de que aumentaría el precio del boleto del colectivo, los usuarios afectados empezaron a fraguar toda clase de manifestaciones en contra de tal atentado contra el bolsillo del pueblo. Cadenas de mails, artículos periodísticos independientes, investigaciones sobre los números de las empresas y hasta un paro de usuarios. De todos, el que menos resultado tuvo fue el paro de usuarios; pero un joven tuvo éxito… el día en que mutó.


José Dragún se despertó un día con un antojo que era inconciliable con su rutina. Hacía dos meses, un amigo le había regalado un frasco de escabeche de berenjenas particularmente violento. Mucho ajo y mucha pimienta de distintos colores habían convertido el frasco en un compacto bonsái de Navidad. No lo había abierto por respeto a la humanidad, pero decía como excusa que sólo esperaba a encontrarse con un grupo de amigos y compartirlo en una jornada que genere un microclima dentro de su pequeño departamento. Sin embargo, ese día se despertó con un deseo irrefutable de abrir el frasco, de destapar el aliento del dragón.
Compró un pan casero y devoró el contenido del frasco con una sonrisa de pulmón a pulmón. Tenía la sonrisa en el corazón porque tenía la boca ocupada. Cuando se dio cuenta, ya había vaciado el frasco y se habían hecho las siete de la mañana. Se le acercaba la hora del trabajo y no tenía tiempo siquiera para lavarse los dientes.
Corrió hacia la parada del colectivo y paró al primero que lo dejase más o menos cerca.


Un joven reguetonero subió antes que él, pasó la tarjeta y dijo:


Regguetonero – ¿Cuatro pesos, el boleto? Me estás cagando, ¿sabías?
Bondier – No viaje, sino quiere.


Luego subió José Dragún y dijo:


José – Yo no voy a pagar.
Bondier – Pero, ¿qué le pasa a éste?
José – Paro de pasajeros. No voy a pagar.
Bondier – Mirá, o pagás o freno el coche.
José se acercó iracundo al chofer y descargó sobre él todas sus palabras:
José - ¡Claro! No hay nada más patético que el explotado que defiende al explotador. Y encima…
Bondier – ¡Uh, qué baranda! ¡Alejate, bajate del coche!
José – ¡No me bajo nada! Usted está tomando de rehenes a todos los pasajeros para defender a la empresa para la que trabaja.
Bondier – Si no pagás, te bajás. O si no, llamo a la policía.
José – ¿Me está tratando de criminal, mientras le impide a la gente acceder a un servicio público? ¿Quién es el criminal, acá?
Bondier – ¡Tu aliento!
José – Llame a la policía, si quiere; y hasta que legue, le daré un par de clases de sociología.
Bondier – ¡No, no! Por piedad, pasá, sentate tranquilo, pero tené la boca cerrada.
José hizo un par de pasos entre la incertidumbre y el orgullo. Todos los asientos estaban ocupados. Al notarlo, José suspiró desalentado… justo en frente de una mujer embarazada, quien…


Embarazada – ¡Aaaaaaaah! [grito de terror]


…Huyó despavorida hacia el fondo del móvil. José se sentó en el lugar que quedó libre después de notar que nadie tenía ni la menor intención de sentarse… o bueno, de acercarse a él. La señorita que estaba en el asiento de al lado, se acurrucó contra la ventanilla en posición fetal.


José – Bueno, señorita, tampoco soy tan espantoso…


Y la señorita sacó la cabeza por la ventanilla. Con esta estratagema, logró esquivar el hálito terrorista de José Dragún; pero, cada tanto, tenía que contener la respiración y meterse adentro para evitar que los obstáculos urbanos le separen la cabeza del cuerpo.
De repente…



…el reguetonero puso su celular a máximo volumen y compartió su gusto musical con el resto de los pasajeros.
Es muy entretenido observar la reacción de la gente en estas situaciones. Un pibe con una remera de los Redonditos agarró sus auriculares y puso rocanrol a todo lo que daba. Desde lejos, se podía oír cómo el tema Jijiji perforaba sus tímpanos con tal de no escuchar el tunchi, perreo, tunchi, fuego, tunchi, nena, tunchi, cadera, tunchi, etcétera… tunchi. Una señora que cargaba un crucifijo del tamaño de su cráneo lo miraba horrorizada y se puso a recitar oraciones para mantener su atención lo más lejos posible de la diabólica armonía.
José lo miraba con naturalidad, considerándolo como la banda sonora oficial de todo viaje en colectivo. Pero la chica sentada a su lado podía abstraer el sentido del olfato, pero no el del oído. Su sufrimiento era evidente; buscaba en su bolso algún pedazo de algodón, cera, desarmar una toallita femenina, lo que sea para taparse los oídos, pero nada había en su bolso… o nada veía mientras tenía la cabeza fuera del colectivo.
La chica se decidió y le dijo algo a José. No sabemos qué, pero podemos inferirlo por sus actos. José se levantó de su asiento y, como si tuviese una especie de campo de fuerza, todos se alejaron de él… menos el reguetonero, porque quería demostrar que era muy macho. José se le acercó y le dijo:


José – Hola.
Reg, – ¡Hijo’e dio!
José – ¿Te molestaría usar auriculares?
Reg. – ¿Qué? ¿No te gusta la música?
José – A mí me da igual, pero a varios de acá no les gusta…
Reg. – No hablés tanto, loco, que atraés a las moscas!
José – Puedo hablar mucho más, si querés; o podés ponerte los auriculares y escuchar tu música solo…
Reg. – Mirá, loco; me gusta que la música suene fuerte y para todos, ¿algún problema?



