Golpija

Según trascendió en varios medios de Mendoza y otros tantos de todo el país, el pasado 2 de febrero se filtró un video tomado con la cámara de un celular, en el cual se pueden ver a cuatro agentes penitenciarios golpeando abusivamente a dos reclusos.  Actualmente, la cifra de detenidos se eleva a 9; cuatro agentes que propinaban golpes, dos que supieron del hecho y se quedaron callados, uno por vejaciones y los dos reclusos que participaron en forma pasiva; es decir, actuaron de sparring.
Indignadísimo por el hecho y alimentado por una bronca casi innata hacia los policías prepotentes, me fui a Mendoza para hacer un par de entrevistas. Una vez llegado al penal de San Felipe, en Mendoza, fui atendido por dos agentes que custodiaban el ingreso de las visitas. He aquí la grabación transcripta.

Flash – Hola. Vine a hacerles una entrevista a los prisioneros que se hicieron famosos en Youtube.
Agente 1 – Sí. Dígame su nombre.
Flash – Flash.
Agente 1 – ¿De qué medio?
Flash – Sangre de Monos.
Agente 2 – Che, Gutiérrez; ése es un programa de Córdoba. Yo los conozco; son bastante zurdos, fumancheros jipis y varios de ellos son pro-putos. Y me parece que el Flash este trafica ideas anarquistas.
Agente 1 – Ajá; bueno, me temo que no lo puedo dejar pasar debido a que no presenta constancia de CUIL, certificado de buena conducta ni acreditación de esfínter intacto.
Flash – ¿Y dónde puedo conseguir esa acreditación?
Agente 2 – (Con una sonrisa libidinosa) Si usted coopera, se lo hacemos atrás de ese biombo.
Flash – Ehhh… gracias, paso.

La Marina incautó un navío que traficaba cocaína;
según los informes, el operativo fue sólido.
Buscando otra alternativa que no implique dilatar mi tarea, resolví entrar de la forma más fácil al recinto, para lo cual tuve que convertirme en traficante. Me fui de viaje a Bolivia, contraté un pasero para que me traigan cinco quilos de queruza y los recibí con los brazos abiertos a los cuatro. El tipo tenía la jeta como Optimus Prime. Volví a Mendoza en una Siambretta último modelo que conseguí a cambio de dos rastis de talco y me puse a vender frente al recinto penal. No tardó mucho en hacerse sentir la ignominia y un agente se acercó para hablarme:

Agente 3 – Me dijeron que andás vendiendo camer, vos. ¿Es verdad?
Flash – Así es.
Agente 3 – ¿A cuánto me hacés el sorrentino?
Flash – Son doscientos cincuenta.
Agente 3 – Mirá qué garca resultó el pibe. Capaz que lo que es de noche no ves bien. Mirá esta placa; ahora, ¿cuánto es?
Flash – Vi bien la placa, oficial; pero no por eso voy a dejar de alimentar a mis hijos.
Agente 3 – Carajo; mirá que tenés sangre turca, ¿eh? Tomá; espero que sea buena. La próxima te compro en cantidad, así que haceme precio.

Evidentemente, la técnica de hacerme pasar por traficante no fue lo suficientemente efectiva para ingresar a la prisión, por lo que debí buscar otra estrategia. Lo primero que se me vino a la cabeza fue arrebatarle el bolso a una señora mayor, pero mi velocidad de piernas me traicionó y la plus-sexagenaria me alcanzó caminando, me practicó una toma de yudo, me acomodó contra la vereda y me dio biaba como para hacerme un plazo fijo.
Después de una semana en el hospital, internado con una fractura expuesta de bofe, salí en libertad aún con la firme intención de ingresar al penal y poder entrevistar a los reclusos maltratados. Entonces decidí recurrir a algo extremo: ponerle un tiro a alguien.
A cambio de un terrón de merca, conseguí el arma reglamentaria de mi primer cliente y salí a buscar a alguien digno del plomo homicida; pero claro está que, si tengo que impartir la pena capital, he de hacerlo hacia un verdadero sorete, no es cuestión de dispararle a cualquiera. Pero de pronto me encontré con que los soretes que no estaban custodiados por matones con itacas, estaban custodiados por gente que quería matarlos, haciendo fila en la puerta de la casa.
Frustrado por la dificultad de entrar en prisión, me senté en un banco de la plaza y encendí un porro.
No llegué a darle dos secas y ya estaba besando el capot de un patrullero. Alrededor mío había tres móviles y seis oficiales armados hasta los dientes y más o menos cuarenta curiosos indignados. Entre ellos, según recuerdo, había una flaca que estaba buenísima; seguro que era turista.
Y así fue como entré al penal de San Felipe.

Gutiérrez – ¡Flashito querido! ¡Tanto tiempo! Pensé que vendrías a insistir con lo de la entrevista; pero resultó que eras un jipi de mierda que fuma faso.
Flash – Cosas que pasan.
Gutiérrez – Bueno; no te preocupés. Por más que seas un activista hierbófilo, te vamos a tratar bien. Siempre y cuando no te mandés ninguna cagada.

En efecto, la estadía fue placentera, ya que todos los reclusos tenían una actitud amancebada. Me resultó particularmente extraño que cada vez que nos duchábamos, todos me prestaban su jabón; pero se ve que eran muy tímidos, porque me los arrojaban al piso. Alguien debería decirles que es peligroso  dejar el jabón sobre el suelo mojado.
Todo continuó en este clima ameno y agradable – casi como un spa con camas viejas–, hasta que un guarda cárcel, con el que compartíamos el mate, me cebó un mate dulce.
Ofendido, le dije que el mate dulce es de putos; pero él no respondió. Por la noche, vinieron a mi celda cuatro agentes y me llevaron al cuarto de aislamiento para una sesión de sadomasoquismo. Aparentemente, después de lo trascendido en los medios, prefirieron encubrir las torturas de una forma que parezca más agradable a la vista de los fiscales.

Agente 2 – ¿Te gusta, Flashito?
Flash – No, boludo, ¿a quién le puede gustar que le prendan fuego “esa” cabellera?
Gutiérrez – ¡Bueno, bueno! Parece que a éste le gustan los clásicos. ¡¡Silbá!! ¡¡Silbá!!
Flash – ¡Fíuuuuuu! ¡Fíuuuuuu!


Silbá: Un chiste clásico (tomado de la película Sin City)
Pese al tono paródico de este segmento, la seriedad de los crímenes de este tipo no debería opacarse. La risa como crítica no tiene por qué ocupar el lugar que ocupaba el bufón en la corte o el loco en la sociedad.
Afortunadamente, a medida que pasa el tiempo, las denuncias por abuso de autoridad están empezando a ventilarse cada vez más, dándose así a conocer la realidad vigente en algunos recintos penales.

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