En ese momento, el vehículo se detuvo. Dos personas fueron a parar al parabrisas, uno se tragó la marcha de cambios y no parece tener ganas de moverse de ahí, la señora embarazada escupió al bebé y lo sostuvo del cordón como si fuese un yo-yo y un niño que estaba amamantando… bueno, sólo diré que su madre tendrá que cambiar de talle de corpiño.
El chofer se levantó de su asiento, encaró al reguetonero, y dijo:


Bondier – Mirá, wachiturro, si no apagás la música, este tipo va a seguir hablando. Si sigue hablando, vamos a tener que respirar esa planta del Bajo Grande que tiene en el comedor. Y si eso pasa, yo me bajo del coche y que maneje Cadorna. ¿Entendiste, o querés que te lo explique usando tu celular como letrina?



Uh… menos mal que apagó eso, porque ya no aguantaba más. Finalmente, José Dragún llegó a su destino, el banco donde trabaja de guardia de seguridad. Firmó la planilla, afortunadamente en silencio, y se ubicó en su puesto.



Fue una jornada tranquila para un José que nunca supo lo que sucedía a sus espaldas. Un señor vestido de traje se le acercó y preguntó:


Trajeado – Buenos días, ¿dónde está el baño?
José – Al fondo, a la derecha.
Trajeado – ¡Aaaaaaah! [grito de terror]


…y salió corriendo.
De lo que José nunca se enteró, fue de que, en la corrida por la ciudad, el atlético señor de traje se encontró con un policía, quien le preguntó si necesitaba algo.
Trajeado – No, no; está todo bien. Sólo estoy haciendo ejercicio.
Bueno, es evidente que el policía no le creyó, porque en su esquema de prejuicios no encajaba que alguien haga ejercicio vestido de traje. El policía lo revisó y encontró un arma en el traje e inmediatamente lo detuvo. No terminaron en descubrir que tenía la intención de asaltar el banco junto a otros masculinos que se dieron a la fuga al enterarse de que el plan había sido desbaratado.
José nunca se enteró de lo sucedido. De hecho, el banco tampoco supo quién fue el héroe que impidió el asalto.



José Dragún volvió a su departamento con el cansancio que conlleva una jornada de trabajo, se preparó algo para cenar, algo simple, un pollo al champignon, nomás, y se puso a ver videos graciosos en Internet y a compartirlos por Facebook como casi la mitad de la Humanidad. Pero en un momento sintió un pinchazo incómodo en el cuadrante inferior izquierdo de su nalga derecha. Sospechó que se había sentado sobre un objeto punzante como un tornillo mal puesto en la silla, pero nada encontró en la silla como para declarar culpable al carpintero, por lo que revisó el bolsillo trasero correspondiente del pantalón y descubrió que tenía una tarjeta de un spa. ¿Qué hacía eso en su bolsillo? José no necesitaba pedicuría, ni tratamiento de belleza ni masajes reductores.
Dio vuelta la tarjeta y vio un número de teléfono escrito con muy mal pulso… como si hubiese sido escrito en un colectivo. Llamó a ese número y habló con esa persona. No sabemos qué se dijeron, pero podemos inferirlo por sus actos.

4 comentarios:

  1. eso que dijo donicheli del "aliento de dragón" o el "terrorismo de alitosis" me hiso acordar a la época en que nos levantabamos con mis hermanos para ir al colegio y no nos podiamos ni hablar de la baranda. y esty de acuerdo con el mono valente de que todos tenemos "aliento a puma" a la mañana. tuvo muy divertido ese comienzo. Aldo Romagnoli (saludos a mis vecinos de arguello lourdes)

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  2. el aliento del dragón es el principal mal de los hombres, en especial a la mañanita, y difícilmente haya quienes tengan buen aliento matinal. hay una solución, al menos, para mejorarlo: comer livianito a la noche, evitar las carnes, y desayunar con un vaso de agua natural... después me cuentan, se los dice una nutricionista. hermoso el programa, muy entretenido. Paula Avila

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  3. me apena que aborden un tema tan serio como la halitosis, que es una enfermedad de muchas personas, con semejante liviandad. no escuché el radioteatro, pero leerlo me simplifica todo, y creo que el autor/autora debería tener más cuidado con este tipo de cosas. conozco personas que han sufrido mucho por esto, inclusive han sido burladas. marta juárez

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  4. no marta, no es para tanto, se trata de un radioteatro muy elaborado, y con un humor muy respetuoso. si lo hubieses escuchado te habrías DIVERTIDOOOOOO como yo... muy bueno lo que hacen monazos, pero falta más participación femenina. DIEGO

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